Fernando Prado despide a Uriarte: “Apostó por el diálogo, arriesgando su propia carne”

El obispo donostiarra preside, en la catedral del Buen Pastor de San Sebastián, el funeral por su predecesor fallecido

El obispo Fernando Prado, en el funeral por Juan Mari Uriarte

La catedral del Buen Pastor de San Sebastián acogió ayer por la tarde una misa funeral por el eterno descanso de Juan Mari Uriarte, el que fuera obispo de la diócesis vasca entre 2000 y 2009. “Un hombre que se embarró las manos con su pueblo, aun sabiendo que nunca iban todos a quedar contentos, pero que en esa siembra, la verdad de la unidad, de la paz y el perdón sería una siembra de futuro cuyos frutos, quizá todavía hoy incipientes, ya se van haciendo sentir”.



Así lo retrató el actual obispo donostiarra, Fernando Prado, que presidió esta eucaristía que también fue una acción de gracias por la entrega del prelado fallecido el pasado sábado a los 90 años. Junto a él en el altar, concelebró el obispo de Bilbao, Joseba Segura.

Hizo lo que pudo

Sin hacer una mención explícita a cómo Uriarte llevó las riendas de la Iglesia vasca en los nada fáciles tiempos del terrorismo etarra, el actual obispo sí compartió en su homilía que apostó por un “diálogo nada fácil, que afrontó con coraje, arriesgando su propia carne”. “Él hizo lo que pudo”, reconoció, a la vez que admitió que su “huella imborrable nos cuestiona a todos y a cada uno sobre nuestra propia aportación a la paz y a la reconciliación”.

Con la mirada puesta en el presente y futuro de la sociedad vasca, el obispo donostiarra admitió que “hay todavía mucha paz y reconciliación que construir, mucha polarización que vencer, muchos puentes que tender, mucha fraternidad que construir, mucha comunión hacia la que caminar, también en nuestra propia Iglesia diocesana”.

Huella de paternidad

Además, definió a Uriarte como un “hombre de Dios, rico en humanidad”, que dejó una “huella de paternidad y amistad en tantos de nosotros”. El obispo donostiarra no dudó en echar mano de alguna de las frases de referencia de su predecesor: “Cristo delante, Cristo detrás, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda, Cristo encima, Cristo debajo, Cristo dentro de mí”.

 “Como un fuego vivo, nunca apagado sino acrecentado, Cristo fue la pasión fundamental de toda su existencia”, ensalzó Prado, que reconoció cómo “caminó en la vida con aciertos y desaciertos, en medio de alegrías y también de sinsabores”. “Aprendió a ser pastor con su pueblo, agradecido siempre a sus más inmediatos colaboradores, a base de escuchar y dejarse modular por la realidad”, compartió sobre su capaza de trabajar en equipo y de saber escuchar los signos de los tiempos.

En esta misma línea, Prado le presentó como “un hombre cabal y coherente, que asumió en obediencia su vocación de ser Pastor de un pueblo en marcha, en medio de circunstancias complicadas, convulsas, siempre desafiantes para la fe”. Alternando el euskera y el castellano, Prado subrayó que “Don Juan Maria fue un hombre comprometido”, que actuó con “coherencia” en “un triple juego armónico, cabal y equilibrado entre cabeza, corazón y manos”.

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