Luis Argüello: “Los migrantes y el no nacido tienen radical dignidad”

Eliecer es un currante nato. El manitas de la Conferencia Episcopal. O, como algunos le llaman en la Casa de la Iglesia, el “jarditodo”. Porque lo mismo poda las ramas que se van de madre en la planta baja que remata las grietas que se dejan entrever en la sala donde se celebran las plenarias de los obispos. “¡No te falta trabajo!”, bromea Luis Argüello, al que se le nota que está acostumbrado a conversar con él. Es lo que tiene haber sido antes secretario general que presidente de la Conferencia Episcopal. El arzobispo de Valladolid sabe manejarse lo mismo en la fontanería eclesial que en el bricolaje político. Quizá por ello, el 5 de marzo, los obispos confiaron el timón la Iglesia española a este abogado de 70 años.



PREGUNTA.- ¿No le pasó factura lo suficiente ser secretario general?

RESPUESTA.- No es fácil. Son servicios similares, pero no iguales. El secretario general vive el día a día, exige estar aquí varios días a la semana y resulta bastante difícil compatibilizarlo con una vida diocesana ordinaria. Ser presidente tiene otra dimensión, seguramente con una responsabilidad mayor en lo institucional, pero, desde el punto de vista del trabajo organizativo, cotidiano y administrativo, es menor. Tampoco es portavoz… Es diferente y compatible con la vida diocesana.

P.- Aun así, ¿va a pedir un auxiliar para Valladolid?

R.- Es probable que sí, pero no lo tengo decidido del todo. Quiero valorarlo con mis colaboradores en la vida diocesana. Creo que una diócesis como la de Valladolid, de tamaño medio, en la vida normal no necesita un obispo auxiliar, pero, en esta nueva circunstancia, se ha de valorar; no solamente porque faltes algunos días, sino porque tienes otras preocupaciones añadidas. Tengo una gran ayuda en los sacerdotes, religiosos y laicos, pero, en determinadas circunstancias, hace falta una presencia episcopal. Y es lo que tenemos que valorar desde la experiencia de estas semanas.

Comunión misionera

P.- ¿Con qué Iglesia sueña para España?

R.- Sueño con una Iglesia que viva una comunión misionera. Soy poco original, porque es lo que Ia Iglesia universal, el Espíritu Santo, el Señor y las propias circunstancias de la vida eclesial y social en este itinerario sinodal nos piden. La Iglesia en general, y en España en particular, está llamada a una salida misionera fuerte, para lo cual, es imprescindible la comunión y la colaboración de todos, cada cual desde su particular vocación.

P.- De tanto repetir la palabra sinodalidad, ¿la estamos vaciando de sentido?

R.- Hay un riesgo real de convertirse en jerga de moda, como con los términos periferias o Iglesia en salida. Si la sinodalidad no se transforma entre nosotros en un estilo, en una espiritualidad, en una forma de ser Iglesia que, por supuesto, lleva consigo a algunas transformaciones organizativas, corre el peligro de vaciarse. La sinodalidad no se puede tomar como un tema que ya hemos tratado y, que, por tanto, guardamos en las carpetas y  en las estanterías,  para seguir a lo de siempre. Supone una propuesta de una renovación que, en realidad, es la propuesta de la acogida del Concilio Vaticano II.

P.- ¿Dónde está el límite o alcance de esa sinodalidad en lo concreto? ¿En la colegialidad? ¿En los consejos pastorales y económicos con voz y voto de los laicos, religiosos y sacerdotes?

R.- En este momento nos encontramos más en el fundamento de que somos bautizados y, por el bautismo, todos somos discípulos y misioneros. Todos formamos parte de la eucaristía y en ella ocupamos lugares diferentes. La articulación de estas dos afirmaciones sobre el bautismo y la eucaristía son el fundamento para sacar todo el brillo que podamos  y concretarlo lo más posible. Los límites es lo que el propio Espíritu Santo nos va diciendo y la propia referencia, al igual que el cuerpo humano tienen un límite de crecimiento. A todos nos falta mucho para expresar de una manera más plena lo que es ser bautizado y participar en la eucaristía.

Nno perder la identidad

P.- ¿La Iglesia está en un momento bajo de comunión o es una percepción?

R.- Las dificultades de la comunión vienen habitualmente en la Iglesia desde lo que en principio puede ser una buena intención de todos para evangelizar una cultura concreta. A la hora de emprender este coloquio, hay posiciones que sitúan la importancia en no perder la identidad. Otras posiciones subrayan que es decisivo asumir elementos de la cultura. Las dos cuestiones, fidelidad y asunción de la novedad, forman parte de lo que es la Iglesia: encarnación de la Palabra, siembra del Reino de Dios. Ahora se vive esta tensión misionera de manera especial. Además, la cultura actual tiene unas características de fondo que favorecen el enfrentamiento, como el elogio del individuo y de su autonomía, así como las situaciones sociopolíticas que seguramente hacen de la polarización una estrategia.

P.- Añado otro condicionante: ¿la ideología se ha colado minando esa comunión?

R.- La polarización es una polarización ideológica, es un instrumento ideológico o, mejor dicho, un instrumento estratégico al servicio de posiciones ideológicas. La palabra ideología está demonizada y creo que con un buen argumento, en la medida en que la ideología prescinde de la realidad. Pero no tenemos otra manera de entendernos más que a través de razonamientos e ideas con los que construimos sistemas de pensamiento. En este sentido, globalmente, denuncio la ideologización de la fe, pero, al mismo tiempo, digo: ‘Ojo, me estoy entendiendo contigo usando palabras como sistema de pensamiento, y a eso no puedes renunciar, porque tú también me escuchas desde tu sistema de pensamiento más allá de los hechos’. En la cuestión de la comprensión de quiénes somos, hay diferentes formas de pensamiento, filosofías, antropologías. No cabe duda de que ahí el Evangelio ilumina cómo se pueden pensar las cosas. En cuestiones de fondo como la fidelidad o la novedad, evidentemente, también hay corrientes ideológicas.

Estrategias políticas

P.- Corrientes que se traducen en ‘sensibilidades’ eclesiales que parecen ‘bandos’…

R.- Sensibilidades diferentes existen lógicamente en la vida de la Iglesia. El problema es caer en la trampa de las estrategias políticas o politiqueras. Puede haber también estrategias políticas en el interior de la Iglesia que hagan que aparezcan bandos. Lo digo con temor y temblor, porque a mí no me gustaría contribuir a echar leña a este fuego.

P.- ¿Cómo intentará que entre los obispos no haya ‘bandos’?

R.- Lo que el presidente de la Conferencia Episcopal debe hacer es ser cauce de comunión entre los propios obispos y que los diálogos y los acuerdos sirvan a lo que la Conferencia Episcopal es: un cauce de vivir la colegialidad episcopal. Para ello, hay que facilitar la escucha, el diálogo, el discernimiento, la búsqueda de esta comunión y ofrecerla a los demás, ayudar a que cada obispo lo viva en su respectiva diócesis, que es donde verdaderamente acontece la vida de la Iglesia.

Dialéctica de los contrarios

P.- Sus hermanos dicen que usted ejerce de pegamento ante posturas enconadas, como el reciente documento sobre la Iglesia ante la amnistía…

R.- Lo que trato en general en la vida es superar la dialéctica de los contrarios, que es la forma mental que nos ha enseñado la modernidad. Esta dialéctica tiene aspectos valiosos, porque ha servido para decir sí y no desde el punto de vista científico. Ha supuesto la posibilidad de determinados avances, pero, desde el punto de vista de la comunión o de superar las banderías, tanto sociales como eclesiales, reafirma a cada cual en su proposición. Yo siempre me muevo en un ensayo de una forma de diálogo diferente que trate de superar esa dialéctica, bien buscando en la hondura alguna referencia común, bien buscando en el horizonte algún objetivo. La dialéctica de los contrarios solo se supera cuando quienes están en los dos polos de la dialéctica descubren un punto nuevo distinto de los polos.

P.- Complicado en una sociedad de eslóganes a brochazos…

R.- ¡Claro que es difícil! Si, durante un tiempo, la dialéctica de los contrarios ha sido una dialéctica de razonamientos e ideologías, hoy pone el acento en la dialéctica de las emociones, contrariadas o enfrentadas. El emotivismo complica resolver los conflictos desde el diálogo porque, cuando están las emociones por delante, a mí ya no me importa tanto lo que tú digas o dejes de decir, porque lo que prevalece es que estoy en contra tuya.

P.- Desde esa dialéctica de los contrarios, se habla de izquierdas y derechas, de progresistas y conservadores. Y a usted sabe que le definen como “conservador”…

R.- Los titulares de prensa me producen melancolía. Me da igual que me etiqueten. Me parece una reducción. Entiendo que los mismos medios que critican la polarización son polarizadores, sois polarizadores. En esto hay mucha pose.

Progresista y conservador

P.- Otros recuerdan que usted corrió delante de los grises, participó en mítines del Partido Comunista…

R.- Dependiendo de la circunstancia, te sitúan en un lado o en otro. Hace unos días se admitió a trámite en el Congreso de los Diputados la iniciativa legislativa para una regularización extraordinaria de personas extranjeras. He estado muy implicado para que saliera adelante, de formas visibles y no visibles. Desde esa óptica, algunos me llaman progresista. Pero, a la vez, he estado muy en contra de que el Parlamento Europeo  incluyera el acceso al aborto en la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE. Si estás en contra del aborto, te consideran conservador, y es verdad, porque quieres conservar la vida que está en el seno de una mujer.

Pero los que dicen que son progresistas por estar a favor del aborto, son lo más antiprogresismo del mundo porque impiden el progreso de una vida. No se puede ser más antiprogreso. En los mismos diálogos con las mismas personas sobre aborto y migraciones, he notado que, al abordar la Iniciativa Legislativa Popular (ILP), me dicen: ‘Qué tío más majo’. Pero, cuando al mismo tiempo les digo que la ‘dignitas infinita’ es la misma para el no nacido, no les gusta tanto.

P.- Cita ‘Dignitas infinita’, la nueva declaración sobre dignidad humana del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. ¿Le ha gustado?

R.- Sí. La comunión, desde la mirada de la Doctrina Social de la Iglesia, se mueve entre los polos del bien común y la dignidad. Son puntos de referencia para la presencia de la Iglesia en medio del mundo.

Lea más:
Noticias relacionadas
Compartir