Editorial

Inteligencia artificial: el universo digital como dios placebo

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La Iglesia ha estrenado 2024 con el mensaje para la Jornada Mundial por la Paz, que se celebra el 1 de enero, asomándose a un fenómeno de presente y futuro con numerosas aristas en materia de derechos humanos y de estabilidad global. El Papa aborda las implicaciones éticas y morales de la inteligencia artificial, tanto en el día a día como en los conflictos internacionales.



Esos programas informáticos, que parecen capaces de razonar como una mente humana, suponen un indiscutible avance, por ejemplo, en materia sanitaria, al afinar un diagnóstico y su tratamiento. Sin embargo, a la par, pueden crear un armamento sofisticado como los drones suicidas que actúan en Ucrania y Gaza, o falsear la realidad, como se constata en los programas que manipulan imágenes y voces al antojo del usuario.

Además, un mero desarrollo mercantilista de esta tecnología puede acrecentar la desigualdad y la homogenización cultural, con una reformulación del empleo sin parangón desde la Revolución Industrial, puesto que ahora se sustituye el trabajo intelectual.

No hace falta caer en profecías apocalípticas ni demonizar estos avances para advertir la necesidad de humanizar la inteligencia artificial. O lo que es lo mismo, Francisco propone que la comunidad internacional establezca un mecanismo regulador con carácter vinculante que permita marcar fronteras sobre su uso y comercialización. No en vano, la Unión Europea ya se ha puesto manos a la obra y se convertirá en el primer actor político en poner en marcha una ley que busca situar en el centro a la persona, reconociéndola como ciudadano y no como consumidor, en aras de proteger el bien común.

Compromiso personal

Pero, más allá de toda normativa, urge asumir una responsabilidad personal que pase por despertar a un pensamiento crítico, que únicamente puede nacer del compromiso de cada cual para no asumir con ingenuidad todo aquello que se presenta como aparente llave para el desarrollo y la innovación.

De ahí que la formación y el discernimiento personal y comunitario se presenten como la clave fundamental para distinguir en el día a día hasta qué punto una aplicación como ChatGPT puede ejercer de instrumento para facilitar la investigación, incentivar el aprendizaje y ser un apoyo en la pastoral, o, por el contrario, puede convertirse en un elemento alienador que genere una dependencia que, por pura comodidad, derive en una esclavitud del hombre a la máquina.

Está en manos del ser humano, de todos y de cada uno, si renuncia o no a su conciencia ante una inteligencia artificial que, sin tener la capacidad de clonar su inteligencia afectiva, ética y espiritual, sí puede llegar a suplantarla a modo de un dios placebo digital.

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