Inteligencia artificial (y espiritual): ¿dónde está el límite?

El Papa ha dado un giro al tradicional mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, este 1 de enero, para abordar un tema de presente y, sobre todo, de futuro: la inteligencia artificial. Los avances de los sistemas informáticos capaces de realizar operaciones propias del ser humano, como el pensamiento lógico, abren la puerta a múltiples oportunidades, pero también a riesgos vinculados a los derechos humanos y la estabilidad global. La Unión Europea ya tiene lista la primera ley para regular esta revolución digital. Francisco llama a la comunidad internacional para abordar “la dimensión ética” de un fenómeno que puede derivar en “una dictadura digital”.



Y es que, como advierte Jorge Mario Bergoglio sobre la inteligencia artificial, “no podemos presumir a priori que su desarrollo aporte una contribución benéfica al futuro de la humanidad y a la paz entre los pueblos”. Así, cuando es dirigida por quienes tienen intereses contrarios al bien común, estos pueden acercar a “una dictadura tecnológica”, en el ámbito de “una sociedad que vigila a las personas”, hasta tal punto de representar “un riesgo para la supervivencia humana y un peligro para la Casa común”.

Una gran revolución

Para Sara Lumbreras, profesora de la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia Comillas, “ya estamos hablando de una revolución a la escala de la primera revolución industrial, que automatizó el trabajo que antes realizaban la fuerza de humanos o animales de carga”. “Ahora nos vemos ante la automatización de las tareas cognitivas. Esto tendrá al menos una repercusión tan grande como la primera”, valora la investigadora para Vida Nueva.

Ahí están los programas vinculados al tratamiento de las imágenes, que crean realidades paralelas verosímiles, fotografías inventadas que muestran escenas que no existen o canciones en las que se suplanta la voz de un artista por otro que nunca antes la había interpretado. ¿Puede llegar un momento en el que seamos incapaces de discernir qué es real o no? “El realismo de los deepfakes solo puede mejorar. Rotundamente, sí, será imposible juzgar si una grabación o un vídeo corresponden a un hecho real, y ese día ha llegado ya o está muy cerca”, responde Lumbreras.

Un caso extremo puede darse en los conflictos bélicos, pues ya hay drones diseñados para disparar contra un objetivo humano, teniendo ellos autonomía a la hora de tomar esa decisión. Un abismo para el que puede no haber marcha atrás… “Esto es ya un hecho. Es posible programar un dron para que identifique el rostro de un ser humano concreto y realice un ataque, por ejemplo, con un pequeño explosivo que, si es activado suficientemente cerca, puede acabar con su vida. Desde luego, la tecnología militar es una de las aplicaciones en las que es más necesario incidir en los límites éticos”.

Documentación, pero sin creatividad

A nivel espiritual, la Iglesia también se ve cuestionada por el rápido avance de este fenómeno. “Dicen que ChatGPT es capaz de responder a ciertas preguntas de teología con bastante exactitud, y que es posible que pronto pudiera aprobar los exámenes de teología igual que ya ha aprobado algunas pruebas de derecho y medicina. Incluso podría elaborar un tratado completo y bien redactado, pero dudo que tuviese, al menos en un futuro cercano, la creatividad necesaria para proponer nuevas ideas que resultaran útiles a la comunidad”.

Por el momento, la docente ve significativo que la Pontificia Academia para la Vida haya propuesto el llamado ‘Llamamiento de Roma para la ética en la Inteligencia Artificial’, un documento que el Vaticano lanzó en febrero de 2020 y que dibuja un marco de responsabilidad para el desarrollo de la inteligencia artificial. A este manifiesto, se han unido, entre otros, Microsoft, IBM, el Gobierno italiano y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En el texto, tal y como relata Lumbreras, se exige que “esta tecnología tenga el objetivo de una mejor humanidad y respete principios como la privacidad, la inclusión, la transparencia, la responsabilidad, la privacidad y la fiabilidad”.

El documento de la Pontificia Academia por la Vida llama a promover la llamada “algor-ética”; esto es, no dejar al libre albedrío los algoritmos, sino que se empapen de humanidad a través de la educación y el derecho.

Nadie está preparado

Por su parte, la periodista y educadora chilena Trinidad Ried, presidenta de la Fundación Vínculo, admite que “nadie está preparado para afrontar la velocidad con que ha crecido este fenómeno”. Lo mismo ocurre, según ella, con la Iglesia, “interpelada en el cuestionamiento de qué es lo esencialmente humano, su aporte, su valor y cómo ayudar en la formación de las personas para que puedan discernir y elegir el bien en un mundo donde todo se va a complicar aún más, especialmente la certeza de la realidad”. “Todos los límites de lo que nos parecía evidente y verdadero se licúan, y la Iglesia está llamada a dar luz y orientación en un nuevo mundo virtual”, sugiere.

En este sentido, Ried aprecia que no se puede perder de vista “la vivencia que experimentemos frente a esa realidad virtual, de modo que su intención primera siempre sea amar, servir y generar un encuentro místico-espiritual genuino, y no caer en otros intereses del mundo, como el marketing o el consumismo espiritual, que nada tienen que ver con el Evangelio y con Jesús”. Y es que “hoy hay hambre espiritual y la fe también tiene el riesgo de convertirse en un producto de consumo a través de la inteligencia artificial, avalado con sponsors de santos o figuras religiosas, en manos de inescrupulosos”.

Si el reto es una relación armoniosa entre la inteligencia humana y la artificial, siendo siempre la segunda complemento de la primera, ¿en qué lugar queda la inteligencia espiritual y qué puede aportar en este contexto de transformación? Para Ried, “la inteligencia espiritual es, por lejos, superior”. Hasta el punto de que “es la que promueve la solidaridad, la empatía, la resiliencia, la capacidad de encontrarle sentido a las cosas más difíciles y de inspirar a otros que necesitan orientación y liderazgo”.

Una nueva teoría de la inteligencia

“Hace varias décadas, José Ortega y Gasset indicó la necesidad de promover una razón vital que más tarde tendría la forma de razón histórica, cordial y narrativa”. Es la pista que lanza Agustín Domingo Moratalla, catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia e investigador principal del proyecto ‘Ética cordial y democracia inclusiva en una sociedad tecnologizada’. En la misma línea, apunta que “Xavier Zubiri expuso la necesidad de proponer una renovada teoría de la inteligencia, que llamó noología”.

Con este punto de partida, el filósofo comenta que “no se imaginaban estos maestros que, varias décadas después, seguiríamos dándole vueltas a una nueva teoría de la inteligencia, condicionados ahora por la digitalización”. “De hecho -deja caer el investigador-, cuando en pleno siglo XXI analizamos las relaciones entre inteligencia artificial, inteligencia espiritual e inteligencia natural, es porque deseamos seguir pensando la inteligencia desde la riqueza de vida en todas sus dimensiones y evitar el reduccionismo de una razón instrumental, dominadora y tecnocrática que nos hace prisioneros el universo digital en el que respiramos”.

Para Moratalla, ante el universo digital emergente, “lleno de retos y oportunidades”, hay que tener claro que “la innovación y el progreso dependerán de sus aplicaciones”. Y es ahí donde el catedrático apunta un asunto de frontera: “Como herramienta para decidir (o co-decidir, que de eso se trata), también podremos tomar decisiones para mejorar la vida en todos los momentos, desde el nacimiento algorítmicamente planificado hasta la muerte corporal desafiada”. Ahondando aún más, detalla que “los mitos desempeñan una función explicativa y nos ayudan a sentirnos cómodos en el mundo: por eso, una de las tareas más importantes de la filosofía es seguir cuestionando esta voluntad mitificadora, instrumental y perezosa que, en lugar de alimentarse con voluntad de verdad, lo hace con voluntad algorítmica nutrida de datos y evidencias”.

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