Tribuna

La inteligencia artificial ya no es cosa de películas

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Hasta hace poco, hablar de inteligencia artificial (IA) nos remitía a películas de ciencia ficción o experimentos que, de vez en cuando, veíamos en la tele. Sin embargo, preguntarle cosas a Alexa, Siri o Cortana ya no resulta raro para mucha gente. Tampoco lo es utilizar otras muchas aplicaciones que tienen la IA como motor; es el caso de los buscadores de Internet, traductores automáticos, sistemas de recomendación de contenidos audiovisuales, redes sociales y un largo etcétera. Además, el impacto de la IA en el gran público ha dado un salto significativo con la aparición de aplicaciones como ChatGPT, que permiten mantener una conversación natural, pudiendo hacer preguntas sobre muchísimos temas y obteniendo respuestas cada vez más precisas y útiles.



Especialmente en contextos educativos, está suponiendo un gran reto, dado que los estudiantes utilizan indiscriminadamente esta tecnología diariamente para sus tareas académicas, siendo, hasta hoy, difícil de identificar y controlar. Aparte de la alarma social que está generando (en algunos países decidieron limitar su uso temporalmente), es importante preguntarnos: ¿qué hay detrás de estas aplicaciones? ¿Suponen un verdadero avance? ¿Qué nos aportan? ¿Cuáles son los riesgos? ¿Puede su uso ser positivo? ¿Hasta dónde llegarán?

Relación con el transhumanismo

En este sentido, muchos relacionan la IA con el polémico concepto del transhumanismo. Fue en torno a 1950 cuando se comenzó a plantear la idea de que la humanidad tiene el potencial de evolucionar más allá de sus capacidades biológicas mediante el uso de la tecnología. La idea de transhumanismo ha tenido tanto un desarrollo filosófico como cultural y científico, compartiendo el principio común de que la tecnología y las ciencias pueden ser utilizadas para mejorar y trascender las limitaciones humanas, explorando posibilidades como la mejora cognitiva, la fusión de la inteligencia humana con la artificial y la exploración de nuevas formas de existencia. Desde esta concepción, la IA se considera una herramienta clave en el camino hacia la mejora y la transformación del ser humano, ya sea a través de implantes cerebrales, interfaces cerebro-máquina o incluso la creación de aplicaciones que superen nuestras capacidades cognitivas.

Pero el transhumanismo también ha sido objeto de críticas y debates éticos. Algunos cuestionan los posibles riesgos y consecuencias negativas de la aplicación indiscriminada de la tecnología en la vida humana, y plantean interrogantes sobre la naturaleza misma de la humanidad y el significado de la existencia en un mundo transhumanista.

Otro aspecto relevante a tener en cuenta aquí es el de los algoritmos. Estos son secuencias de instrucciones lógicas y matemáticas que permiten realizar tareas específicas. En este ámbito son utilizados para procesar datos, extraer información, reconocer patrones y tomar decisiones. Por ejemplo, los algoritmos de aprendizaje automático permiten que los sistemas de IA adquieran conocimientos y mejoren su rendimiento a medida que se exponen a más datos. Si bien el desarrollo humano sigue un crecimiento lineal, el de la IA es exponencial, pues aprende en apenas unos minutos lo que al ser humano le cuesta semanas, meses o años.

Plantea desafíos éticos

El uso de algoritmos también plantea desafíos éticos, como la equidad, la privacidad, la responsabilidad y la posible amplificación de las desigualdades existentes. Es fundamental abordar estas cuestiones de manera crítica y responsable para garantizar un desarrollo ético y beneficioso de la tecnología en relación con la mejora humana. Para ello, en la última década, se ha comenzado a plantear la necesidad de una ética de los algoritmos, denominada algor-ética. Con ello, se está profundizando en las implicaciones morales y sociales de estas tecnologías, destacando la responsabilidad de los desarrolladores y usuarios de algoritmos, la toma de decisiones automatizadas y la ética de la IA en relación con la dignidad humana.

El sesgo de información que pueden producir los algoritmos, a partir de criterios preestablecidos y basados en datos previos, plantea la cuestión de si estamos obteniendo una imagen completa y objetiva de la realidad o si estamos viendo solo una parte de ella, filtrada por la tecnología o quien la gestiona. Si los datos utilizados para entrenar a los algoritmos están sesgados o incompletos, existe el riesgo de que la IA reproduzca y perpetúe estos sesgos. Esto puede distorsionar nuestra percepción de la realidad al presentarnos una visión parcial, distorsionada y manipulada del mundo.

La IA, al depender de datos y patrones preexistentes, puede tener dificultades para comprender y reflejar la diversidad de experiencias humanas. Es algo que puede llevar a una homogeneización de la realidad, donde se privilegian ciertas perspectivas y se ignoran otras. Todo ello tiene, además, un gran impacto en un mundo de fake news donde cada vez va a resultar más difícil discernir qué es verdad y qué no.

Pensamiento crítico

La interacción constante con la IA plantea desafíos en términos de nuestra capacidad para interpretar y evaluar la información de manera crítica. A medida que confiamos en la tecnología para proporcionarnos respuestas rápidas y soluciones a nuestros problemas, corremos el riesgo de perder nuestra capacidad de pensamiento crítico y análisis reflexivo. Podemos estar ante respuestas simplificadas y soluciones superficiales, sin tener en cuenta la complejidad y la profundidad de la realidad.

Es esencial mantener un sentido de cautela y discernimiento al interactuar con la IA y su influencia en nuestra percepción de la realidad. No debemos perder de vista nuestra capacidad humana de reflexionar, cuestionar y buscar una comprensión más profunda de la realidad. Estamos ante una herramienta poderosa y útil, pero no debe ser vista como una autoridad absoluta en la definición de lo que es real y verdadero. Es nuestra responsabilidad como seres humanos mantener nuestra capacidad de discernimiento y cultivar una visión crítica y reflexiva del mundo que nos rodea. Son retos que suscitan la necesidad de volver a cultivar la filosofía, el arte de la reflexión, la búsqueda de la sabiduría y de la verdad.

La IA ya no es cosa de películas; convivimos con ella cada día, seamos o no conscientes de ello. Debemos aprovechar las oportunidades que ofrece, sin descuidar la responsabilidad que nos demanda un buen uso, con el objetivo de mejorar el mundo y dignificar al ser humano. Es un reto que no podemos dejar de lado si asumimos que no hay nada verdaderamente humano que no sea verdaderamente cristiano. Parafraseando a Terencio, nada de lo humano nos puede ser ajeno.

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