Tribuna

Ricardo, fiel y compasivo: “Señor, tu amigo está enfermo”

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Para muchos sacerdotes de nuestra diócesis de Mérida-Badajoz, el nombre de Ricardo Cabezas de Herrera está unido y rememora la Carta a los Hebreos. El escrito del Nuevo Testamento, sin autoría precisa, que presenta novedad sobre lo que se refiere a Cristo considerado como “sumo sacerdote” y, desde ahí, como iluminación de la consideración teológica del sacerdocio entre los cristianos y la perspectiva ministerial del mismo.



En la Universidad de Comillas estoy realizando un curso de Biblia y espiritualidad, y, entre las materias que estoy recibiendo en este cuatrimestre, está la de la espiritualidad de la Carta a los Hebreos. Cada vez que me dispongo a recibir las enseñanzas, bien impartidas por el profesor Pierfrancesco Coco, no puedo menos que recordar con viveza y entrañablemente a mi compañero y hermano Ricardo.  En su cincuenta aniversario sacerdotal, ya hice referencia a lo que me une a él y lo que admiro de su persona como amigo, hermano y sacerdote, lo que tiene de referente para mí.

Seguimiento al Maestro

El recuerdo se ha avivado mucho más en mí desde que me enteré que tras una caída, tuvo que ingresarse en el hospital y ya lleva allí un tiempo en lucha con una enfermedad grave que le afecta a sus órganos vitales. Hablé con él al comienzo del proceso, ahora ya es más difícil, aunque algún Messenger le he hecho llegar: “Bueno, querido Ricardo sé que andas luchando contra todos los males corporales con buen espíritu. Personas cercanas me va informando. Que sepas que quiero estar muy cerca de ti y que te quiero un montón. A ver si voy pronto a verte. Ahora estoy estudiando la espiritualidad de Hebreos y todos los días te tengo presente, no solo por tus explicaciones y sabiduría, sino por tu ser humano compasivo y tu fidelidad a Dios. Eres para mí en tu seguimiento al Maestro como él, compasivo y digno de fe. Abrazo fuerte”.

Ricardo, sacerdote de Mérida-Badajoz

Ricardo, sacerdote de Mérida-Badajoz

Eso me mueve a expresar de este modo reflexiones personales que nos pueden ayudar acompañar este momento de tránsito de debilidad que le aparta de nosotros en la vida de lo normal. Es un modo de recordar –en el sentido etimológico que él nos ha dicho tantas veces- de volverá pasar por el corazón los buenos sentimientos que ha generado en los que hemos compartido vida con él. Así nos podemos unir a él en este momento y orar con paz y esperanza, desde esa fe perseverante de la que habla la carta a los hebreos.

Ofrecido y predicado

Algo que es fundamental para él, como bautizado y presbítero, ha sido la Palabra, esa clave fundamental de que Dios nos ha hablado de muchas maneras, pero que en Cristo nos ha hablado de un modo único y definitivo.  El amor a la Palabra ha sido configurador de su ministerio, ahí ha buscado, indagado, investigado, contemplado, sintetizado, ofrecido, predicado… y nunca lo ha dejado de hacer. Seguro que en estos momentos pasarán por su mente y corazón textos entrañables con los que ha ido siempre dialogando con Jesús como los discípulos de Emaús, En esos momentos vitales trascendentales que le han tocado vivir de enfermedad en juventud y de dudas y de interrogantes vitales de fe y ministeriales. Afianzarse y hacer de la Palabra, Cristo, la única roca de discernimiento y de fundamento para vivir y no perder el horizonte de una esperanza aguardada. Ahí has ido descubriendo al Jesús de Nazaret, digno fe, fiel hasta la muerte en la aceptación de la voluntad del Padre.

Junto a la Palabra, desde la que has sido fiel, está la clave de hebreos de la compasión divina.  En este sentido, me alegra poder testimoniar con muchos, que desde Cristo y el corazón del Padre, revelado por él, te llena un espíritu de comunidad basado en la verdadera compasión de lo humano. En ti hay convicciones, opciones, pero siempre buscando el fundamento limpio de lo más verdadero y discernido, y a la vez nunca has sido juez de la realidad, ni del mundo, ni de los hombres, de los hermanos…

Real y serio

Has manifestado, con verdad y humildad, lo que para ti era real y serio, pero siempre dejándolo en interrogante, desde la parcialidad de que tú eras consciente que era fruto de tu búsqueda, pero que no debía ser normativa para nadie, solo indicadora y por eso la compartías. Yo en este sentido he gozado de contar con tu confianza permanente, con tu valoración generosa, con tu animación constante, con tu fraternidad compartida en labor apostólica –incluido allende los mares-, y también con tu corrección de hermano amable y firme para mi bien y el de los que me querían y me rodeaban. Siempre lo agradeceré.

Ahora en este momento tan crucial, de lucha en tu enfermedad, deseamos profundamente que te esté envolviendo, junto al cuidado de tantos que están a tu servicio en el hospital y en tu compañía física, la suavidad y la ternura de la Palabra de Dios, en la que has creído, para que te haga sentir Hijo amado en manos del Padre, y puedas estar sintiendo también en el abrazo de la debilidad toda la compasión con la que Dios te ha hecho tan humano, sin pretender nunca ni él ni tu que fueras perfecto. Tus debilidades y límites las aceptas de tal modo que también te hacen asequible y cercano.

Una muchedumbre inmensa

Me pongo a orar ante Cristo, desde el recuerdo de tu persona, y el Espíritu no me deja tranquilo trayendo a mi corazón momentos, gestos, frases, lugares, escritos, reflexiones… y doy gracias, gracias, gracias. Imagino que así  le está pasando a una muchedumbre inmensa personas, que es la de todos los nombres que desbordan ese corazón que ahora ya se siente casando y a punto de deshacerse en tanto cariño silencioso y amoroso.

Ricardo, fiel y compasivo, estamos a tu lado y contigo, teniéndote como referente leemos este texto de hebreos, que tú nos explicarías muy bien: “Deseamos, no obstante, que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin la misma diligencia – la que tú has siempre tienes-  para la plena realización de la esperanza, de forma que no os hagáis indolentes –indolencia que no te manchó-, sino más bien imitadores – tus huellas son vivas-  de aquellos que, mediante la fe y la perseverancia, heredan las promesas (6,11-12).