¿Se puede ser judío y cristiano?


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Aunque a muchos les ha dejado perplejos, Francisco ha recibido el lunes 12 de febrero a Javier Milei en una reunión bastante cordial. El Papa recibió al mandatario argentino diciéndole: “Gracias por venir, vos, que sos medio judío”, probablemente por la querencia que ha mostrado el presidente argentino hacia el judaísmo. Incluso se ha llegado a decir que Milei pertenece o milita en lo que algunos llaman “cristianismo noáquico”, una tendencia que apela a las prescripciones que se derivan de la alianza con Noé y sus descendientes: “No comáis carne con sangre, que es su vida. Pediré cuentas de vuestra sangre, que es vuestra vida; se las pediré a cualquier animal. Y al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano” (Gn 9,4-5).



La asamblea de Jerusalén

Se supone que, habida cuenta de que estos preceptos fueron dados a Noé y eran, por tanto, anteriores a la alianza israelita –la de Moisés–, su alcance era universal. Así, esto servía para regular la vida de los extranjeros en el seno del pueblo de Israel. Es lo que encontramos en el libro del Levítico: “Si un hombre cualquiera de la casa de Israel, o de los emigrantes que residen entre ellos, come cualquier clase de sangre, yo me volveré contra el que coma sangre y lo excluiré de su pueblo […] Cualquier hombre de los hijos de Israel, o de los emigrantes que residen entre ellos, que cace un animal o un ave comestible, derramará su sangre y la cubrirá con tierra […] Todo nativo o emigrante que coma carne de bestia muerta o destrozada lavará sus vestidos, se bañará y quedará impuro hasta la tarde; después será puro” (Lv 17,10.13.15).

Estos preceptos –más los relativos a la idolatría y a las uniones ilegítimas, de las que trata precisamente Lv 18– son los que vemos en la famosa “asamblea de Jerusalén”, donde los cristianos de los orígenes debatieron sobre la convivencia en sus comunidades entre cristianos provenientes del judaísmo, por una parte, y del mundo pagano, por otra: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables –se les dice a los paganocristianos–: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas” (Hch 15,28-29).

No sé si se podrá ser judío y cristiano a la vez, pero la “asamblea de Jerusalén” demuestra que se puede intentar vivir de modo que no se traspasen las “líneas rojas” –como se dice ahora– de los otros.