La integridad y excelencia de un ecónomo imperfecto


Compartir

Cada vez es más habitual en los criterios ESG y códigos éticos de las empresas aludir a la necesidad y exigencia de integridad y excelencia en el ámbito económico. Sin embargo, rara vez vemos estas dos palabras definidas. Se presupone que íntegro es un sinónimo de ético, y excelencia un equivalente de una eficacia total, que es a la vez socialmente responsable y sostenible. ¿Significan esto verdaderamente estas exigencias éticas que reclamamos e imponemos a todo ecónomo?



Íntegro, por su origen etimológico, significa entero, completo, intocado; es la pureza original de aquel objeto o sujeto que no ha padecido por el contacto o contaminación con un mal o un daño. Esta integridad, así entendida, difícilmente es algo a lo que podamos aspirar con realismo: la vida está llena de daños y peligros, y ya sea por nuestras malas decisiones, por las circunstancias económicas que nos han tocado vivir, o incluso por el mal e injusticia que otros nos han hecho, difícilmente podemos decir que nuestros estados financieros sean puros, intocados por la crisis, o por el error o el mal. No son perfectos.

Y, sin embargo, aspiramos, deseamos, e incluso exigimos taxativamente la integridad: ¿cómo es esto posible? Porque igual que nuestros espíritus dañados pueden restablecerse, así pueden reconstruirse nuestras finanzas desde dos puntos de vista, que es en lo que consiste la integridad: redimiendo el pasado y construyendo el futuro.

Primero, porque por muy dañados que estemos, siempre podemos redimir lo pasado: es la ventaja de ser seres históricos, sometidos al tiempo. El pasado queda atrás y deja de existir, y el futuro está por hacer, por lo que tampoco existe. Existe nuestro presente, cargado, sí, de circunstancias heredadas, heridas pero también ventajas, pero, sobre todo, la libertad de poder optar por la virtud de ahora en adelante. El ecónomo no está sometido ni determinado por las crisis, los errores u omisiones pasadas: siempre puede dar el paso valiente de buscar la perfección.

El primer paso del que busca restituir su entereza es la aceptación de uno mismo y de su pasado. Esto requiere un estudio serio y realista, humilde, de los recursos e inversiones del instituto del que se tiene a cargo la gestión, de las decisiones pasadas y de sus motivaciones y resultados. Especialmente, el ecónomo debe hacerse una pregunta reflexiva y penetrante, como el bisturí de un cirujano que se dispone a sanar un cuerpo: ¿ha estado la gestión económica dirigida, diseñada y permanentemente controlada por y para la misión y carisma de la institución? ¿o va la misión por un camino, etéreo y bello, y la gestión económica por otro, realista y eficaz? Cuando se toman las decisiones, ¿se someten al criterio prioritario de adecuación a la misión?

Proyección al futuro

Igual que el hombre íntegro está entero porque se sabe heredero y receptor de un bagaje que le unifica y le afianza y refuerza; así el ecónomo íntegro es el que, con transparencia, asume que encarna y debe perfeccionar un pasado que hereda. Ni todo será malo, ni todo bueno, pero, sobre todo, se es responsable, y a ello hay que adecuar las decisiones: así planteamos la segunda pata de la integridad: la proyección al futuro. La gestión recibida del pasado nos obliga a asumirla con todas sus implicaciones, y ente ellas está el no conformarnos con sobrevivir. El ecónomo debe desear que su institución se desarrolle plenamente, y eso es que cumpla su misión con nuestra segunda palabra clave: con excelencia.

Ambas nociones van íntimamente unidas a la perfección. Perfecto es lo completo, lo que ha alcanzado su finalidad. Íntegro y excelente serán, por tanto, lo que haya alcanzado ese fin, ese sentido o causa que conforma la institución o empresa de que estamos hablando. Íntegro y excelente será quien haya cumplido con su misión. ¿Qué pasos se deben llevar a cabo para alcanzar dicha perfección? Esta es la pregunta que todo ecónomo debe tener enmarcada en sus libros contables.

Un servicio ofrecido por:

alveus

Lea más: