¿El guardián de mi hermano?


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“Cuando Pedro salió a su ventana, no sabía mi amor, no sabía que la luz de esa clara mañana Era luz de su último día…” (Silvio Rodriguez)

Podría llamarse Omar, Hassan, Youssef o Mohamed, porque la noticia no dice su nombre. Lo que sí dice es de donde procedía: del Maghreb. Su edad: entre 14 y 16 años. Su realidad: ser uno de los MENA (menores extranjeros no acompañados) que se encontraban “temporalmente” en el centro de primera acogida para menores del distrito madrileño de Hortaleza… y su destino: haber sido arrollado por un coche cuyo conductor paró tras atropellarlo… para inmediatamente después darse a la fuga.

De poco sirvieron los cuidados de la médico y la anestesista que lograron reanimarle mientras esperaban a que el SAMUR lo trasladara al Hospital de la Paz, en el que finalmente acabaría falleciendo un día después.

En la distancia, el recuerdo de los que llorarán su muerte allá en Marruecos, en Argelia, en Túnez o dondequiera que sea cuando les llegue la noticia si es que algún día les llega. En la cercanía, el dolor de los otros cuatro MENAS y su monitor que habían comenzado un domingo prometedor con la expectativa de pasar un día fuera del centro, en el Parque Juan Carlos I, montando en bici. En el ambiente, la rabia contenida, la indignación por una vida joven segada tan injusta como estúpidamente. En la sombra, el miedo, la vergüenza, la cobardía de quien pudo socorrer… y no lo hizo.

¿Dónde está tu hermano?

En el trasfondo, la pregunta que se repite: ¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está tu hermana? Con la posible respuesta: ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?. Como excusa desculpabilizadora que se refleja –en su nivel más extremo– en la actitud de quien se dio a la fuga. O la opción humanizadora y solidaria, reflejada en la actitud de la médico y la anestesista que decidieron hacerse “prójimas” con el joven malherido. Esa misma pregunta interpeladora sobre nuestra responsabilidad para con el otro se repite, día a día, en aquellas situaciones cotidianas, en las que optamos por ser o no “guardianes” de nuestros hermanos y hermanas.

Balducci nos recuerda en ‘El otro: un horizonte profético’ que hacerse prójimo significa salir de la lógica capciosa del eros, del hacer bien a los nuestros, del amor asimilativo, del hacer bien al otro para que sea como nosotros o calmar nuestra conciencia. Significa hacer bien sin condiciones, sin tiempo, porque sí. “Sin mirar a quién”, como dice el refrán castellano. Esta actitud es la que nos recuerda que nuestro lugar en el mundo es la Vida, porque allí se encuentran nuestros hermanos y hermanas y que no podemos ser indiferentes a su suerte porque somos responsables y, de alguna manera, guardianes de ellos.