Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Polarización y totalitarismo, ¿o qué?


Compartir

Fácilmente encontramos artículos que tratan las redes sociales como espacios digitales de polarización que van mucho más allá y se incrustan en la vida cotidiana a través de las opiniones. La idea es muy simple y adquiere siempre esta forma: en las redes sociales escucharás lo que quieres escuchar, reforzará tu opinión, se radicalizará y, por tanto, explorará el conflicto con el otro diferente. Esta idea, tal cual, recibe muchos nombres en la historia del pensamiento, de las ideas, de la ética, de la política. Y sirve para explicar grandes conflictos.



Esto, sin embargo, no es así. Es la persona quien se deja convencer, quien permite que esto ocurra y regala su libertad humillada, desposeída de prudencia y crítica –-de capacidad para más allá, para no terminar su tarea–, a la masa gobernada por otros intereses. Actualmente las redes sociales responden, y esto es verdad, al intento decidido y, por ahora al menos muy fructífero, de gobernar pensamientos ajenos con una eficacia que espanta. En lugar de propiciar la complejidad y situar a la persona ante una complejidad grande con una humildad cordial y sensible es explota la necesidad de respuesta para brindar esquemas reducidos y de fácil asimilación. Entonces, quien ya está seguro de saber algo se molesta y se siente herido cuando alguien lo cuestiona u ofrece una alternativa mayor, que requiera más esfuerzo. Ese dolor que le vence, por el cual su explicación ya no es suficiente, le conduce a vivir violentamente o con desconfianza.

En guerra contra los otros

Por otro lado, también ocurre lo siguiente. Una vez que existen grupos polarizados (y la metáfora de granjas para seres humanos enclaustrados y vallados es buena) solo se trata de alimentarlos convenientemente preparándolos así para la guerra contra los otros. Me explico. A lo mejor el conflicto no se está dando en la actualidad, pero sí que es verdad que en la actualidad se están “engordando los ejércitos” para combatir cuando corresponda, si llega el momento. Se les ceba con temas propicios, se va subiendo el tono aceptable para denigrar y desprestigiar, se crean relatos “ad hoc” que se dirigieren y generan imaginarios potentes… Cientos de estrategias con un único horizonte: alentar y vivir bajo el miedo e incrementar el poder sobre los grupos. Y esto, evidentemente, con la sutil indicación a pensar por uno mismo y descubrir la verdad objetiva, la fuerza de los hechos, la incuestionabilidad de la realidad. Lo que no se dice nunca es su parcialidad. Por eso, y como en el caso de la persona egoísta y envidiosa que nunca puede hablar del mal de su egoísmo y de su envidia, la parcialidad que se cree “todo” se llama “totalitarismo”.

Un poco más atrás comprobamos igualmente lo siguiente. Hablamos de la gestación de una masa polarizada. Pero, ¿no hacen falta dos, al menos? Y efectivamente, una postura radicalizada llama a su opuesto radical. Que, curiosamente, usa sin pudor la misma estrategia para alentar sus huestes para el combate. Lo cual es algo que el refranero español ya conoce: “Los extremos se tocan”. De ahí el panorama de conflicto y enfrentamiento casi garantizado, que, por supuesto, entra en la hoja de ruta más elemental del grupo que propició, quiso y desarrolló la tensión en primer momento. Algo que, para muchos ideólogos es, nada más y nada menos, que la conquista del ser humano sobre su propia evolución a fuerza de martillo, de segregación y selección de “los mejores” en el combate. Quizá hoy, como nunca, respondiendo a una exterminación de ideas ajenas más que al genocidio sistemático de “los otros”. Aunque la prevención sobre la guerra nunca es baladí.

El problema actual, tal y como creo que se puede ver, responde fácilmente a una interpretación polarizada. En esto coinciden analistas por doquier y diariamente se regalan al gran público artículos de todo tipo. La pregunta que siempre me hago es: ¿Existe alternativa? ¿Realmente cabe otra posibilidad que, como se dirá en breve si es que no se escucha ya con fuerza, es obligado tomar partido y posicionamiento para no dejarse avasallar, quebrar y corromper? ¿Tan profundamente ha llegado al alma de Europa y Occidente una visión tan reduccionista de la historia, tan alejada de la vida cotidiana, de la cercanía y proximidad asidua con el otro? ¿Tan velozmente se ha perdido la fe en la multiplicidad de dones que es casi lo más evidente de lo evidente y en la necesidad de esfuerzo y cuidado y vigilancia para su armonización? Mejor dicho, ¿alguna vez en la historia de la humanidad se ha vivido alternativa a todo esto?

La llamada a la “guerra cultural” es un hecho ya presente. Se masifica y se nutre de supuestos intelectuales cuya inteligencia sirviente culmina propósitos en esta dirección: defensa y ataque, ataque y defensa, midiendo en términos de conquista, victoria, derrota o fracaso de su ideario. Que estén sonando tambores no implica la necesaria participación. Es más, quizá sea tiempo de resistir en otra dirección, retomar otros senderos y caminos, más próximos a la humanidad y la concordia, que cuestionen de forma claramente diferente la tendencia general de la polarización y el totalitarismo. ¿Existe alguna otra alternativa a todo esto? ¿De verdad queda algo por hacer? Y mi respuesta personal quiero que sea siempre “sí”.