Balance del Concilio de Creta: dialogar a lo ortodoxo

sesión del concilio de las Iglesias ortodoxas en Creta junio 2016
sesión del concilio de las Iglesias ortodoxas en Creta junio 2016

Sesión del Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa

Balance del Concilio de Creta: dialogar a lo ortodoxo [extracto]

PEDRO LANGA AGUILAR, OSA, teólogo y ecumenista | Concluyó en Creta, según lo previsto, el Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa. Abierto el domingo 19 de junio de 2016, su primera sesión fue el lunes 20, la última el sábado 25, y el domingo 26 su clausura con la celebración de la Divina Liturgia. El patriarca ecuménico Bartolomé I dejó esta frase definitiva: “Hemos escrito una página de historia”.

Durante el vuelo Armenia-Roma, el papa Francisco, sabedor de las ausencias, resumía: “Ha dado un paso hacia delante, no con el 100%, pero un paso adelante”. Y añadía: “El resultado es positivo, el solo hecho de que estas Iglesias se hayan reunido en nombre de la Ortodoxia para mirarse a la cara, para rezar juntos y para hablar, es muy positivo”.

Oportuno matiz el del día 29, solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo: al evento de Kolymbari, Creta, habían asistido 156 obispos, y no 290 como unas horas antes se había informado desde los medios. Y es que, si cada una de las diez Iglesias participantes tenía derecho a 25 obispos, Polonia, la República Checa y Chipre no llegaban a tantos. Además, jerarcas de Grecia, Chipre y Serbia, presentes en el Concilio, no habían firmado, según Romfea.gr, ciertos textos finales. Lo trascendente, de todos modos, es que en Creta delegados de diez Iglesias ortodoxas se reunieron por primera vez en más de mil años de historia. Unido lo cual a la decisión de convocar un Concilio cada siete/diez años, no hace sino favorecer la trascendencia histórica de la cumbre.

El Concilio sacó a flote seis documentos y publicó una encíclica y un mensaje final, dirigido al “pueblo ortodoxo y a todas las personas de buena voluntad”. Faltaron Rusia, Bulgaria, Georgia y Antioquía, sí, pero ni en la encíclica ni en el mensaje se alude a este vacío eclesial, y menos aún a las controvertidas circunstancias que lo provocaron.

Gran apología del diálogo inter-ortodoxo, ecuménico e interreligioso la del mensaje, camino para una confianza recíproca. En él se dice, además, que las Iglesias ortodoxas entran en el tercer milenio con una actitud nueva y su horizonte abierto hacia el mundo. Pese a renquear al principio por las negativas a su apertura, Creta pertenece ya, desde luego, a la categoría de signos de los tiempos. Desde el punto de vista de grupos y equilibrios de fuerza, es relevante Serbia, negada en un primer momento, pero también presente al fin.

Moscú y Ucrania

Ya caída su máscara, el Patriarcado de Moscú se mostró como el artífice de las iniciativas para parar in extremis la máquina conciliar en marcha. Con su intencionado mensaje oficial a los primados en sesiones, Kirill, omitiendo la expresión “Concilio”, daba a entender que le negaba así a Creta el rango de Asamblea Conciliar. Hilarion de Volokolamsk, por su parte, alter ego de Kirill, tuvo la osadía de suponer que Bartolomé I, Primus inter pares entre los primados ortodoxos, “daría [con su marcha atrás] prueba de prudencia”, pues, de convocarse, “constituirá una brutal transgresión del reglamento mismo del Concilio”. La raíz de tantas vueltas y revueltas, sin embargo, más que en el consenso, estaba donde sigue: en Ucrania.

el patriarca ecuménico Bartolomé I en el concilio de las Iglesias ortodoxas en Creta junio 2016

El patriarca Bartolomé I en Creta

Los círculos nacionalistas de Kiev pretendieron, de hecho, aprovechar la confusión, y el Parlamento pedir oficialmente a Bartolomé reconocer la autocefalia de la Iglesia ortodoxa ucraniana (hoy con estatuto de autonomía bajo la jurisdicción de Moscú), patrocinando un “Concilio de unificación pan-ucraniana” con que poder unirse “todas las Iglesias ucranianas ortodoxas”. En Creta, por otra parte, la máquina mediática, sobre todo estadounidense, comenzaba a inundar la Red de informes para todos los gustos.

En el mensaje, síntesis de la encíclica, se dice que se priorizó proclamar la unidad y catolicidad de la Iglesia ortodoxa. De ahí el subrayado de las Synaxis preconciliares de los primados y de la convocatoria regular del Concilio cada siete o diez años. Quiere esto decir que hasta entonces, como mínimo, las cosas seguirán según Creta. Habrá que ver hasta dónde y en qué se pueden basar las discrepancias de las Iglesias que ahora han hecho mutis por el foro. Creta, mientras tanto, será referente supremo para la Ortodoxia.

Tal vez no sea ocioso recordar este punto del Concilio: “La Iglesia ortodoxa universal está compuesta de catorce Iglesias autocéfalas locales, reconocidas a nivel panortodoxo. El principio de la autocefalia no deberá activarse en detrimento del principio de catolicidad y de unidad de la Iglesia” (n. 5).

Creta se opuso al fundamentalismo, condenó la violencia militar, las persecuciones, expulsiones y asesinatos de las minorías religiosas, las conversiones forzadas, el tráfico de los refugiados, los raptos, la tortura y las terribles ejecuciones sumarias. De modo especial, se interesó por los cristianos y minorías perseguidas en Oriente Medio. Abundó en el matrimonio, lazo indisoluble de amor entre un hombre y una mujer como “gran misterio… de Cristo y de la Iglesia”. Y sobre la familia, “pequeña Iglesia” que resulta del matrimonio, el solo garante para criar a los hijos.

Estudió, asimismo, la relación fe cristiana-ciencia, la crisis ecológica actual, su no interferencia en política –hasta eludió la situación de Ucrania– y la necesidad de autocrítica en los ciudadanos para mejorar la sociedad. La libertad de conciencia, fe, culto y todas las manifestaciones individuales y colectivas de libertad religiosa, comprendido el derecho de cada creyente a practicar libremente sus deberes religiosos. Y de los jóvenes, a la búsqueda de una vida completa en total libertad, justicia, creación y amor.

Apuesta la encíclica por una eclesiología bíblico-patrística (Padres griegos, que latinos ni aparecen), y una Iglesia cuerpo de Cristo e icono de la Trinidad, que privilegia su misión en el mundo, define a la familia como icono del amor de Cristo por su Iglesia, fomenta la educación según Cristo y se enfrenta a los desafíos contemporáneos de globalización, violencia e inmigración.

Misericordia, no rivalidad

En el discurso a la delegación de Constantinopla llegada a Roma para la fiesta de San Pedro y San Pablo 2016, Francisco alertó perspicaz: “Si, como católicos y ortodoxos, queremos proclamar juntos las maravillas de la misericordia de Dios al mundo entero, no podemos conservar entre nosotros sentimientos y actitudes de rivalidad, de desconfianza, de rencor. La misericordia misma nos libra del peso de un pasado marcado por conflictos y nos permite abrirnos al futuro hacia el cual el Espíritu Santo nos guía”.

Destacó –curioso– la visita conjunta del pasado abril a Lesbos y omitió, en cambio, el encuentro con Kirill en La Habana.

El patriarca Kirill y sus satélites eslavos pretendieron aprovecharse de Creta para echarle un pulso a Constantinopla. ¿Habían medido bien el aguante de Bartolomé I? La destemplanza de algunos metropolitas contrarios al viaje de Benedicto XVI a Chipre provocó en 2010 una Carta de Cuaresma donde Bartolomé avisaba: “No necesita la Ortodoxia ni de fanatismo ni de intolerancia para protegerse. Aquel que cree que la Ortodoxia posee la verdad, en modo alguno teme al diálogo, pues jamás la verdad estuvo amenazada por el diálogo”. Y un Concilio, se quiera o no, empieza siendo eso: diálogo.

En el nº 2.996 de Vida Nueva

 

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