Madrid despide a Alberto Iniesta, un obispo “que siempre quiso vivir en el amor”

funeral por Alberto Iniesta en Madrid Colegiata de San Isidro, 4 enero 2015

La Colegiata de San Isidro acoge los restos del emblemático obispo auxiliar en la Transición

funeral por Alberto Iniesta en Madrid Colegiata de San Isidro, 4 enero 2015

El arzobispo Osoro presidió el funeral por Iniesta ayer en la Colegiata de Madrid

JOSÉ LORENZO | En la tarde de ayer, 4 de enero, el día en que hubiese cumplido 93 años, Alberto Iniesta Jiménez, obispo auxiliar emérito de Madrid, era enterrado en la madrileña Colegiata de San Isidro, en una ceremonia presidida por el arzobispo Carlos Osoro y concelebrada por una veintena de obispos y más de una cincuentena de sacerdotes, algunos de ellos venidos también de Albacete, su diócesis natal y en la que había fallecido el día anterior.

El acto se convirtió en una emotiva despedida a un obispo muy querido, y llenó con alrededor de trescientas personas los bancos del histórico templo madrileño, en una representación en donde tuvo su lugar la llamada Iglesia de base, procedente de su muy querida Vallecas, pero también de la clase política, como personalidades como el exministro de UCD Rodolfo Martín Villa, o el también exministro socialista José Bono.

En todos ellos se materializaban las palabras pronunciada por Osoro en la homilía. “Quien no ama permanece en la muerte, Y don Alberto no quiso permanecer en la muerte. En la vida siempre quiso vivir en el amor”.

El arzobispo madrileño, que reconoció que hablaba todos los meses con Iniesta, quien desde su renuncia pastoral, en 1998, vivía en la Casa Sacerdotal de Albacete, le recordó en esas conversaciones “viviendo apasionadamente con palabras y obras la certeza de que le acompañaba el Señor”, un consecuencia de sus “horas de oración y contemplación en la capilla de la Casa Sacerdotal, su lugar preferido”.

funeral por Alberto Iniesta en Madrid Colegiata de San Isidro, 4 enero 2015

Una veintena de obispos despidió al auxiliar emérito

Gratitud y reconocimiento del Episcopado

Antes de concluir y proceder a su entierro en la capilla de Nuestra Señora del Buen Consejo, a unos pocos metros de donde descansan también los restos de su querido cardenal Tarancón, Osoro quiso brindarle un último adiós, marcado “por la gratitud y el reconocimiento hacia una vida sacerdotal y episcopal gastada en el servicio de Dios y de la Iglesia”.

Un reconocimiento al que no quisieron faltar, entre otros, quienes participaron junto a Iniesta y Tarancón en el gobierno pastoral de Madrid en una época llena de cambios e ilusiones, como fueron el hoy cardenal José Manuel Estepa o Victorio Oliver, obispo emérito de Orihuela-Alicante. Pero también los cardenales Carlos Amigo y Ricardo Blázquez, los arzobispos Juan del Río, Fidel Herráez, Francisco Pérez, Braulio Rodríguez, Javier Martínez, o entre otros, los obispos Ángel Rubio, César Franco, Antonio Algora, Francisco Cases, el auxiliar de Madrid, Juan Antonio Martínez Camino, o el secretario general de la Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo.

Despedida en Albacete el jueves 7

También, por supuesto, Ciriaco Benavente, obispo de Albacete, y a quien se le veía muy afectado por la pérdida. De hecho, Osoro tuvo en varios momentos de su homilía especiales palabras de gratitud hacia él, pero también para toda la diócesis castellanomanchega, que “durante todos estos años ha cuidado y mimado de manera especial a don Alberto”.

Precisamente, la diócesis de Albacete despedirá a quien “ha sido un hombre de la casa, un seguidor de Jesucristo que amaba profundamente a la Iglesia, un intelectual con entrañas de pastor” con un funeral que se celebrará el día 7, a las 11 de la mañana, en la catedral.

“No era un obispo rojo; era un santo”

Antes de comenzar el funeral, los restos mortales de Alberto Iniesta fueron velados en una capilla de la histórica colegiata. Allí, una religiosa recibía, como una Dolorosa, condolencias de quienes se acercaban a despedir a un obispo entrañable. “Soy sor Margarita, de la UVA de Vallecas”, dice al periodista, un barrio al que religiosas como ella y pastores como el que yacía enfrente contribuyeron a dar dignidad cuando no era más que un asentamiento chabolista.

“Nos conocíamos desde hace 40 años. La última vez que hablé con él fue el lunes pasado. Leía siempre sus columnas en Vida Nueva. Y alguna vez le dije. ‘Alberto, ¿cómo has escrito eso…?’. Y me decía: ‘No quiero causar problemas, pero tenía que decirlo…’. No era un obispo rojo, como le calificaban algunos; era un obispo santo, que decía lo que debía. ¡Cómo apoyó a los obreros y qué poco comprendido fue!”.

Ese miedo a lastimar a la institución lo tuvo aguzado hasta el final de sus días. Tras el funeral, el secretario general del Episcopado, José María Gil Tamayo, confiesa con benevolencia que en algunas ocasiones Iniesta le enviaba algún artículo que había escrito “para que lo revisara…”.

Obediencia, pero también libertad profética, aunque le costase disgustos y pusiese en un mismísimo “brete” a Tarancón en los años de la transición política, como este mismo escribiría. Una destacada labor cuyo reconocimiento estos días ha echado en falta el periodista José Hervás, también presente en la ceremonia. “Le conocí en Albacete, cuando yo era seminarista. Ya en Madrid los dos, yo en TVE, le seguí visitando en Vallecas. Seguro que Martín Villa, que está allí delante, recuerda su importante labor en la Transición”.

Ni de su papel en ella ni de su paso por Madrid tienen conocimiento muchos seminaristas madrileños. Una encuesta poco científica en la colegiata lo pone de manifiesto. Otros, aún rezan sus homilías. “Escuchaba todas las que predicaba en su residencia del Dulce Nombre de María, donde vivía con los padres asuncionistas”, recuerda Luci Ortega, de las Hijas del Divino Celo, una congregación de origen italiano a quien Iniesta ayudó a instalarse en Vallecas, donde atienden un centro de acogida de menores. “Fue un pastor humano y acogedor. Un obispo todo brazos abiertos”.

Poco a poco, el templo se va vaciando y toman el relevo los turistas. “¿Alguien sabe quién era este obispo?”, se oye mientras fisgonean entre las coronas de flores…

En el nº 2.971 de Vida Nueva

 

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