Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Tengo una cena


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Esta noche tengo una cena. Hemos quedado unos amigos. Quizá no sea la mejor noche. Andamos todos medio nerviosos, como cuando intuyes que algo va a pasar y a la vez te dices a ti misma que no tiene por qué ser malo.



A la vez estamos tranquilos. Nos fiamos de Él. Creo que es porque nos cuida, siempre nos cuida. Nos cuida porque nos sabe mirar y ve lo mejor de nosotros. Más aún: cuando ve lo peor no vuelve la cabeza, se mantiene cerca y no se va. A mí me ha pasado.

Nos cuida porque no juzga. Y, a la vez, no deja de decirnos lo que ve. Nunca deja de mirar la verdad de las cosas y los días y la gente. Y cuando nos lo dice lo hace con tal delicadeza que duele el posible error o daño, pero no su gesto ni su palabra.

Nos fiamos de Él porque también se enfada y pierde los nervios y desproporciona y se emociona y se viene abajo… pero luego vuelve. Siempre vuelve. Como si nada de lo humano le fuera ajeno, como si no le asustara nada de lo que tiene lugar dentro de nosotros. Como si supiera que nada hay tan terrible que no podamos reconducir y volver a celebrar.

Nos cuida también con pequeños detalles. Esos que no suelen ser habituales en Maestros ni jefes. A veces paseando por los campos se para a contemplar los lirios y le encanta escuchar a los pájaros tumbado al sol. Le gusta poner la mesa y es frecuente que prepare unos dátiles, comparta con nosotros el vino o nos reparta el pan. Y alguien que hace especial una comida, no lo dudes, es alguien que sabrá cuidarte.

Un ambiente cargado

Busca sus tiempos y sus espacios. No dice nada ni lo impone pero nosotros lo vemos. Se retira tranquilo y disfruta esos silencios. Dice que no está solo aunque busque la soledad. Y nunca le vi aislarse cuando alguien le necesitaba. Algún día no tuvo tiempo ni para comer y cuando por fin se recostó con nosotros, sonreía cansado y nos decía: recordad que esto es una excepción, ni se os ocurra hacer de este ritmo algo normal.

Cuando llegamos tarde, suele preparar una jofaina con agua y nos lava los pies, como he visto hacer en mi casa desde pequeña con los que nos visitaban o estaban de paso. Alguien que te lava los pies con esa delicadeza, sin prisa, sin esfuerzo, sin pedir nada a cambio, es alguien que te cuida. Seguro. Se lo cree de verdad. Creo que nos quiere de verdad.

No sé cómo será esta noche. El ambiente está cargado. Él está triste. Se le nota cansado. Algo triste también. Aunque sigue teniendo esa capacidad entrañable para mirarnos a cada uno como si no hubiera nadie más importante en ese instante. Como si le importaras de verdad. Como si se fuera a quedar con nosotros para siempre, en cuerpo y alma. En pan y vino. En caricia y agua caliente. En sol. En mesa compartida.

Y si Él lo dice, pase lo que pase, será verdad. Esta noche tenemos una cena. Pero, sobre todo, tengo un amigo. El Amigo de la Vida.