Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Stanisława Leszczyńska: un ángel de bondad en el campo de la muerte


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Este título -también el de “ángel de la vida”- le fue otorgado popularmente a la comadrona Stanisława Leszczyńska, que en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau atendió 3.000 partos, murió hace 50 años y hoy camina hacia los altares. Tuvo el valor de negarse a asesinar a los recién nacidos judíos -como era la norma en el campo- y a escondidas consiguió entregar muchos a madres que habían perdido a sus propios hijos.



Stanisława era llamada “mamá” por sus compañeras de Auschwitz. De sus memorias, publicadas en 1965 con el título “Raport położnej” (“Informe de una comadrona”), en las que describe su vida en el campo, se desprende que en dicho campo asistió a unos 3.000 partos (más de 4 al día durante casi dos años), en los cuales no murió ningún niño, aunque a la mayoría les esperaba un duro final. Dio a luz al último en un barracón en llamas el mismo día de la huida de los alemanes.

Arriesgar la vida

La santidad canonizable, según la tradición de la Iglesia, requiere la heroicidad de las virtudes. A algunos esta terminología les parece difícil de aplicar y pasada de moda en los tiempos que vivimos, a otros por el contrario les parece que todavía se puede aplicar a ese grado concreto de virtud que se requiere para la gloria de los altares. Sea como sea, si algo caracterizó a esta mujer, que no tuvo reparo en desobedecer las órdenes del médico más sanguinario de los tiempos recientes y arriesgar su vida día tras día sin titubear, es precisamente la heroicidad.

Nacida en mayo de 1896, era hija de Jan y Henryka Zambrzycki. Su padre era carpintero y su madre trabajaba en una fábrica textil. La madre era una alemana de la confesión evangélica de Augsburgo que se convirtió al catolicismo a los 16 años, por lo que hablaba alemán con fluidez. Además, Lodz en el periodo de entreguerras era una ciudad multiétnica en la que polacos, judíos y alemanes vivían en buena armonía.

Ambición profesional

A Stanisława le gustaba cuidar niños desde muy joven. Sus ambiciones profesionales nacieron en 1908 durante un viaje a Brasil, adonde sus padres habían emigrado por motivos de trabajo.  Su participación, con 12 años, en un parto de su madre, que tuvo lugar en un barco rumbo a Río de Janeiro, resultó decisiva. De hecho, en 1908, Stanisława se marchó con toda su familia a Brasil, donde vivía un pariente cercano por parte de madre. Regresó a Polonia en 1910, retomando los estudios en una escuela secundaria, interrumpidos por su marcha, de la que se graduó en 1914.

En 1920 se trasladó a Varsovia, donde comenzó sus estudios en de obstetricia. En 1922, siendo esposa de Bronisław Leszczyński y madre de dos hijos, se graduó con honores en la Escuela Estatal de Obstetricia de Varsovia, tras dos años de estudios profesionales.

La matrona polaca Stanisława Leszczyńskaok

La matrona polaca Stanisława Leszczyńska

Al poco tiempo de incorporarse a su trabajo, fue conocida y apreciada por su profesionalidad y dedicación. Prueba de ello es, por ejemplo, que las mujeres solían venir a Lodz a propósito para que fuera ella quien atendiera sus partos y a menudo ayudaba a las mujeres por la noche. Su hija Sylwia recordaba años más tarde que incluso una vez interrumpieron a propósito un espectáculo al que asistía en el teatro para llamarla a ella para que asistiera en el parto. Cuentan que una vez no pudo dormir durante tres días seguidos, corriendo de una casa a otra.

Relaciones cotidianas

Stanisława mantenía estrechas relaciones con la comunidad judía. Antes de la guerra, su piso de Łódź, en el número 7 de la calle Żurawia, estaba en las inmediaciones de una escuela religiosa judía, y de una sinagoga, por lo que era natural que mantuviera relaciones diarias con los seguidores del judaísmo, que, según datos de 1921, constituían el 34,5% de la población de la ciudad.

Sabemos por el relato de su hijo que Stanislawa no sólo sabía yiddish, sino que también participaba en diversas fiestas judías. Su intimidad con los seguidores del judaísmo queda patente, por ejemplo, en el hecho de que cuando cayó enferma, el rabino local pidió oraciones en su comunidad por su curación. Durante la guerra arriesgó su vida para ayudar a los judíos de Lodz. Los bienes producidos en el gueto de Lodz pasaban de contrabando al resto de la ciudad a través de su piso. Sabemos también de una chica del gueto que encontró temporalmente refugio en casa de la familia Leszczynski.

Todos detenidos

Durante la guerra, gracias al patrocinio de las mujeres alemanas de las autoridades de ocupación, Stanisława pudo moverse por la ciudad durante el toque de queda, ejerciendo su profesión. Su marido Bronislaw trabajaba en la imprenta de Boleslaw Kotkowski en Lodz, donde preparaba documentos para partisanos y judíos. Los enviaban al gueto dos o tres veces al mes. Desgraciadamente, a raíz de una denuncia, toda la familia fue detenida. Sin embargo, los militares sólo consiguen apoderarse de la comadrona y de los tres niños, ya que el mayor logra escapar por la ventana junto con su padre, que, sin embargo, será asesinado en los días del Levantamiento de Varsovia. Después de ser interrogados por la Gestapo, los dos hijos menores fueron enviados al campo de Mauthausen-Gusen, y Stanisława y su hija fueron enviadas el 17 de abril de 1943 al campo de Auschwitz-Birkenau, donde ella recibió el número 41335 y su hija el 41336.

A la madre y la hija no las separaron y, en cambio, resultaron útiles para las mujeres del campo, ya que la madre había podido conservar su diploma de comadrona, para sacárselo cuando llegase el momento, y su hija, que había comenzado los estudios de medicina en la universidad, podía hacer uso de los conocimientos médicos adquiridos. El buen momento llega en mayo de 1943, el día en que “Schwester” Klara, que era la comadrona oficial del campo, cayó enferma. Hay que aclarar que ésta, más que comadrona, era la infanticida oficial del campo, y nadie puede dejar de notar el evidente contraste entre ambas funciones.

Espantoso final

La tal Klara cumplía condena en prisión por infanticidio y obtuvo, junto con su libertad, el encargo oficial de continuar esta actividad criminal en el campo de exterminio, ayudada por “Schwester”  Pfani, una prostituta a la que habían asignado dicho trabajo. Los bebés eran arrebatados casi inmediatamente a sus madres y ahogados uno a uno en un barril lleno de agua y excrementos, y sus cuerpecitos acababan siendo devorados por las ratas que pululaban por allí. Sólo escapaban a este espantoso final los que tenían ojos azules y rasgos somáticos tales que podían ser dados en adopción a parejas alemanas sin hijos.

Hace poco una interesante película, “La zona de interés” ha recordado como a las mismas puertas del campo, la mujer y los hijos del comandante en jefe de Auschwitz vivían tranquilos sin sospechar los horrores que dentro se cometían. Increíble pero así fue la realidad.

Cuando Stanisława ocupó su puesto, el único equipo que se le dio consistía en un par de tijeras, un frasco de medicinas y algunas vendas, nada más. Las órdenes de eliminar los niños judíos eran claras y provenían directamente del doctor jefe del campo, Josef Mengele, de dramático recuerdo, llamado el “ángel de la muerte” de Auschwitz, sin duda uno de los personajes más tenebrosos del siglo XX. En agosto de 1943, ella misma se convirtió en objeto de los terribles experimentos de Mengele, Stanisława recibió una inyección y luego enfermó de fiebre tifoidea. Estuvo en observación durante varios días, pero conocía el peligro de parecer excesivamente enferma, por lo que disimulo como pudo hasta que se recuperó.

Golpeada y vejada

También su hija Sylwia fue golpeada y sometida a experimentos médicos. En dos ocasiones le ordenaron ir a la cámara de gas, pero Stanisława luchó, sabiendo que era indispensable. Si iban a matar a su hija, dijo, ella también iría a la cámara. Y como el campo necesitaba una comadrona, madre e hija se libraron de la cámara y fueron devueltas a sufrir las constantes agonías de la vida en Auschwitz.

Esta mujer fue capaz de desafiar a las autoridades del campo al negarse a asesinar a los recién nacidos judíos; por el contrario, cuando podía los entregaba en secreto a aquellas madres que habían perdido a sus propios hijos. Stanisława, como comadrona, no tenía que pasar lista todos los días como otras prisioneras. También tenía más libertad para moverse por el campo, lo que aprovechaba para llevar a las mujeres enfermas medicinas, ropa de cama o agua a los barracones donde tenían lugar los partos, con el fin de garantizar una higiene elemental a los niños y a las madres. Por los recuerdos de su hija y otros supervivientes del campo, sabemos que antes de cada nacimiento Stanisława rezaba por la salud de los niños y sus madres, y los cuidaba con auténtica dedicación. Cuando veía que iban a morir, en secreto los bautizaba.

Riesgo constante

Alrededor de tres mil veces desobedeció la comadrona a las órdenes recibidas, arriesgando en cada una de ellas el acabar en la cámara de gas. Pero no pudo llevar a cabo totalmente sus planes de salvar vidas, pues después de unos meses Klara volvió al trabajo, si bien como adjunta, no como responsable. Aun así, de los tres mil niños que pasaron por sus manos, mil quinientos fueron ahogados por la propia Klara cuando reanudó su trabajo, sin que Stanisława pudiera evitarlo. Unos cientos fueron dados en adopción y, de las veces en que pudo burlar la vigilancia de la infanticida, unos mil murieron de frío y hambre. Además, en los barracones donde se alojaban las embarazadas no sólo había ratas y todo tipo de insectos, sino que muchas de las mujeres estaban enfermas de disentería, por lo que había un hedor a heces en la habitación todo el tiempo.

Años después, en 1973, explicó en cierta ocasión que fueron su fe en Dios y su confianza en María las que le permitieron sobrevivir a aquel horror: “Esto es lo que me hizo más fuerte cada día y cada noche que pasé en un trabajo extenuante, siendo el trabajo y el sacrificio sólo una expresión de mi amor por los niños pequeños y sus madres, cuyas vidas intenté salvar a toda costa. De lo contrario, no habría podido sobrevivir”.

Compañeras solidarias

Las compañeras de prisión la querían y ayudaban en su labor de intentar salvar vidas, y esta apreciación generalizada hizo que las autoridades del campo la respetasen. Hasta Mengele llegó a respetarla, aunque se burlaba de ella. Una vez, cuando entró y vio a las mujeres celebrando tranquilamente la Nochebuena con una hogaza de pan dividida como el tradicional opłatek polaco, se detuvo en la puerta y murmuró que en ese momento casi se sentía humano. La bondad de Stanisława empezaban incluso a afectarle, pero por desgracia no lo suficiente

Cuando el campo fue liberado el 26 de enero de 1945, ella se negó a abandonar el campo hasta las mujeres de la enfermería pudieron abandonarlo. Al acabar la guerra, no sólo sobrevivió a aquel horror junto a su hija, sino que después de la guerra tuvo la alegría de reunirse con sus dos hijos, regresar a Łódź y volver a hacer lo que había hecho hasta entonces: ayudar a la nueva vida. “No me arrepiento de nada, de ninguno de los sacrificios que hice”, decía a los suyos.

Por su parte, el “ángel de la muerte” Josef Mengele, acusado de innumerables delitos contra la humanidad, consiguió escapar de las autoridades alemanas y norteamericanas después de la guerra y huir a Brasil, donde murió de un ictus mientras nadaba, el 7 de febrero de 1979.

Un relato silencioso

Tras la guerra, Stanisława permaneció en Łódź, donde trabajó hasta su jubilación, se retiró en 1957. No le gustaba hablar mucho de sus experiencias en el campo, no tanto por el trauma, sino más bien porque no quería crear prejuicios contra los alemanes. Sin embargo, en 1956, como hemos dicho sus memorias fueron publicadas. En dicha ocasión, dijo: “Presento mi relato en nombre de las madres y los niños, aquellos que no pudieron contar al mundo el mal que se les hizo”. Basándose en este libro, en 1970 se escribió un oratorio con música de Anna German y Jerzy Maksymiuk.

Sus tres hijos mayores estudiaron medicina y se convirtieron en médicos, mientras que el menor estudió música y derecho. El 27 de enero de 1970 tuvo lugar en Varsovia un encuentro entre Stanisława, las madres de Auschwitz y los niños nacidos en el campo. De todos los niños que había salvado, sólo habían sobrevivido unos treinta, y algunos de ellos asistieron a su funeral en 1974. Todavía hoy son testigos de la grandeza de esta mujer.

Comunión diaria

En 1973 su salud se deterioró, durante su enfermedad recibía diariamente la comunión, lo que aliviaba su sufrimiento. Stanisława  murió de cáncer de intestino el 11 de marzo de 1974, a los 78 años, en Lodz. Fue enterrada con el hábito de terciaria franciscana, y a su funeral asistieron miles de personas, judíos y cristianos, muchas antiguas compañeras de Auschwitz.

Durante su segunda visita a Polonia, un grupo de mujeres regaló un cáliz a Juan Pablo II y en el Santuario de Nuestra Señora de Czestochowa, el pontífice celebró misa en junio de 1983 con este gran cáliz, adornado con cuatro figuras talladas en marfil que representaban a las cuatro mujeres más importantes de la historia de Polonia: Santa Eduvigis de Silesia, Santa Eduvigis Reina, la beata María Ledochowska y, última en orden de tiempo, pero no en heroísmo y virtud, Stanislawa Leszczynska.

La matrona polaca Stanisława Leszczyńskaok

La matrona polaca Stanisława Leszczyńska

En 1992 comenzó su proceso de beatificación y en 1996, en el centenario de su nacimiento, sus restos fueron trasladados desde el cementerio municipal y velados en la iglesia de la Asunción de la Virgen María, en cuya cripta recibió nueva sepultura. Muchas personas, sobre todo enfermeras y matronas, peregrinan a su tumba. Varias asociaciones de enfermeras y una escuela de enfermería llevan su nombre.

En 2021 se estrenó el documental “La comadrona”, dirigido por Maria Stachurska, pariente de la heroica enfermera. En España fue estrenado en Barcelona en marzo del 2023, y al estreno asistieron el Cónsul General polaco en Barcelona y el Cónsul Honorario de Israel. Estuvieron presentes representantes de los consulados de muchos otros países y de las comunidades polaca y judía en Barcelona. También estuvieron presentes el futbolista Robert Lewandowski y su esposa Anna, de quien Stanisława Leszczyńska era bisabuela.