Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

¿Quién no quiere resucitar?


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Dice el Libro de la Sabiduría que a quienes oprimen al pueblo “la sola presencia de un justo les resulta insoportable”. Ésta es la razón por la que ejecutaron a Jesús: su mera presencia les resultaba insoportable. No le mataron porque conspirara ni agitara, profanara o denunciara, sino porque el solo hecho de que fuera posible su bondad lo estaba cambiando todo.



La belleza de su santidad

Un rostro que resplandece bondad, una voz que canta la verdad, un corazón que muestra compasión es una grieta que pone en evidencia hasta su raíz a todo el imperio del mal. Lo intolerable era la belleza de su santidad.

Quizás a veces necesitamos adoptar la mirada de quienes no soportaban la presencia de Jesús para darnos cuenta de la imbatible fuerza transformadora de la mera presencia del amor, incluso en las situaciones más adversas; incluso en los nudos que creemos no se pueden desatar.

La mera presencia de Cristo resucitado en medio de la historia lo transforma todo. No hay rincón de nuestra vida que no se vea radicalmente afectado, no hay piedra ni flor ni estrella que no rompa a cantar el invencible amor de Dios. ¿Quién quiere resucitar?

Heridas curadas

Por más oscuro que sea el mal, la llama de la Resurrección rompe todas las tinieblas, quiebra la roca de cualquier autoritarismo, rasga todos los abusos, corta las cadenas de la explotación. La Resurrección de Cristo hace arder de amor todas las heridas del mundo y de cada corazón. Cristo acoge en su costado cada una de nuestras heridas y las convierte en herida incendiada de amor, herida encendida que nos ilumina como antorcha en la peor opresión.

Cristo resucitado, de nuevo en pie ante toda la Tierra, nos pone en pie a cada uno de nosotros. ¡Pongámonos en pie con Él! Nos llena de una dignidad que no hay poder, dinero, violencia ni muerte que pueda postrar ni vencer.

Que nada nos robe la esperanza. Que nadie nos quite la alegría si ponemos el corazón en Él, si nos unimos a su eterna libertad.

Allí donde se rompe a un ser humano, hay una herida de la que sale Cristo resucitado. Allí donde se encierra a inocentes o se bombardean edificios de familias, hay una tumba de la que emerge Cristo resucitado. Allí donde hay un amor herido, un corazón aislado, una casa sin luz o un inmigrante naufragado en medio de la ciudad, salgamos a su paso deprisa como María porque nos encontraremos a Cristo resucitado. ¿Quién quiere resucitar?

No dejemos que nos roben la esperanza, no dejemos que oscurezcan la fe, no nos rindamos a que el pueblo de nuestros barrios haya dejado las redes comunitarias, las celebraciones, las luchas en común. No nos resignemos a no resultar insoportables al mal. La dignidad del Traspasado y Resucitado es imbatible.

Elijamos lo que solo el amor puede hacer. Elijamos cada día lo que merece ser eterno. Elijamos el amor de Dios en cada cosa y cada momento. Elijamos resucitar. Elijámosle siempre a Él, nuestro Señor. No dejemos que nuestras vidas, nuestros barrios, y la humanidad sean menos que fraternidad y vida plena. Cristo vive, ¿¡Quién quiere resucitar!?