Para vivir una Iglesia sinodal


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Una premisa más que una propuesta

Una premisa es necesaria para cualquier discurso sobre la sinodalidad de la Iglesia, especialmente si no queremos tener un discurso técnico, de puro método, sino un discurso existencial que nos ayude a vivir la Iglesia de forma sinodal. De hecho, las propuestas metodológicas pueden ser múltiples, pero no todas son adecuadas para cada Iglesia local.



Los procesos de escucha, diálogo y discernimiento comunitario serán necesariamente diferentes según se desarrollen en una gran y distraída ciudad occidental, donde, desgraciadamente, desde hace años existe una desconexión entre los fieles y sus parroquias y aún más con sus pastores, o según se desarrollen, por ejemplo, en una comunidad rural de un país africano que ha recibido formación cristiana por parte de catequistas laicos y que vive alrededor y de la vida de la parroquia o de la misión, o bien en una comunidad de un país donde los cristianos son una minoría y, tal vez, una minoría perseguida.

Y aquí está la premisa: es necesario que las comunidades cristianas, ante la variedad de situaciones que vive la Iglesia, para vivir la Iglesia en forma sinodal, para caminar juntos, independientemente de los procesos eclesiales elegidos, se encuentren todas en el sentimiento común de amor a la Iglesia y en el conocimiento común de lo que la Iglesia es y hace. De lo contrario, su participación en los mecanismos de toma de decisiones, sean cuales sean sus formas, corre el riesgo de convertirse en un ejercicio de poder, tal vez inconsciente, pero a veces interesado.

La Iglesia vive un tiempo difícil

Por supuesto, es inútil negarlo: la Iglesia vive un tiempo difícil, el momento de la vergüenza[1] en el que “debe afrontar la falta de fe y la corrupción también dentro de ella”[2] y está “llamada a confrontarse con el peso de una cultura impregnada de clericalismo, heredada de su historia, y de formas de ejercicio de la autoridad en las que se insertan los diversos tipos de abuso (de poder, económicos, de conciencia, sexuales)”[3]. Hay que reconocer, sin embargo, que el camino que ha tomado, sobre todo desde el inicio de este milenio, empezando por San Juan Pablo II con las peticiones de perdón del 12 de marzo de 2000 y continuado por los Papas Benedicto XVI y Francisco, sobre todo en lo que se refiere a la transparencia y a la búsqueda de justicia respecto a los abusos sexuales y a los escándalos financieros, constituye una dolorosa y seria asunción de responsabilidad.

Una imagen a la que referirse

Si todo esto ha desfigurado la imagen de la Iglesia, dirijamos entonces nuestra mirada a la preciosa imagen que se representa en el espléndido mosaico de una de las más bellas iglesias de Roma, la ciudad desde la que escribo, la basílica de Santa María in Trastevere. Esta es una Iglesia muy antigua, la primera dedicada a la Virgen María que se construyó en Roma, y también es conocida fuera de Italia por ser la sede de la Comunidad de Sant’Egidio que ha hecho de la acogida el centro de su misión. Ahora bien, en el ábside de la basílica vemos a Cristo y a su Madre compartiendo el mismo trono, están tan cerca que sus cuerpos se tocan y Cristo puede rodear con su brazo derecho los hombros de la Virgen, que tiene una corona en la cabeza y a su vez indica a su Hijo con la mano izquierda.

Aunque la mujer representada junto a Cristo es ciertamente María, la figura representa también y sobre todo a la Iglesia, joven y espléndidamente vestida en el momento de las bodas eternas. Esta imagen es realmente rica en significado: el Señor, de cuya fidelidad no se puede dudar, abraza a la Iglesia y, al hacerlo, expresa su amor por ella y manifiesta su protección; la Iglesia, a su vez, no puede dejar de sentir el peso ligero y tranquilizador de la mano de Jesús, sin cansarse nunca, como hace María, de señalarlo al mundo como el único camino de salvación.

Es la conciencia de ser amada y protegida por Cristo lo que da a la Iglesia la certeza de que Él camina con ella y el impulso para comprometerse en “el camino de la sinodalidad que es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”[4] saliendo de sus confines para encontrar y acoger a cualquiera que necesite ser escuchado, amado y servido.

Conocer la Iglesia para amarla

El tiempo difícil que atraviesa la Iglesia a causa de la traición de muchos, no debe ocultar el mucho bien realizado por sus miembros en siglos pasados y en nuestros días. Es necesario “hacer memoria sobre cómo el Espíritu ha guiado el camino de la Iglesia en la historia y … reconocer y apreciar la riqueza y la variedad de los dones y de los carismas que el Espíritu distribuye libremente, para el bien de la comunidad y en favor de toda la familia humana”[5]. Por supuesto, el sistema de medios de comunicación de masas no favorece este conocimiento porque tiende a propagar principalmente noticias escandalosas relativas al mundo eclesial, mientras que las noticias relativas al bien no se destacan o están destinadas a ser difundidas principalmente por los medios católicos.

Pero es verdad también que, al fin y al cabo, el bien se hace en silencio y la humildad es un ingrediente necesario.  Por eso, para reconocerlo, miremos a personas concretas, miremos a tantos sacerdotes, religiosos y religiosas, pero también a laicos, consagrados o no, que, animados por el deseo de dar testimonio de Jesús, comparten con los demás el don de su liberación y la alegría del Evangelio.

Pensemos en sus sacrificios en estos tiempos de pandemia, acerca de los enfermos en nuestros hospitales, o en los países en guerra donde hacen todo lo posible por defender a las mujeres y los niños cuyos derechos son pisoteados, o en la acogida de los emigrantes o los “descartados”. Todos conocemos a más de uno, y si no los conocemos vamos a buscarlos, vamos a escucharlos y hacemos que nos escuchen, porque juntos somos la Iglesia.

Luego, por supuesto, también es importante conocer la Iglesia en su aspecto institucional, a todos los niveles, tenerle respeto, reconocer sus prerrogativas, porque, querida por el Señor y concebida así, orienta a los fieles en las cuestiones de fondo, mantiene la unidad y, como toda institución, contribuye a crear orden. Pero si el punto de partida es el amor y la estima por la Iglesia como Pueblo de Dios y como institución, ¡con qué gran entusiasmo se participará en los procesos de decisión!

Un primer paso para vivir la sinodalidad

Una modesta propuesta que nos aventuramos a presentar es la de crear una sinodalidad, por así decirlo, “de familia”, que se proponga crear o recrear esos lazos de acogida recíproca cotidiana, especialmente entre las personas consagradas y los laicos.

En este tiempo pandémico de sufrimiento que hemos vivido y que aún no se ha superado del todo, todos hemos sentido la falta de la cercanía física de nuestros seres queridos, de nuestros amigos y de nuestros hermanos y hermanas en la fe con los que no hemos podido participar en las celebraciones eucarísticas. Parece, pues, un momento oportuno para renovar aquellas costumbres de cercanía y acompañamiento por las que en muchas familias existía un vínculo especial, que duraba años, si no toda la vida, con los sacerdotes que habían celebrado matrimonios y bautizos, un vínculo necesario y saludable también para ellos.

Hoy, el acompañamiento de las familias, más necesario que nunca, lo realizan también las religiosas o los laicos que se dedican a esta delicada tarea: abrámonos a ellos, animémosles a aceptar nuestra amistad, reunámoslos con nuestros amigos “lejanos”, hagamos Iglesia con ellos, caminemos juntos con ellos y serán nuestra correa de transmisión con las instituciones eclesiales, nos harán sentir más cerca de ellas mientras nos preparan y animan a participar activamente en el camino sinodal que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio.

Por Flaminia Giovanelli. Ex subsecretaria del Dicasterio de Desarrollo Humano Integral y miembro de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos.


[1] Francisco, llamamiento al final de la Audiencia general del 6 de octubre de 2021.

[2] Sínodo 2021-2023, Por una Iglesia sinodal. Documento preparatorio, n.6.

[3] Ibid.

[4] Francisco, Discurso para la Conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015.

[5] Sínodo 2021-2023, op.cit. n.2.