Raúl Molina
Profesor, padre de familia y miembro de CEMI

Es Adviento en la escuela


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No hay nada que pese más que la esperanza en el día a día de los docentes que ven en cada alumno un ciudadano del futuro. Trabajan para que cada uno de esos futuros ciudadanos sean capaces de valerse por sí mismos y comprendan la importancia del compromiso con la sociedad.



Por eso nuestra oración debe ser que su “amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad” (Flp 1,9), para que no desfallezcan en esa que, posiblemente, sea una de las más nobles tareas: “rellenar los barrancos hasta hacer que el suelo se nivele, para que Israel camine seguro” (Bar 5,7). Y es que hay tanto barranco que rellenar, tanta desigualdad que nivelar: niños y niñas con dificultades de aprendizaje, con dificultades económicas; adolescentes mal-tratados por otros alumnos, o que no gozan de un soporte familiar que los anime a crecer, a entender la vida como un regalo; listas incontables de problemáticas psiquiátricas; almas endurecidas en cuerpos infantiles; niñas maltratadas y abusadas… Muchos de nuestros alumnos andan por la vida como andan por la escuela: mal agarrando el lápiz para trazar a duras penas un futuro que no les interesa.

Desalentados

¡Cuántas veces nos descubrimos desalentados, pensando que nuestra tarea no conseguirá cambiar nada! ¡Cuántas veces vamos “llorando, llevando la semilla!” (Sal 126,6) En ese desaliento nace nuestra esperanza. Dios nos pone ahí, clamando en el desierto para que preparemos su camino (Is 40,3), sembrando porque es lo que toca, disfrutando muchas veces al ver el fruto de nuestro trabajo, pero aceptando, otras tantas, el no saber a dónde van nuestros esfuerzos, nuestros días de desasosiego.

Parece que el capricho de la esperanza no es echar raíces en un futuro alentador, sino en un presente desconcertante, en la tarea no siempre llevadera, en la soledad del desierto, en los caminos torcidos.

Conviene sacudirse el polvo.