¿Cuál es el sentido de nuestra vida?


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Nadie podrá olvidar que el jueves 22 de febrero tuvo lugar un espantoso incendio en dos edificios de Valencia. Con el tiempo hemos ido sabiendo que entre las diez víctimas mortales que causó se encuentra una familia completa: el padre, la madre y dos hijos pequeños, el menor de los cuales es una niña –Carla– de quince días (su hermano Víctor tenía dos años). Cuando lo supe, lo que me vino a la cabeza es la pregunta por el sentido: ¿cuál es el sentido de esa vida de quince días –o de dos años–? Me paree que, si Dios no interviene –de la manera que solo él sabrá–, humanamente no hay mucho lugar a respuesta alguna.



En la Escritura, de una forma u otra, Dios se presenta como sentido de la vida humana, como el destino natural de la persona. Así, a la memoria acuden las palabras del salmo: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 42,2-3). Un anhelo que muestra perfectamente la orientación de la vida humana. En la misma línea –aunque conforme al género profético– va Amós, uno de los profetas más antiguos de la profecía bíblica: “¡Buscadme y viviréis! No busquéis a Betel, no vayáis a Guilgal, no paséis por Berseba; porque Guilgal será deportada y Betel será aniquilada. Buscad al Señor y viviréis” (Am 5,4-6).

Llama la atención que este precisamente sea uno de los pocos oráculos de salvación de un profeta cuyo mensaje lo llena sobre todo la denuncia y el anuncio de juicio. Además, está en el contexto de la crítica a la religión “oficial”, con la mención de dos santuarios –Betel y Guilgal– famosos en el antiguo Israel: Dios siempre está más allá de santuarios y de las mediaciones autorizadamente establecidas.

En el fondo, la idea de la alianza –fundamental en la Biblia– está arraigada es una relación personal: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Lv 26,12, por ejemplo), en el que Dios es el destino, la meta del ser humano. En el caso del Nuevo Testamento, la persona de Jesús se convierte en la mediación definitiva de esa relación personal con Dios. Así, la sangre de Jesús es “sangre de la nueva alianza”: “Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: ‘Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía’” (1 Cor 11,25).

Una visita muy breve

Solo Dios puede dar razón de la vida de la pequeña Carla –y de tantos otros niños–, cuya visita a este mundo nuestro ha sido tan breve. Aunque no haga falta, a nosotros solo nos queda encomendarla a sus manos de Padre. Nos vendrá bien, porque nos consolará, en la medida de lo posible.