¿Cómo será el cuerpo de la resurrección?


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Me permito empezar este texto con una cita de mi amiga Teresa, que ya se ha asomado a este espacio en alguna ocasión. Dice a propósito de las apariciones del Resucitado: “Siempre he pensado que los cuerpos resucitados serán distintos y, como pasó con Jesús, nosotros no los reconoceremos cuando resucitemos también. ¿Cómo va a ser igual el de una tía mía que falleció cuatro días antes de cumplir 100 años que el de un sobrino que falleció a los quince días de nacer?”



Sin embargo, parece razonable pensar que un cuerpo resucitado necesariamente ha de tener alguna relación con el de la persona en este mundo terreno (porque, de lo contrario, no seríamos nosotros). Entonces, ¿cómo será el cuerpo resucitado de alguien que ha vivido cien años? Caricaturizando: ¿se podrá “elegir” el cuerpo más “adecuado”: el de los 18 años, el de los 25, el de los 40…? Y en otra persona que ha vivido solo quince días, ¿cómo será su cuerpo resucitado?

A san Pablo le preguntaron los corintios sobre el cuerpo de la resurrección: “Alguno preguntará: ‘¿Y cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?’” (1 Cor 15,35). Es muy lógico que los corintios, que vivían en una cultura para la cual la resurrección era poco menos que una estupidez y algo rechazable, habida cuenta de que ellos, conforme al pensamiento helenista, imaginaban la pervivencia más allá de la muerte más bien por medio de la inmortalidad del alma, se interesaran por esos pormenores de la resurrección.

Cuerpo glorioso

Al Apóstol solo le cabe recurrir a una imagen: “Insensato, lo que tú siembras no recibe vida si (antes) no muere. Y al sembrar, no siembras el cuerpo que llegará a ser, sino un simple grano, de trigo, por ejemplo, o de cualquier otra planta. Pero Dios le da el cuerpo según ha querido, y a cada semilla su propio cuerpo. No toda carne es la misma carne, sino que una cosa es la carne de los humanos, otra la carne de los animales, otra la carne de las aves y otra la de los peces. Y hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero el resplandor de los celestes es uno y el de los terrestres, otro; uno es el resplandor del sol y otro el resplandor de la luna, y otro el resplandor de las estrellas; pues una estrella se distingue de otra por su brillo. Lo mismo es la resurrección de los muertos: se siembra un cuerpo corruptible, resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita espiritual. Si hay un cuerpo animal, lo hay también espiritual” (vv. 36-44).

O sea, que la resurrección transformará nuestros cuerpos, que son parte de nosotros (mejor dicho, que somos nosotros), aunque no alcancemos a imaginar cómo será esa transformación y tengamos que conformarnos con meras aproximaciones. Lo que Pablo llamaba cuerpo glorioso o espiritual.