Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Como gato panza arriba


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Hace poco, en una conversación de amigos de estas que a veces la vida te regala “a pecho descubierto”, llegábamos a una conclusión dolorosa: “Ya no te quiere”. Una relación muy importante para una persona, llena de sentido y de vida durante un tiempo, empezaba a hacerle daño repetidamente. Desde fuera lo veíamos muy claro, pero ¡qué difícil verlo cuando es para uno mismo! Es mucho más fácil decir: “ya no te quiere”, que “ya no me quiere”, porque implica asumir algo terriblemente doloroso. Asumir que algo que no querías que acabara nunca, ha terminado. Asumir que por mucha vida que des, nada asegura que te sea devuelta. Asumir que a quien quieres, no te quiere. Asumir, en definitiva, que es momento de parar, de abandonar.



Aquella conversación me ha recordado otras situaciones de este último tiempo. Tienen en común la fina línea que separa la perseverancia, la confianza, la paciencia, la capacidad de seguir apostando por algo o alguien una y mil veces… y la torpeza para darte cuenta de que “ya no te quieren”, ya no toca seguir ahí, ya es tiempo de retirarse, ya hay que asumir que la situación ha cambiado. Puede ocurrirnos en todos los ámbitos y lo que en un momento fue puro arte y vida plena, si no logramos parar a tiempo se convierte en dolor y un desgaste enorme. Y, lo que es peor, coloca a la persona en una situación de defensa permanente, de achicamiento continuo, de tristeza vital.

Paradoja del mundo gatuno

Me recuerda mucho una curiosa paradoja del mundo gatuno. Seguro que has oído alguna vez la expresión “se defiende como gato panza arriba”. Lo curioso es que, a la vez, no hay postura más confiada y amigable para un felino que ponerse frente a ti boca arriba porque es su postura de mayor vulnerabilidad. De entrada, el gato no quiere que acaricies su panza, aunque te la muestre, porque es una de las zonas más sensibles de un gato (a diferencia de un perro). Simplemente le bastará con que le acaricies la cabeza o te quedes a su lado o juegues miradas cómplices con él. Cualquier movimiento brusco puede vivirlo como una amenaza, justo por estar en una posición que le hace tan débil. De ahí el refrán: te defiendes como gato panza arriba, desesperadamente, agresivamente, con uñas y garras…

Qué curioso que la misma postura que define a quien se defiende asustado sea la misma que expresa la máxima confianza y entrega al otro. Quizá por eso duele tanto. Quizá por eso nos resistimos tanto a aceptar que “allí” donde podías tumbarte y abandonarte sin miedo, ahora es una trinchera defensiva y una amenaza continua. “Ya no te quiere” –te dirán tus amigos–, “ya no es tu lugar”, “déjalo ya”, “no esperes nada”…

Y llegará un día en que vuelvas a poder tumbarte panza arriba, por el puro placer de jugar y dejarte cuidar, sin tener que agotarte pensando por dónde vendrá el próximo golpe, o el próximo silencio, o la próxima ausencia. Y será entonces cuando no dolerá y podrás pasar de escuchar “ya no te quiere” a decir “ya no me quiere”. Y no pasará nada. Solo una cálida sonrisa por los buenos recuerdos que t e habitan la piel. Y nada más. A seguir viviendo. La vida va a volver acariciarte la cabeza y a querer jugar contigo como gato panza arriba. Ya verás…