Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

El drama del humanismo digital


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Tomo el título de la obra de Henri de Lubac porque, de algún modo, se dilucida lo mismo. La persona que, buscando lo que es, queriéndose olvidar de todo lo demás que no sea ella y centrada en sí misma de tal modo que lo demás resulte indiferente, termina destruyéndose, desgarrándose y doblándose hasta fracturarse.



El drama del humanismo ateo fue querer prescindir de todo lo demás absoluto para describirse como lo esencial de lo esencial y topándose de bruces con una contingencia y precariedad de la que no se supo dar cuenta. Lo que molestó al hombre que buscaba explicar qué era ser humano fue precisamente la humanidad.

Algo similar pienso que ocurre hoy en la tentativa digital. Lo que molesta es la humanidad, que pretende ser resulta a golpe de prótesis, aplicaciones y sueños, pero que, como en realidad se da cuenta de lo que está sintiendo y viviendo respecto de sí mismo, concluye finalmente que lo mejor es la sustitución de lo humano en su complejidad, comenzando por despojarse de su carne y huesos, de su afectividad y padecer, del esfuerzo de pensar la vida para que la den hecha.

El mercado y el capitalismo

En otro artículo del blog hablaba de “ocio” y “ociosidad” como contrapuestos, casi enemigos. En una época en la que las ocupaciones y preocupaciones han hecho ver que todo esto de vivir es un trabajo costosísimo, hasta el punto de ser un castigo, la misión del amor a Dios y al prójimo no ha logrado vencer la íntima culpa derivada de la responsabilidad que tenemos con nosotros y con todo otro en nuestra libertad. El “ocio” centraba el discurso sobre el tiempo y la vida frente a lo que no era tal, frente a lo que no permitía atender a lo esencial, que siempre tenemos la tentación de dejar en la cuneta y excluir, por pesado. El “negocio”, dominante en la sociedad occidental extremadamente capitalista y orgullosa de su mercado, al que se atribuye ser garante y fundamento de libertades y posibilidades sin igual, ha pasado a primer plano. Lo llaman trabajo, pero trabajos hay muchos. Dicen que es empleo, pero también hay otros tantos.

El caso es que el ocio, en un momento en el que máquinas y tecnologías de datos prometen liberarnos de la obligación del trabajo o del empleo, se ha vuelto tan en primer plano que se ha vuelto “ociosidad”. Parecería que la persona no sabe qué hacer con este exceso de tiempo. Se habla del aburrimiento a la vez que la diversión lo inunda todo prometiendo el mínimo de exigencia y ningún sacrificio decisivo.

Vuelvo al inicio. Aquella revolución industrial que generó irremediablemente la masa obrera en la ciudad, necesitada de “dinero” como nunca antes en la historia, llevó a la filosofía a preguntarse por la posesión de los medios (porque las técnicas son “cómos”), mientras que ahora esta cuarta revolución (la de internet) ha llevado directamente a la pregunta por los fines, por los “para qué”. ¿Quién posee capacidad para decidir y orientar la historia de la humanidad? ¿Por qué la han situado en el horizonte del mundo y la mundanidad, y su naturaleza y necesidad, más que en el de la libertad y el sentido, en el reino de los fines?

Un ligero repaso al pensamiento reciente descubre dos grandes puntos de partida, en los que esta vez sí que hay que situarse: por un lado, quienes aspiran a que, de algún modo, la mejora de la humanidad venga de la mano de la sustitución por tecnología e inteligencias de múltiples apellidos; por otro, la que considera que la tecnología debería ocupar el lugar de aliada de la humanidad, de toda la humanidad y no solo de una parte de la humanidad, de modo que auxilie su condición de vida en el mundo para despertar a fines mayores que un mero estar, pasar y morir. Tanto uno como otro polo se cuestionan hoy por la identidad individual y relacional del ser humano.