Tribuna

Tres peticiones a Francisco

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Muy querido y respetado hermano Francisco:

Ya muchos habrán podido comprobar que eso de la carta es para mí un género literario, más que una misiva estricta. Aunque no me disgusta si llega al destinatario, busco más crear una opinión numerosa que sea la que se dirige al presunto interlocutor.



Por otro lado, no voy a pedir nada para mí, en el plan ese, típico de todos los momentos de cambio, de: “¿Qué hay de lo mío?”. Voy a pedir algo para la Iglesia, que me parece sería un gran bien para ella. Esa Iglesia a la que amo, a pesar de sus defectos y de mis críticas. Vamos, pues, allá.

1. Cambio en el Credo

Mi primera petición es cambiar una sola palabra del Credo. Una palabrita que, además, es solo una partícula: allí donde decimos que el Espíritu procede del Padre y del Hijo, deberíamos decir que procede del Padre por el Hijo (en latín: ‘qui ex Patre per filium procedit’, en vez de ‘filioque)’. Esta formulación la aceptan los orientales porque salva que solo el Padre es origen, en lo cual tenían toda la razón, y que no quedaba tan claro con el ‘filioque’. Recuerdo ahora que –seguramente para arreglar algo de eso– en mi catecismo de niño nos decían que el Espíritu procede del Padre y del Hijo “como de un solo principio”; lo cual yo no entendía y me creaba problemas que, por vergüenza, no me atrevía a preguntar por si me tenían por tonto.

El papa Francisco responde llamada en la audiencia general

El papa Francisco responde una llamada telefónica en plena audiencia general

Acabaríamos así de una vez con esa larga historia del ‘filioque’. Sobre ella Víctor Codina ha escrito bastante y yo escribí algo hace ya años, aunque ambos desde ópticas complementarias: él más atento a que un Cristo sin el Espíritu acaba llevando a clericalismos y patriarcados; y yo más atento a que un Espíritu sin el Hijo da lugar a espiritualismos insolidarios.

Me parece que este cambio mínimo podría tener a la larga un enorme valor ecuménico, y por eso me atrevo a proponerlo.

2. Título idólatra

En segundo lugar, creo necesario prohibir que se llame al papa “Santo Padre”. Reconozco que puede ser una expresión cariñosa, pero ya es sabido que cuando los humanos expresamos nuestros afectos, disparatamos un poco. Es un título contrario al evangelio y suena un poco a idólatra. Imaginemos cómo habría reaccionado Pedro si Juan o Tomás o algún cristiano nuevo le hubiese llamado Santo Padre…

3. Santos de fuera

La última petición es también ecuménica, pero en otro sentido más universal: me gustaría mucho ver canonizados a algunos no católicos, realmente santos. Pongo dos ejemplos: Dietrich Bonhoeffer y Mahatma Gandhi. Ambos murieron mártires: uno de Hitler y otro, en última instancia, del imperio británico. Y ambos son figuras realmente ejemplares e interpelantes en nuestra hora actual. Nos recordarían eso tan bíblico y tan necesario hoy de que el Espíritu, además de soplar “donde quiere”, ha sido derramado “sobre toda carne”. Y tal gesto podría contribuir mucho a ese programa de fraternidad universal, tan suyo, tan evangélico y tan humano.

Luego seguramente habrá que resolver aquí problemas jurídicos, pero para eso están los canonistas. A lo mejor, habría que establecer de entrada como dos géneros de santos (de dentro y de fuera). Pero lo importante es proponer a los hombres y mujeres de hoy modelos válidos, sin que para ello hayan de ser católicos. Y saber que la catolicidad (que significa precisamente totalidad) obliga a la Iglesia a salir fuera de sí misma.

Alguno sugerirá otros nombres, como Martin Luther King (también mártir) y Nelson Mandela. Los que he elegido son, además, eso que se llama “ciudadanos libres de toda sospecha”. Sobre King leí hace tiempo algunas cosas dudosas sobre su vida privada que no sé si son verdad (porque hoy vivimos en la edad de la mentira), pero no puedo comprobarlo.

Y como “lo bueno si breve dos veces bueno”, me callo aquí a ver si consigo dar esa impresión de bondad.