Tribuna

Testimoniar es no callar

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Muchas veces hablamos de ser testigo como sinónimo de dar testimonio. Hay muchas personas que son testigos de un hecho y no necesariamente dan testimonio.



Testigo es quien presencia o adquiere directo y verdadero conocimiento de algo. Testimonio es aquello que decidimos dar luego de presenciar algo o de experimentar una vivencia personal directa y nos comprometemos a certificar con la verdad. Muchas veces para que se haga justicia.

Tantas veces decimos que “nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído”[1]. Sin embargo, cuántas veces somos testigos, pero no damos testimonio. Nos sobran ejemplos ante las tantas injusticias sociales. Ante la indiferencia a quienes no encuentran consuelo en el diario no vivir de sus existencias manipuladas por quienes dicen que gobiernan. Ante las situaciones cotidianas de violencias, ninguneos y maltrato dentro de nuestra propia Iglesia.

Aquí va el respeto al periodista y académico Leonardo Haberkorn que renunció a dar clases en la carrera de Comunicación en la universidad ORT de Montevideo antes que seguir aceptando el silencio de sus alumnos. No pudo sostener que sigan en el pasmoso silencio de la ignorancia y la indiferencia.

Más allá de reflexionar este qué nos pasa que callamos, me permito dar testimonio de lo que vi y oí ante la creación de esta nueva diócesis argentina que nos regaló el Papa Francisco: la Diócesis de Rawson.

Ser Diócesis

Eso que no siempre tenemos conciencia de ser. Desde que nuestros hermanos y hermanas comenzaron a dar rienda suelta a su alegría por la Casa Nueva que había que difundir y comunicar, fueron explicando qué es ser diócesis.

Una hermosa manera de mostrar la porción de tierra donde se consuma todo el misterio. Esa tierra que nos contiene con todo lo que somos y que no es propiedad privada de nadie. Ni de las personas que la conforman, ni de las jerarquías que administran. Esa tierra es casa común que nos alberga y nos hace Iglesia. Ese pedacito de corazón particular privilegiado de la comunión que nos hace Pueblo de Dios.

“La diócesis es una comunidad de cristianos que está llamada a vivir la misericordia y el amor del Padre”, dijo el padre obispo Roberto “Chobi” Álvarez, primer obispo de la Diócesis de Rawson.

Aprendimos que una Diócesis, como toda casa nueva, se construye con los cimientos de una historia y la existencia de una comunidad cristiana suficientemente numerosa y estable. Que debe atender a las necesidades espirituales de la comunidad por parte de un obispo y la existencia de recursos humanos y materiales suficientes para el funcionamiento. Y que, tal como lo establece el Consejo Episcopal de América Latina y el Caribe, la creación de una diócesis debe tener en cuenta “la identidad cultural de la comunidad y las necesidades pastorales de la zona”.

Pudimos recordar que el obispo debe estar en comunión con el Papa, ya que es el sucesor de los apóstolos y tiene la responsabilidad de enseñar, santificar y gobernar a la comunidad cristiana. El obispo tiene la responsabilidad de la enseñanza de la fe, la administración de los sacramentos y el gobierno de la Diócesis y, como pastor principal, está llamado a encarnar estas virtudes en su ministerio.

Entendimos que los fieles laicos y laicas somos responsables de la totalidad del espacio designado en la custodia y celo permanente por los bienes culturales y las necesidades de quienes habitan esa porción de tierra que pisamos y amamos.

Ser equipo

Desde que Francisco firmó el decreto de creación de la nueva Diócesis de Rawson en octubre de 2023, hasta llegar al día de la toma de posesión por el obispo designado -Roberto Pío Álvarez- a quien el Nuncio Apostólico tomó juramento el 17 de febrero, vimos cómo se fueron desgranando diversas comunicaciones desde un equipo que se puso al hombro la tarea titánica de ir sintiéndose nueva diócesis mientras iba trabajando contrarreloj y con la valentía de quienes se sienten alentados por la alegría que se iba manifestando entre los fieles.

Ya en Rawson, viendo y oyendo a las personas que iban colmando espacios preparados frente a la también nueva Catedral, comprobamos que había muchos equipos, muchos hermanos y hermanas comprometidas con una organización de ribetes ciertamente importantes para un acto y Misa de estas características. Una logística impecable donde no faltó nada.

Se vio al equipo del clero, los sacerdotes y diáconos emocionados que también mostraron comunión, trabajo, entrega y repartieron sonrisas, abrazos y bienvenidas sin distinción entre conocidos y visitantes.

Hubo equipo en la cantidad de obispos que se acercaron a acompañar este nacimiento. Muchos y de distintas diócesis de nuestro país. Los patagónicos con las pastorales diocesanas, que se reunieron en estos días como es habitual cada febrero, aportaron la comunión de la Iglesia que camina por tierra regada de misión salesiana.

También se hizo equipo en la plaza donde vimos y oímos a personas engalanadas desde el corazón para tamaña fiesta. Oímos sostenidos aplausos y gritos de alegría a medida que se iban desarrollando los actos protocolares antes de la Misa.

Oímos a todos los participantes, que también se sintieron equipo y parte de todo lo que se había preparado para celebrar la nueva casa propia que sin duda venían deseando hace tiempo.

Vimos equipo entre todos los fieles celebrantes durante la Misa -mapuches, galeses, colectividades de esta tierra- donde las emociones constantes y sostenidas saltaban en lágrimas de quienes se sienten parte. Porque ser equipo es hacer Iglesia. La que es de Jesús y trabaja para el Reino.

Ser fiesta

Y comenzó la fiesta con la entronización de la mamá María de la Inmaculada Concepción, patrona de la nueva diócesis. Cantos y flores para ella, llevada por jóvenes ceremoniosos ante tamaña tarea. Esos corazoncitos estaban de fiesta.

Fuimos fiesta escuchando el Credo y la promesa de fidelidad del obispo Álvarez y luego, durante el rito penitencial de la aspersión de agua bendita a los fieles, escuchando y cantando un precioso Kirie Eleysson.

Y fuimos fiesta en la Misa en cada momento litúrgico. Pudimos oír un evangelio cargado de significados cuaresmales y de envío, porque “está bueno soñar con una iglesia, con una diócesis, con una comunidad, con una familia que se vuelve el encuentro donde Dios abre el corazón”, dijo el padre Chobi. Fuimos fiesta rezando juntos el Credo y el Padrenuestro, dándonos la paz y comulgando.

Y la fiesta se llenó de bailes y actuaciones entusiastas de varios artistas locales que fueron seguidas desde una plaza donde las familias con sus reposeras apostaron a pasar su sábado a la noche en familia comunitaria.

Vimos y oímos esta fiesta de pueblo integrado con sabor a choripanes y paellas y de todo un poco. Todos diversos, mezclados, sin distinciones, pudimos recordar que nuestra Iglesia puede y debe ser fiesta.

Ser diócesis es ser equipo que se hace fiesta en la Iglesia de Jesús, que es el Reino vivo con la gente amada, por nuestro Buen Padre Dios y guiada por el aliento del Espíritu Santo en un permanente Pentecostés.

No callar lo que vemos y oímos será siempre la consigna de nuestra Iglesia que se debe a la verdad, la justicia y la paz. Gritos sagrados de una Cuaresma en la que el ayuno será de nuestras debilidades para salir, la limosna se nos hará carne en el hambre de la gente y la oración se elevará ante los altares de los postergados.

[1] Cfr. Hec 4, 20