Tribuna

Palabras sobre el martirio

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Escribió San Cipriano que si pensamos en juzgar y reinar con Cristo Jesús, necesariamente debemos regocijarnos y superar las pruebas de la hora presente en vista del gozo de los bienes futuros. Desde el comienzo del mundo, las cosas han sido dispuestas de tal forma que la justicia sufre aquí una lucha con el siglo.



Nos recuerda el ejemplo del justo Abel que fue asesinado por su hermano, y a partir de él, los justos siguen el mismo camino. De hecho, el mismo Señor es el ejemplo de todos ellos; así como los profetas y los apóstoles.

Tertuliano reconoce que la Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires. Las persecuciones de creyentes han supuesto una gran siembra de mártires. Cada uno de ellos es testimonio de Cristo dado hasta el derramamiento de sangre, transformándose en patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes. San Juan Pablo II, quien vivió el martirio, nos recuerda a Esteban como el primero de una gran legión de testigos cuya sangre roció a la Iglesia e impulsó su rápida difusión por todo el mundo, pues la sangre de los mártires es semilla de cristianos.

El mártir

En estos momentos vivimos como testigos de excepción el martirio que atraviesa Monseñor Rolando Álvarez y la Iglesia en Nicaragua. La grosera dictadura de Daniel Ortega se ha propuesto con firmeza oscura y espesa crucificar nuevamente a Cristo todos los días. La depravada ambición y soberbia ha cegado el corazón impidiéndole reconocer otra verdad distinta a la suya, tan atormentada y confundida, como toda verdad “revolucionaria”. Por ello, y por recordar hoy a los mártires españoles del siglo XX, es menester repetir lo que significa la palabra mártir.

Podemos afirmar, en primer lugar, que se trata de una persona que sufre o muere por amor a Dios, como testimonio de su fe, perdonando y orando por su verdugo, a imitación de Cristo en la cruz.

También puede aplicarse al que es víctima por enfrentar ideales sociales o políticos contrarios a la dignidad de la persona humana como los casos de San Oscar Arnulfo Romero, el beato Jerzy Popieluszko o Rutilio Grande, entre otros. Todo cristiano tiene que ser, en un sentido verdadero, “mártir”; es decir, testigo. ¿Testigo de qué o de quién? Testigo de Cristo, pues en su martirio atestigua que Cristo vive y con su palabra hace presente y visible en el mundo su mensaje.

“El martirio, por el cual el discípulo llega a hacerse semejante al Maestro, es considerado por la Iglesia como un don precioso de prueba suprema de amor”, así queda expuesto en Lumen Gentium.

Perfección de la caridad

El martirio es el testimonio supremo de la fe, esperanza y caridad. Así lo permite comprender Santo Tomás de Aquino, cuando reconoce que el martirio es, entre todos los actos virtuosos, el que más demuestra la perfección de la caridad, ya que tanto mayor amor se demuestra hacia una cosa cuando más amada es la que desprecia por ella y más odiosa la que se elige. “Y es evidente que el hombre ama su propia vida sobre todos los bienes de la vida presente”. Siguiendo estas palabras de Santo Tomás, entonces podemos concluir que el mártir manifiesta su amor a Cristo, a quien por tanto ama más que a su propia vida.

El testimonio que está brindando Monseñor Rolando Álvarez, a partir del cual recordamos a los mártires españoles del siglo XX, resulta luminoso en medio de la circunstancia actual. Circunstancias que no se caracterizan precisamente por los valores hasta ahora descritos. En su testimonio podemos contemplar la prudencia sobrenatural, la justicia y la templanza, pero muy especialmente, la fortaleza, no física, sino espiritual y moral. Según Santo Tomás de Aquino, la fortaleza cristiana se manifiesta en resistir al mal manteniéndose en el bien frente a los peligros y dificultades. Manteniéndose firme en la convicción de que no hay amor más grande que aquel que se ofrece por los amigos. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela