Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

La valentía vigorosa de la tercera edad


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No es costumbre en este espacio comentar temas particulares sobre países, pero los personajes que han aparecido recientemente en la discusión pública de Venezuela ofrecen la oportunidad de plantear el tema de la vejez.

El contexto social es el proceso electoral en el que se han visto coartadas las alternativas de ciudadanos que quieren y exigen un cambio ante la tragedia humanitaria de los últimos años. Situación real y ampliamente comprobada por organismos internacionales.



Ante la imposibilidad de la candidatura del liderazgo mayoritariamente aprobada, los nombres que han aparecido son de personas de la tercera edad, curiosamente cuando el porcentaje entre jóvenes y adultos en la población venezolana es de 63%, y solo el ocho por ciento supera los 64 años.

Por la dignidad de la vejez

Las razones por las que los ancianos se incorporan a la búsqueda de soluciones ante el drama venezolano pueden ser muchas, pero hay dos principales: la primera, el maltrato sistemático contra los pensionados durante este tiempo. La terrible situación de los abuelos que tienen un sueldo mínimo de tres dólares al mes , sin oportunidad de aumentos o los ínfimos subsidios de comida y medicinas.

Lastimosamente, la vejez venezolana se ha convertido en sinónimo de mendicidad, les han expropiado el presente y el futuro que construyeron en su juventud, al ver que, el esfuerzo de tantos años de trabajo no vale absolutamente nada.

La segunda razón, quizás la más importante, la soledad, la mayoría de las personas que han salido de Venezuela son jóvenes, y se estima que 68% tienen menos de cincuenta y cuatro años. Una deuda social que luego pasará factura.

Los motivos que limitan la migración de los ancianos son obvias, el miedo a ser una carga, la incertidumbre a dar un salto al vacío, asumir el riesgo de perder lo poco o nada que tienen frente a un escenario desconocido.

El panorama entonces son familias divididas, padres abandonados, ancianos encontrados sin vidas en sus casas. Descartados del sistema colectivista absorbente del país, en el que no caben.

Para seguir dando frutos

Sin embargo, así como en la historia humana, en Venezuela, el mal y los déspotas de turno no tienen la última palabra. El valiente testimonio de la profesora Corina Yoris, despojada de su derecho político en ser candidata, sin razón alguna, solo por ser mujer, tercera edad, por su nombre, por lo que representa, porque su nombre se parece a… constituye una discriminación flagrante, en pleno siglo XXI, a la vista de todos.

El segundo ejemplo, discreto, reservado, Edmundo González, pensado como sustituto en un juego perverso de quita y pon, con esa máxima de todo régimen en el que las personas solo son piezas para jugar en un tablero de intereses.

El papa Francisco ofrece las clave de esa valentía, que no solo está en los dos nombres citados, también está en tantos abuelitos anónimos de todos los días: “La ancianidad no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado, abandonando los remos en la barca, sino que es una estación para seguir dando frutos. Hay una nueva misión que nos espera y nos invita a dirigir la mirada hacia el futuro”, y más el futuro de un país, agregaría.

Si, los abuelos venezolanos han asumido esa mirada y esa tarea de futuro, sobre todo aquellos que no salen en las noticias, que no son influencers, que no tienen rutinas fit o dietéticas, que no son virales, que quizás no saben ni usar Facebook, pero que con su presencia siguen siendo un llamado a la conciencia adormecida de las otras generaciones del país, luchando, viviendo, estando allí. ¡La dignidad de los abuelos!


Por Rixio Gerardo Portillo R. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey.