Tribuna

Mientras la Iglesia está dividida…

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El 4 de julio el papa Francisco dio –como de costumbre– su saludo dominical a la feligresía. Lamentablemente, después, tuvo que ser hospitalizado e intervenido quirúrgicamente por problemas al colon. Luego de ser operado, se difundieron por internet y redes sociales una serie de malos augurios e incluso algunos de ellos deseando su muerte. Afortunadamente, la buena salud y Dios están con el Papa.



Ante tantos malos presagios, salió bien de su operación y se recuperó satisfactoriamente. Sin duda, que el odio al Papa es innegable. Quizás lo que más llama la atención y duele es que quiénes suben estas consignas son católicos que, en su odio irrestricto hacia el pontífice, no dimensionan su exabrupto. Sí, porque un sector de la Iglesia, la más progresista, en su afán de “renovación”, creen que aún el evangelio debe adecuarse a los nuevos tiempos y tendencias sociales. En ese sentido, el papa Francisco ha sido fiel a las enseñanzas de Jesús y no cede ante las presiones internas y las nuevas ideologías. Quienes no aceptan al Papa por considerarlo fiel a los principios del evangelio, piensan que la doctrina de Jesús se volvió anacrónica y ya no tiene nada que decir a este siglo XXI. En este sentido, pulula la tendencia de la Iglesia alemana que, en su deseo de actualizarse, se olvida de lo esencial del evangelio, aduciendo que es este el que debe adecuarse a los nuevos tiempos y no al revés.

El humo de Satanás

Los signos de los nuevos tiempos y el odio de estos ataques contra el Papa son un síntoma que se ha enquistado en nuestra Iglesia y no es el único, puesto que “otros” son signos de lo que ya decía Pablo VI: “El humo de satanás entró en la Iglesia”. Pero, a decir verdad, hace rato que el demonio viene metiendo su cola. Fue a principios de la década de los 70, donde se vivía tiempos agitados en el mundo y en la Iglesia. Pablo VI tenía cada vez más clara impresión de que existe algo de profundo y de negativo que aflige a la Iglesia, pues el camino de la secularización y la falta de unidad interna perviven hasta hoy como dos grandes problemas al interno y al externo de esta. El papa Pablo VI, sensible a las circunstancias, escribe una carta que permanecerá inédita hasta 2018, donde su contenido es revelado en el libro ‘La barca di Paolo’ (‘La barca de Pablo’), del sacerdote Leonardo Sapienza, regente de la Casa Pontificia. Decía: “…Diríamos que, por alguna rendija misteriosa — no, no es misteriosa; por alguna rendija, el humo de Satanás entró en el templo de Dios. Hay duda, incertidumbre, problemática, inquietud, insatisfacción, confrontación». «Ya no se confía en la Iglesia. Se confía en el primer profeta pagano que vemos que nos habla en algún periódico, para correr detrás de él y preguntarle si tiene la fórmula para la vida verdadera. Entró, repito, la duda en nuestra conciencia. Y entró por las ventanas que debían estar abiertas a la luz: la ciencia“.

La reflexión profunda y el pensamiento de Pablo VI son implacables y sin margen de error, pero también muy realista y vigente. Han pasado más de cincuenta años y aún estas palabras calan hondo, porque como creyentes, y me duele decirlo, nuestra Iglesia vive una “división” muy grande. Hay muchos católicos que dicen defender la doctrina de Jesús, pero a la hora de demostrar “amor al prójimo” se olvidan de lo esencial y de las obras de misericordia. Es la misma “división” que inspira a algunos a desear la muerte a alguien y peor aún si es al Papa. El odio es un signo más de esta “división” que vivimos como creyentes. El papa Benedicto XVI interpelado por estos síntomas de decadencia, hablaba de una sociedad poscristiana y la definía como un credo que añora por los “cambios” en la Iglesia, que busca ir a la par con la sociedad.

Mientras tanto…

Poco a poco, vemos estos “principios de fe” en este credo poscristiano y que solo trae “división”. Mientras la Iglesia está dividida, el parlamento europeo ha aprobado una recomendación a todos los estados para que el aborto sea considerado un derecho humano, por tanto, ninguna persona podrá oponerse a él. Y aún más, ni siquiera la “objeción de conciencia” será respetada, puesto que los médicos se verán obligados a realizar dicho procedimiento. Mientras la Iglesia está dividida, avanzan las leyes de eutanasia que pretenden, en muchos gobiernos, el suicidio asistido como una terapia más sin considerar la última voluntad del paciente. Mientras la Iglesia está dividida, prolifera la ideología de género cuya doctrina gana terreno en muchos colegios y que incluso penalizarán a quien hable en contra de ella. Mientras la Iglesia está dividida, la tendencia de una población cada vez más veterana sin niños ni jóvenes, ya que la nueva generación, por su falta de fe y hedonismo, no trasciende ni se prolonga en sus hijos. Mientras la Iglesia está dividida, hay muchos templos que se están poniendo en venta, porque no hay fieles y sacerdotes que la asistan. Mientras la Iglesia está dividida, seminarios se cierran y congregaciones desaparecen, porque no hay vocaciones.

Mientras avanza el verdadero peligro que traen la desunión y la división, esta sociedad atea y secularizada afianza el credo poscristiano cuyos principios no tienen nada que ver con los valores del Reino de Dios. Hoy más que nunca hay que tener a Cristo como cabeza y centro de la vida cristiana, sino es muy difícil que la Iglesia permanezca en la verdad y la unidad.

Tiempos difíciles

Tiempos difíciles para el Papa y nuestra Iglesia. Pero lo vivió el propio Jesús que en su deseo de instaurar el Reino de Dios no era acogido por los suyos y por quienes conocían las Escrituras. En (Mc 3, 20-30), el Señor es sindicado como foco de “división” y es rechazado por quienes se jactan de conocer las Escrituras. Los fariseos prefieren continuar con su cerrazón y utilizan la difamación para negar lo que era evidente: “el poder de realizar milagros por parte de Jesús”. Estos afirman que su poder no viene de Dios sino de Satanás. No obstante, Jesús, con la sabiduría que lo caracteriza, deja en claro que Satanás no puede expulsarse a sí mismo y, por tanto, son los fariseos los verdaderos blasfemos. Porque su pecado contra el Espíritu Santo niega y se cierra a la manifestación liberadora de Dios. No son capaces de reconocer la acción evidente de Dios y, recurriendo a acusaciones falsas y calumniosas, atribuyen al demonio lo que saben que procede de Dios (Cf. Mt 12, 22-37).

Salvaguardar estas enseñanzas de Jesús nos debe llevar a tomar conciencia del tiempo que vivimos y el peligro que corre nuestra fe. La vida es corta y el tiempo apremia para todos. Si realmente confiamos en Dios nuestra esperanza solo debe estar en Él. Dice un adagio popular: “Cuando Dios da su luz, ningún rincón puede quedar a oscuras”. Por tanto, es responsabilidad de cada creyente, velar y custodiar lo que, por amor a Dios, cree y reafirma en el Credo.

El creyente no está para inventar nuevos mandamientos como tampoco otras Bienaventuranzas ni menos anunciar otra esperanza de vida eterna, sino la que anunció el propio Jesús: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo…” (Cf. Mt 25, 34). Aspiramos a un Reino que construimos con lo genuino de cada uno y con el don de la fe. Querer adaptar el evangelio, las enseñanzas de Jesús y negar la acción del Espíritu Santo, porque hay algunos que no ven o no quieren ver las obras de Dios o buscan ser “modernos”, pensando que el evangelio debe adecuarse a los nuevos tiempos es porque no han entendido nada: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Quienes hablan de “aires nuevos o renovación” en la doctrina de la Iglesia solo crean división, confusión y distorsionan la persona de Jesús. Es como querer esperar “otra” revelación, cuando se sabe que después de Cristo no hay ni habrá otra como tampoco otro Mesías. Por eso, como creyentes hemos de trabajar intensamente en la virtud, teniendo presente lo siguiente: “La virtud es divina, la moral es humana”, es decir, la sabiduría consiste es ser capaz de reconocer el don del cielo y saber qué le corresponde al hombre agregar de sí.