Tribuna

Dolor y más dolor

Compartir

Estamos haciendo doler y mucho. Y estoy hablando de nuestra amada Iglesia. Dentro de ella.



Y digo estamos para hacerme bien cargo del pecado colectivo que cometemos. Sin embargo, también soy parte de los que están del lado de los dolidos. Por mí y por los cercanos que llegan por un abrazo porque otros deciden qué cruces deben colgarse.

Es justo y necesario que vayamos hablando a tiempo y a destiempo con quien corresponda y de la manera que haga falta para que cada quien se haga cargo de lo suyo. Esto quiere decir que es una necesidad y “donde hay una necesidad hay una obligación”, decía Simone Weil.  Decir “estás agregando dolor a mi dolor” es un derecho y también un deber. Suceda de manera personal o veas que está sucediendo con otras personas.

Por favor, si te agrego dolor a tu dolor, me lo decís, me avisás. Y si ves que se lo están haciendo a otros, decilo, denuncialo. Como cuando decimos que No es No. Porque esto también es violencia y parte del acoso moral. Hablamos de esto, nos formamos, hacemos manuales sobre el tema, pero no revisamos conductas y actitudes que suceden al lado nuestro.

Hacernos cargo

En esta Cuaresma, que la Conversión sea no hacer doler a nadie, no agregar más dolor y hacernos cargo de los dolores que tenemos alrededor, muchas veces generados por y en nuestros entornos. Ayuno de hacer doler. Limosna de entregarme enteramente al dolor del otro. Oración por mi dolor y el de los que más sufren.

Necesitamos que cada quien se haga cargo de los lugares que ocupa y ame a todos por igual, sin apelar a su jerarquía o a sus funciones para tomarse el atrevimiento de hacer distinciones entre unos y otras.

Necesitamos pastores que amen a todo el pueblo de Dios, no sólo a algunos o algunas. Pastores sin predilectos que hagan sonar las campanitas cuando ellos pasan.

Necesitamos que esos algunos o algunas dejen de ser funcionales al poder que no sea servicio al Reino. Porque el poder que no es servicio es perverso.

Necesitamos terminar con el clericalismo, pero también con el clericalismo acomodado de los laicos y laicas que sólo hacen si el sacerdote lo autoriza. Aunque nos equivoquemos, hagamos. Porque somos hospital de campaña y hay urgencias que atender.

Necesitamos que lo único urgente sea lo importante. Hoy es el hambre y la salud de la gente. De toda la gente, ese sustantivo colectivo que aplicamos desdibujando muchas veces a las personas. Todas las personas son los creyentes y los no creyentes. Ya sabemos que el hambre puede ser también de justicia y que la salud comprende la psico-espiritual.

Jesús es la única Palabra

Una amiga muy comprometida de mi parroquia me dijo: “estamos empachados de palabras”. Y yo, que admiro la capacidad de “dar títulos” que tienen algunas personas, pensé que ese era un titulazo para este momento.

Necesitamos que algunos predicadores –los que suelen dar buenos títulos– puedan sostenerlos en la vida, con la vida, por la vida. Que no dejen de guiar y acompañar a hijos e hijas que necesitan de su abrazo de padre y pastor.

Necesitamos “volver a Jesús”, dice José Antonio Pagola, que promueve volver a lo esencial del cristianismo. “Lo único que puede hacer de este mundo un hogar habitable, y de esta Iglesia una puerta abierta para todos, es la vuelta a Jesús, el Cristo”.

Que Jesús sea el centro de nuestra vida y el Reino nuestro objetivo y apuesta total. Sin chácharas, sin altisonancias y palabras que luego no se ejercen.

Por favor, no agreguemos más dolor al dolor.

Empecemos a ‘misericordiar’ de verdad, porque esa palabra en boca del Papa Francisco es verdadera, pero si nosotros solamente la repetimos, no estamos haciendo más que abrir la boca.

Recordemos a Thomas Merton que nos repite hoy: “En estas circunstancias, se hace necesario decir una vez más que el amor no es imposible. El amor no es irreal. Al contrario, el amor es la única realidad”[1].

[1] Prólogo (1966) al libro ‘Vida en el Amor’ de Ernesto Cardenal.

Imagen: El Buen Samaritano | Xaime Lamas (Monasterio de Santa María de Sobrado).