Tribuna

A quienes acusan de antisemitismo

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Hermanos: quizá recordaréis aquello de que no hay cosa más atrevida que la ignorancia. En este caso, se trata solo de una ignorancia ‘histórica’. En mi infancia y adolescencia me cansé de oír que quienes criticaban al dictador Franco eran “enemigos de España”. Luego supe que también en Alemania se había tildado de ‘antialemanes’ a quienes criticaban a Hitler. Y algo semejante se repitió en la Argentina del criminal Videla



Este es un modo de proceder muy nuestro. Y ahora se está repitiendo con Netanyahu. Puedo aseguraros que Netanyahu no es Israel ni es el propietario de Israel; en estos momentos es quizás el mayor enemigo de Israel. Y su manera de defenderse es la clásica: quienes le critican a él y a su inhumana respuesta son enemigos de Israel, “antisemitas”, etc., etc.

Benjamin Netantahu

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu

Porque además, Netanyahu no está defendiendo a Israel: se está defendiendo a sí mismo de la tremenda humillación que le supuso el ataque de Hamás, preparado durante largo tiempo sin que el Gobierno de Israel se enterase. Y que habría llevado a dimitir a cualquier jefe de gobierno con un mínimo de ética o dignidad.

Idolatría de las patrias

Debajo de estas conductas hay algo muy relacionado con la fe cristiana. Y es la constante idolatría de las patrias. Hablo expresamente de patria y no de matria. Porque lo de “matria” tiene que ver con la madre tierra a la que siempre nos sentiremos profundamente atraídos y que no es competitiva con ninguna otra ‘madre’. Mientras que la patria (como su mismo nombre indica) no es más que una patriarcalización del amor a nuestra madre tierra: un nuevo patriarcado que, revestido con la inocencia del amor materno, abre caminos a nuestro ego. Desde aquí, “mi patria” habrá de ser bien grande porque así yo seré también grande: lo más grande posible.

Ahí tenemos unos sentimientos idólatras camuflados, hasta dejarnos totalmente ciegos como todas las idolatrías. Y tenemos también un patriarcalismo que no entiendo cómo las feministas todavía no se han enfrentado con él: quizá porque muchas de ellas son víctimas inconscientes de ese mismo patriarcado.

No competir en grandeza

Pero si Dios es padre de todos, como proclamó Jesús (y como comenzó a atisbar el judaísmo a partir de la experiencia del destierro), eso significa que todos somos hermanos y, por eso, iguales: que podremos competir en bondad y fraternidad, pero no en grandeza. Y que esa igualdad de todos, en medio de tantas diversidades, es una de las mejores expresiones de esa apertura creyente al Misterio Infinito que nos envuelve y nos deja, a la vez, con paz y sin palabra.

En este contexto de las idolatrías camufladas, cobran nuevo vigor tres frases del evangelio, muy simples pero muy decisivas hoy: “no podéis entregaros a Dios y al Dinero”; “el que mire a una mujer con mala intención ya la violentó en su corazón”; y “vendrán muchos de oriente y occidente” (recordemos que en el occidente de Israel está la Franja de Gaza)… O, para nosotros hispanos: vendrán muchos de Asia y África “y se sentarán a la mesa” con don Pelayo y Pere Nolasc y Teresa de Ávila.