Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.349
20-26 de ENERO de 2024

Luis Marín de San Martín: “Sin Juan XXIII no hubieran sido posibles ni el Concilio ni el Sínodo”

Desde el 6 de febrero de 2021, en que recibió el encargo del papa Francisco, Luis Marín de San Martín dedica su tiempo y sus fuerzas a ayudar en la organización y acompañamiento del proceso sinodal en toda la Iglesia, colaborando con el secretario general, el cardenal Mario Grech. Un trabajo que consiste en organizar la Asamblea del Sínodo de los Obispos, con todo lo que esto conlleva de coordinación y elaboración de documentos, y también de promover la sinodalidad dentro de la Iglesia, ayudando, asimismo, a crear una cultura sinodal.



¿Cómo? Acompañando en el proceso a las Iglesias locales, a la vida consagrada y a los grupos laicales, y fomentando la formación en este aspecto a través de seminarios, encuentros y cursos –tanto presenciales como ‘online’– y de artículos y entrevistas en medios de comunicación. “El esfuerzo es enorme –confiesa el subsecretario de la Secretaría General del Sínodo–, pero también gratificante, y me alegra mucho participar en este proceso de renovación profunda de la Iglesia. Procuro llevarlo adelante con entusiasmo”.

Experiencia de sinodalidad

El Sínodo ha girado en torno a la eclesiología, según se desprende del lema que propuso el papa Francisco: ‘Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión’. Pero, ¿qué es la ‘sinodalidad’? Si acudimos a la RAE, vemos que esta palabra no está (aún) recogida en el diccionario. Sí están las palabras ‘sínodo’ (que en todas sus acepciones implica “reunión”) y ‘sinodal’, relativo al sínodo. “La sinodalidad –aclara Marín– se comprende, ante todo, desde la experiencia, porque la fe cristiana, entendida como participación en la vida de Cristo, y la misma Iglesia, su cuerpo, son realidades experienciales. No debemos olvidarlo nunca.

En esta línea, si queremos ser creíbles, es preciso reforzar la comunión en la Iglesia. Recordemos que ‘todo reino dividido internamente va a la ruina y toda ciudad o casa dividida internamente no se mantiene en pie’ (Mt 12, 25). Pero esta comunión no es uniformidad y debemos integrar la diversidad como riqueza: las diferencias culturales y de ritos, la variedad de vocaciones y servicios. La comunión nos lleva a la corresponsabilidad en la Iglesia, partiendo de la igualdad básica por el bautismo y según la vocación a la que el Señor nos ha llamado. Y siempre orientados a la misión de ser testigos del Resucitado en medio del mundo concreto en el que vivimos. Toda la sinodalidad está aquí”.

Desde esa experiencia de caminar juntos, el obispo agustino desvela que ha podido conocer muchas expresiones de sinodalidad práctica, que le han permitido constatar “la enorme vitalidad de la Iglesia, la actualidad del mensaje cristiano y la urgencia de ofrecer un testimonio coherente, creíble, valiente y alegre”.

Salir, acoger e incluir

“He estado en contacto –explica– con obispos y conferencias episcopales de todo el mundo; he encontrado a laicos, religiosos y sacerdotes; he participado en muchos encuentros, conferencias y reuniones. Me ha edificado el evidente amor a la Iglesia testimoniado por tantas personas; la búsqueda sincera de la voluntad de Dios a través de la escucha y el discernimiento; la confianza en Dios, que impulsa a la valentía y en la que se va resolviendo la falta de seguridades en el camino por recorrer; la belleza de la unidad pluriforme en la Iglesia, con la rica variedad de carismas, vocaciones y ministerios, así como la diversidad de culturas en las que se encarna el Evangelio; la urgente necesidad de salir, acoger e incluir”.

Es una experiencia que –dice– “nos saca del individualismo y el egoísmo y potencia la comunión en la Iglesia. Nos hace darnos cuenta de que la fe cristiana es siempre comunitaria. Confrontarnos con otros hermanos y hermanas, caminar con ellos, amplía la mente y el corazón, al tiempo que nos enriquece y es una ayuda para poder diferenciar lo esencial de lo accesorio”.

Un tiempo propicio

Habla del Sínodo con firmeza, casi con vehemencia, convencido de que estamos embarcados en una travesía guiada por la acción del Espíritu: “Estamos viviendo en la Iglesia un ‘kairós’, un tiempo propicio, un don de la gracia, que pide de nosotros una respuesta. Lo que viene de Dios nunca se impone, sino que se propone. Requiere nuestra colaboración, que asumamos el reto del Espíritu y nos impliquemos, dejándonos guiar por Él y asumiendo el riesgo. Como hicieron los primeros cristianos, como hacen los santos. No es tiempo de miedos o de egoísmos. El Sínodo es una llamada a la coherencia, a la radicalidad entendida como vuelta a las raíces. Si nos lo tomamos en serio, veremos brotar frutos de renovación y esperanza”.

“No es preciso que gaste muchas palabras para explicar que [el Sínodo…] es el mayor acontecimiento de nuestra vida religiosa moderna”. No sería difícil atribuir estas palabras al papa Francisco, referidas al Sínodo de la Sinodalidad. Sin embargo, fueron dirigidas por el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli a la Iglesia de Venecia, con motivo del sínodo diocesano de 1957. ¿Podemos pensar que la Iglesia tiene y ha tenido siempre una dimensión sinodal?

La Iglesia es sinodal en su esencia –asegura Marín–. Siempre ha sido sinodal. Creo que nadie bien formado puede decir que la sinodalidad no forma parte de la dimensión constitutiva de la Iglesia. La praxis sinodal tiene distintas concreciones y manifestaciones: desde el concilio ecuménico al consejo pastoral. Y en la época reciente han surgido otras, como por ejemplo las conferencias episcopales o las asambleas eclesiales”.

De Trento al Vaticano II

“Angelo Giuseppe Roncalli –continúa el subsecretario de la Secretaría General del Sínodo– descubrió la importancia del sínodo diocesano estudiando la historia del Concilio de Trento, entendido como concilio de reforma. Apreció las innovaciones producidas por Trento, especialmente la creación de los seminarios y la recuperación de los sínodos diocesanos. Y valoró la importancia que tuvo la institución sinodal para promover la reforma de las diócesis.

Había participado como secretario adjunto en el Sínodo de Bérgamo, promovido por el obispo Radini Tedeschi en 1910; cuando fue enviado a Estambul como delegado apostólico, puso un especial interés en la aplicación de las resoluciones del Sínodo celebrado por su antecesor; siendo patriarca de Venecia, promovió la celebración de un sínodo diocesano en 1957; ya papa, celebró un sínodo para la diócesis de Roma. Sin duda alguna, la institución sinodal le era muy familiar”.

En opinión de Marín, el proceso sinodal que estamos viviendo es, sin duda, un fruto maduro del Concilio Vaticano II, sobre todo de la eclesiología expresada en la constitución ‘Lumen gentium’. El Sínodo 2021-2024 constituye –reconoce él– un verdadero acto de una ulterior recepción del Concilio, que prolonga su inspiración y vuelve a lanzar sobre el mundo de hoy su fuerza profética. “Pero sin la intuición y valentía de Juan XXIII –remarca el prelado– no hubieran sido posibles ni el Concilio ni el Sínodo. A su disponibilidad humilde y confiada, a su libertad interior debemos que tuviera lugar el Concilio Vaticano II, que ha sido un auténtico don de Dios para la Iglesia y el mundo”. (…)

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Índice del Pliego

¿Qué es la sinodalidad?

La dimensión sinodal de la Iglesia

¿Podemos decir que el Sínodo actual es una consecuencia del Concilio?

Una Iglesia más universal

Ecumenismo

El papel de los laicos…

… Y en especial de las mujeres

¿Entre esos roles pastorales y ministeriales se puede contar con el “sacerdocio femenino”?

El drama de las guerras

Críticas y ataques

¿Por qué adquiere hoy Juan XXIII un especial relieve?

El papa Francisco y Juan XXIII

‘Te hablo al corazón’

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