El legado de Francisco en Mongolia es la Casa de la Misericordia: “Las iniciativas benéficas no deben convertirse en empresas”

Francisco se despide de Mongolia de la mano de los últimos, de los más vulnerables, de los que no cuentan. El único acto programado para hoy, en su cuarta jornada en el país asiático, ha sido la inauguración de la Casa de la Misericordia, un centro que, como el propio Papa ha definido, busca ser “punto de referencia para un gran número de acciones caritativas; manos tendidas hacia los hermanos y hermanas que tienen dificultad para navegar en medio de los problemas de la vida”. Tras conocer las instalaciones del recinto y acoger los testimonios del director, hermano Andrew Tran Le Phuong, de una misionera,  la religiosa Verónica Kim, y de una mujer discapacitada, el pontífice presentó el lugar como “una especie de puerto donde atracar, donde poder encontrar escucha y comprensión”.



A partir de ahí, el Obispo de Roma sacó pecho y ensalzó cómo esta nueva iniciativa nace de una sinergia entre la labor de los misioneros extranjeros y el empuje de los católicos nativos. “Es una expresión concreta de ese hacerse cargo del otro en el que los cristianos se reconocen; porque donde hay acogida, hospitalidad y apertura a los demás se respira el buen olor de Cristo”, compartió el Santo Padre, que enfatizó cómo “gastarse por el prójimo, por su salud, sus necesidades básicas, su formación y su cultura, pertenece desde los inicios a esta vivaz porción del Pueblo de Dios”.

Dimensión caritativa

Así, el Papa recordó cómo “desde sus orígenes, la Iglesia se tomó en serio esta verdad, demostrando con obras que la dimensión caritativa fundamenta su identidad” construida sobre cuatro columnas: “la comunión, la liturgia, el servicio y el testimonio”. Es más subrayó, que el catolicismo “vive de la comunión fraterna, de la oración, del servicio desinteresado a la humanidad que sufre y del testimonio de la propia fe”.

Es más, el pontífice quiso expresamente derrumbar un “mito”: “Se debe desmontar que la Iglesia católica, que se distingue en el mundo por su gran compromiso en obras de promoción social, hace todo esto por proselitismo, como si ocuparse de los otros fuera una forma de convencerlos y ponerlos ‘de su lado’”. “No, los cristianos reconocen a quienes pasan necesidad y hacen lo posible para aliviar sus sufrimientos porque allí ven a Jesús, el Hijo de Dios, y en Él la dignidad de toda persona, llamada a ser hijo o hija de Dios”, clarificó Francisco.

Socorrer con compasión

Desde ahí, sugirió que la Casa de la Misericordia podría ser punto de encuentro entre creyentes de todas las confesiones y no creyentes “para socorrer con compasión a tantos hermanos y hermanas en humanidad”. “Este será el signo más hermoso de una fraternidad que el Estado sabrá custodiar y promover adecuadamente”, remarcó.

En este sentido, elogió a los misioneros llegados en la década de los noventa del siglo pasado, para “hacerse cargo de la infancia desamparada, de los hermanos y hermanas sin hogar, de los enfermos, de las personas con discapacidades, de los presos y de quienes, en su situación de sufrimiento, pedían ser acogidos”. En esta misma línea, puso de manifiesto que “fue el mismo gobierno mongol el que pidió la ayuda de los misioneros católicos para afrontar las numerosas emergencias sociales de un país que en ese tiempo se hallaba en una delicada fase de transición política, marcada por una pobreza generalizada”. “Hoy vemos cómo de esas raíces ha crecido un tronco, han brotado ramas y han crecido muchos frutos: numerosas y laudables iniciativas benéficas, desarrolladas en proyectos a largo plazo”, reconoció Jorge Mario Bergoglio.

Labor solidaria

Con esta premisa, Francisco hizo un llamamiento a la sociedad mongola para que se involucren en esta labor solidaria: “En este país lleno de jóvenes, dedicarse al voluntariado puede ser un camino decisivo de crecimiento personal y social”. Por eso, expresó que “aquí, en la Casa de la Misericordia, tienen un ‘gimnasio’ siempre abierto donde ejercitar sus deseos de bien y entrenar el corazón”.

Y dejó caer a renglón seguido: “El verdadero progreso de las naciones, en efecto, no se mide en base a la riqueza económica ni mucho menos a los que invierten en la ilusoria potencia de los armamentos, sino a la capacidad de hacerse cargo de la salud, la educación y el crecimiento integral de la gente”.

Al reflexionar sobre la necesidad de profesionalizar el ejercicio de la ayuda al necesitado, alertó de que “las iniciativas benéficas no deben convertirse en empresas, sino conservar la frescura de las obras de caridad, donde quien pasa necesidad encuentre personas capaces de escucha y de compasión, más allá de cualquier tipo de retribución”. “Comprometerse sólo a cambio de una remuneración no es amor verdadero”, advirtió a los presentes.

 

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