Editorial de ‘Vida Nueva’ tras el segundo consistorio del papa Francisco
EDITORIAL VIDA NUEVA | Un Colegio cardenalicio al servicio de la Iglesia y la caridad. Y no a la inversa. El perfil de los veinte nuevos purpurados no deja lugar a duda del camino iniciado por Francisco dentro de su reforma eclesial. No hay lugar para las interpretaciones al mensaje lanzado en este consistorio. Pastores y no príncipes.
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Repasar la trayectoria de cada uno de ellos, incluido el único curial del grupo, lleva a recopilar méritos en el trabajo cotidiano en sus lugares de origen, asumiendo las responsabilidades que la Iglesia les encomendaba como una entrega, no desde la obsesión por la autoridad o sentar cátedra. Los méritos pastorales y de gestión que ahora se reconocen no siempre han sido aplaudidos desde la Santa Sede, primando un contraproducente dogmatismo para defender estructuras monolíticas.
Sirvan como ejemplo los dos españoles: Ricardo Blázquez y José Luis Lacunza. Alérgicos al arribismo, siempre han buscado la solución a los problemas y las dificultades desde el diálogo y la prudencia, aunque alguno haya querido utilizar esa mesura y mano izquierda para vislumbrar una tibieza inexistente.
La discreción y la colegialidad con la que ambos vienen trabajando hasta ahora tiene como premio la confianza del Papa para que ellos compartan el difícil cometido de retomar el espíritu conciliar en el siglo XXI.
Por si los nombres, apellidos y procedencia de cada uno de estos neocardenales –de Tonga a Myanmar– no fuera signo suficiente de que se acabaron las cuotas por sede de rancio abolengo o pedigrí curial, Francisco, una vez más, lo reafirmó al presentar su tarea primordial para los nuevos purpurados tomando como guía el himno al amor de san Pablo: “Los exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos –edificados por nuestro testimonio– no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial”.
La creación de los nuevos cardenales busca el efecto “contagio”: presentarles como modelo a seguir por los demás pastores en sus comunidades locales. En ellos confía ese impulso evangelizador necesario en los cinco continentes, con la especificidad cultural y social de cada lugar, pero con esa encomienda común de llegar a las periferias existenciales. Si los había preocupados porque Francisco pudiera desacralizar el Papado, el mensaje que ahora se lanza desde Roma más bien pasa por desacralizar a todo aquel que quiera levantar un muro ideológico aferrándose al Vaticano.
Hay quien podría buscar en estos veinte nombres una afrenta o un salto con el anterior pontificado. La presencia de Benedicto XVI en la ceremonia como respaldo explícito a la labor de Francisco frente a quienes buscan presentar dos papas con dos Iglesias borra cualquier duda. Además, si se echa mano de la hemeroteca, ya el último consistorio del papa Ratzinger en otoño de 2012 supuso un punto de inflexión de esa mirada al Sur.
Una prueba más de que los nuevos purpurados no están cortados según el patrón de Francisco, sino a la medida de una Iglesia en salida que precisa poner en un primer plano a la caridad si busca ser fiel a la misión que tiene encomendada.
En el nº 2.930 de Vida Nueva. Del 21 al 27 de febrero de 2015
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