¿Vida o muerte?


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El jueves de la semana pasada se informaba de la muerte de Javier Sánchez, un cura de Zaragoza muy conocido y querido. Había estado ingresado en el hospital Miguel Servet desde la noche de la Vigilia Pascual, cuando, al inicio de la celebración, sus vestiduras litúrgicas se incendiaron por la fogata que se prende en el exterior del templo y de la cual se toma la llama para el cirio pascual. Es una triste paradoja que un fuego que simboliza la vida de Cristo resucitado haya sido lo que ha ocasionado la muerte de este buen cura.



Hablando de paradoja, en la Escritura encontramos un texto que, según los expertos, emplea el recurso del contraste para transmitir su mensaje. En una relectura de las plagas del Éxodo, el libro de la Sabiduría dice: “Es imposible escapar de tu mano [de Dios]. Los impíos, que no quisieron conocerte, fueron castigados por el poder de tu brazo: cayeron sobre ellos extrañas lluvias, granizadas, aguaceros para los que no había cobijo, y el fuego los consumió. Y lo más sorprendente era que, en el agua, que lo apaga todo, el fuego se volvía mucho más activo, pues el universo combate a favor de los justos. Unas veces la llama se debilitaba, para no abrasar a los animales enviados contra los impíos y para hacerles ver claro que los impulsaba el juicio de Dios; y otras veces, aun en medio del agua, la llama quemaba más que el fuego natural, para destruir los frutos de una tierra culpable” (Sab 16,15-19).

Prodigio del fuego

Otro texto un tanto extraño en el que se menciona el fuego lo encontramos en 2 Macabeos. En 1,18-36 se cuenta que, cuando Nehemías purificó el templo de Jerusalén, se encontró con que no había fuego, ya que este había sido escondido por los sacerdotes muchos años antes, cuando la deportación a Babilonia. No obstante, los sacerdotes que buscaron el fuego y no lo hallaron dijeron a Nehemías que lo que sí habían encontrado era un líquido muy espeso. “Cuando los sacrificios estaban preparados, Nehemías mandó a los sacerdotes que rociaran con aquel líquido la leña y lo que había encima de ella. Así lo hicieron y, cuando comenzó a brillar el sol, antes nublado, se encendió un fuego grande, ante la admiración de todos. Mientras se consumía el sacrificio, los sacerdotes y todos los asistentes hacían oración” (2 Mac 1,21-23).

Este “prodigio” del fuego –probablemente con la ayuda de petróleo o asfalto– constituye una tradición desconocida en el resto de la Biblia. En todo caso, apunta a la legitimidad de los sacrificios realizados en ese templo renovado de la época de Nehemías.

Todas las realidades tienen capacidad simbólica. Y todos los símbolos son, por definición, ambiguos. Como el fuego.