Raúl Molina
Profesor, padre de familia y miembro de CEMI

Salmos para la guerra


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Salmo 55

Dios nuestro, escucha nuestra oración y no te cierres a nuestra súplica porque estamos viviendo con angustia este espectáculo devastador en el que, una vez más, las ambiciones de los poderosos nos sobrecogen con ruido de bombardeos y llanto de niños. ¡Cuántas veces hemos orado por el sufrimiento de pueblos enteros que soportan la guerra elegida por otros! ¡Cuántas veces hemos llorado el dolor y la muerte de los que huyen de países gobernados por dictadores, por el hambre, por el genocidio, por la desesperanza! ¡Cuántas veces nos hemos sentido cómplices de un sistema económico y político que nos beneficia! Ahora nos asalta el temor y el espanto: el eco de las bombas sobrecoge a la vieja Europa.



Salmo 59

Líbranos, Dios nuestro, de los agresores, de los hombres sanguinarios, de los poderosos que nos acosan, de aquellos para los que no somos nada. ¿Quién merece este desprecio? ¿Quién vale menos que un litro de gas, que un millón de euros, que un territorio conquistado?

Salmo 10

Como tantas otras veces, has desaparecido de nuestras vidas. ¡Qué difícil se hace creer en tu bondad y en tu misericordia cuando presenciamos el dolor, cuando sufrimos el miedo, cuando resumamos impotencia! ¿Por qué dejas que la codicia y la ambición se adueñen del mundo? ¿Por qué consientes que los deseos de libertad, justicia y dicha, que nos prometiste, sean pisoteados?

Salmo 37

Siempre respondes con palabras de consuelo, invitándonos a la serenidad, haciéndonos ver que tus caminos no son los caminos del poderoso, anunciando que será tu justicia la que prevalezca. Nos animas a ser fieles a tu voluntad, a mantenernos en el amor a la vida y en el amor al prójimo, a que te descubramos en cada ser humano, a que hagamos de la compasión nuestra manera de estar en el mundo. Y te brindas a acompañarnos en el camino.

Solidaridad con Ucrania

Salmo 40

Nuestro deseo, Dios Padre, es confiar en ti y sabernos escuchados. Por eso queremos verte, oírte, saber que también estás en este tiempo oscuro que nos abre, sin respuesta, al misterio del mal. Queremos caminar con paso seguro, dando muestras de esperanza a una humanidad que tanto las anhela, comprometiéndonos con el dolor del prójimo, proclamando que tu mensaje nos ayuda a vivir y que el buen camino nos lo marcó tu Hijo.

Salmo 41

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, dichosos los que cuidan del pobre. Por ellos velarás, Señor. Esta es nuestra sencilla respuesta al mal: hacer el bien. La encarnación fue tu sencilla respuesta al mal: hacerte hombre para vivir como hombre; para compartir nuestras dichas y angustias, nuestras esperanzas y miedos; para cuidar de los tuyos, sanar a los enfermos y consolar a los tristes.

Salmo 68

Somos tus manos, Señor. Somos los encargados de acoger a los desvalidos, de liberar a los cautivos, de hacer visible tu misericordia. Y ahí vemos tu misericordia, en los que se hacen presentes en las colas de refugiados, en los que sacan del mar a los que buscan en nuestra tierra un futuro mejor, en los que se quedan en las ciudades asediadas para ponerse al servicio de los damnificados, en los que ofrecen su esfuerzo para mejorar las condiciones de esos cientos de millones de invisibles que no interesan a los mercados, en los que entregan la vida a los demás en su día a día silencioso.

Salmo 98

¡Cómo esperamos que des a conocer tu victoria y reveles a las naciones tu justicia! Y ese día esta será nuestra fiesta: disfrutar de las maravillas de la naturaleza que nos regalaste, gozar plenamente de la compañía de los otros, cantar que ‘tu gloria es la vida de los hombres’ y descubrir la grandeza de lo que somos, porque Tú habitas en nuestros corazones.