José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Quiero una oportunidad


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Gente que huye, gente que busca oportunidades… Todos los periodos históricos muestran la movilidad humana como una constante que se genera por múltiples motivos. Seguimos sin entender que la historia de la humanidad es la historia de las migraciones. Mientras, muchos las enmarcan solo desde el punto de vista caritativo/social y olvidando que son generadoras de cultura y sociedad asumiendo. En un futuro próximo, nuestra sociedad será multiétnica, intercultural y plurirreligiosa. Por eso hay que apostar por el futuro de las mismas encarnado en los jóvenes migrantes.



Pero, primero, es necesario escuchar, leer. Sensibilizarse. O soñar con los que sueñan. Porque muchos jóvenes migrantes, por ejemplos los extutelados, solo quieren una oportunidad que no quede en un sueño evanescente o truncado por peleas administrativas y papeles que no saben de latidos humanos. Como propone la campaña del SJM #SoloConUnaOportunidad con información y creatividad, plasmada en vídeos y otros recursos que nos hacen concebirlos libres y fraternales en la necesaria igualdad.

La campaña que se incorpora al camino emprendido en muchas redes ante la reforma del Reglamento de Extranjería propuesta por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, aún pendiente de aprobación por el Gobierno, taponada por otras instancias del mismo Gobierno y que sin embargo supondría una apuesta factible y un paso adelante por mejorar la vida de muchos jóvenes que llegaron solos a nuestro país y aún viven con nosotros.

En la ‘retina’ del corazón

Cada vez es más necesaria la integralidad de la acción con los migrantes, en este caso por parte del Estado. Hay contradicciones que estorban mucho en varias parcelas administrativas, territoriales , gubernativas… Disparidad incluso de la concepción ante este reto por parte de varias áreas de la Administración. En esta música me suena mejor la orquestada por el Ministerio de Migraciones mientras creo, modestamente, que las políticas sobre la seguridad en este caso siguen desafinando.

Hoy he recordado situaciones similares al hilo de mi experiencia. Ha permanecido desde hace mucho tiempo en la ‘retina’ de mi propio corazón el impacto de muchos relatos que me han enriquecido mucho tiempo –con la diferencia lógica de la edad– en los contactos con las historias infantiles de muchos menores migrantes que iban creciendo mientras yo iba disminuyéndome.

Este era un relato de hace años en mi trabajo en Migraciones en la Iglesia Española. Me refiero en concreto a un relato rescatado cuya fotografía incorpora a dos menores migrantes mirando un lugar destrozado que no era otro que el de su propio país, del que huyeron. Me los imagino ahora en torno a los 18 años de edad. Uno de ellos entonces no se atrevía a mirar a la cámara, necesitaba sacar fuera la realidad de sus ojos. En su huida nos dejaba ver a nosotros, los espectadores, la historia de su dolor reflejada en su mirada.

“Habéis roto mis sueños”

¿Qué atrocidades no habría visto? ¿Qué desgarros y pérdidas no habría padecido? Y debajo el paisaje de su lugar destruido, donde no quedaba un alma. Y tras esa desolación estaba imaginando, supongo, el incontable padecimiento de tantos. Su rostro escondido apenas esbozaba un sollozo silencioso y vulnerable. Quizás sea porque soñaba infantilmente con un mundo de mariposas y ruiseñores.

En contraste había otro rostro: el de una niña tocada con un pañuelo, que tapaba su boca y esta sí, miraba directamente a la cámara. Su mirada como la de tantos ahora en parecidas situaciones, nos compromete. Es su clamor de súplica. “Habéis roto mis sueños” parecía decirnos. Una provocación a la compasión con “los hermanos más pequeños”. Es decir, a tener la misma pasión que ellos por la vida merecida . Una urgencia de respuesta aunque sea insignificante, incluso con cierta sensación de impotencia, pero imprescindible.

Aquellos niños ahora tienen en torno a los 18 años y merecen una respuesta. Sus ojos fijos, los infantiles de ayer y los juveniles de ahora, mirándome a mí, o a ti, tras el paso a la adultez, muchas veces sin etapas intermedias. Mirándonos a un nosotros donde replican sus miradas clavándose en las nuestras como un imperativo imprescindible, inaplazable. Esos ojos de entonces nos siguen mirando ya crecidos, esperando la necesaria y justa respuesta que mucha gente reclama ante la citada reforma.

Ahora nos damos cuenta que hay en ellos la infinita belleza de una insondable dignidad que nos apremia a extender la mano e implicarnos para convertir los retos (formativos, laborales, de inclusión etc.) en oportunidades con el apoyo legal necesario. Ahora. Yo quiero recoger sus ecos. Y, con otros, devolverlos como sepamos y podamos. Porque mañana será tarde. Ayer fue tarde. ¡Ya es tarde!. Ahora o nunca.

Evitando lo que denunciaba Eduardo Galeano :
“Porque todos somos iguales…
no importan nuestras diferencias…
no andar,
ni ver,
no escuchar,
ni sentir…
esto no es una limitación.
Limitación es NO TENER UNA OPORTUNIDAD.”