¿Qué piensa la Biblia del poliamor?


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Hace unos días, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) hizo pública una encuesta a propósito de los vínculos sociales y afectivos de los españoles tras la pandemia. En ella se decía que, aunque no se practicara, más del 40% considera normal tanto lo que se ha dado en llamar poliamor como las relaciones abiertas en la pareja (es decir, simultanear parejas).



¿Hablará la Biblia de estas realidades? Habría que distinguir entre el ser humano y Dios. En cuanto al ser humano, todos conocemos el hecho de que la Biblia (especialmente el Antiguo Testamento) trata con naturalidad el hecho de la poligamia: algún patriarca, como Jacob, tiene hijos con cuatro mujeres (simultáneamente): dos hermanas y sus respectivas esclavas. Asimismo, del rey David se mencionan varias mujeres: “David subió allá con sus dos esposas, Ajinoán, la yezraelita, y Abigail, la mujer de Nabal, el de Carmel […] David tomó otras concubinas y mujeres de Jerusalén, después de su llegada de Hebrón. Y le nacieron hijos e hijas” (2 Sam 2,2; 5,13). Aunque no llegó a la altura de su hijo Salomón, del que se cuenta que “tuvo setecientas mujeres con rango de princesas y trescientas concubinas” (1 Re 11,3). Por tanto, la relación poligámica (no así la poliándrica: una mujer con varios hombres) respondería sobre todo a las costumbres de la época y del lugar.

Dios solo tiene ojos para Israel

Por lo que respecta a Dios, la Biblia insiste en que Dios no tiene ojos más que para Israel: “Cuando el Altísimo daba a cada pueblo su heredad y distribuía a los hijos de Adán, trazando las fronteras de las naciones según el número de los hijos de Israel, la porción del Señor fue su pueblo, Jacob fue el lote de su heredad” (Dt 32,8-9).

Incluso se emplea un término que hoy no tiene buena prensa (con razón): “No iréis en pos de otros dioses, de los dioses de los pueblos que os rodean. Porque el Señor, tu Dios, que está en medio de ti, es un Dios celoso” (Dt 6,14-15). En seis ocasiones (tres en el libro del Éxodo y otras tres en el del Deuteronomio) se dice que Dios es “celoso” (‘qaná’). Así, los celos de Dios manifiestan la exclusividad de la relación entre Dios y su pueblo. Por eso es presentado como un “marido posesivo” que exige a su “esposa” una relación única y exclusiva.

Más allá de las circunstancias históricas y sociales (con los inevitables tributos que hay que pagar), ese Dios celoso transmite la idea de una relación con su pueblo tan singular (en el sentido que le da la primera acepción del ‘Diccionario’: “Única en su especie”) como indestructible.