Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Por qué motivos debería prohibir comulgar la Iglesia?


Compartir

El documento

Finalmente, un sector de los obispos estadounidenses se ha salido con la suya y, desoyendo la llamada a la prudencia del Vaticano, se ha aprobado un documento sobre la comunión de los políticos católicos que apunta directamente hacia el presidente Joe Biden. Católico declarado, de misa dominical, es claramente apuntado de tibio por un sector del Episcopado que ve en él, el portavoz más preclaro de la postura del partido demócrata frente al aborto.



El documento, que no puede ir más allá que el Derecho Canónico en lo disciplinar, se ha convertido en la polémica de la Asamblea Plenaria de primavera. Sin aprobación definitiva, los prelados –con 168 votos a favor, 55 en contra y seis abstenciones– han remitido a la reunión otoñal su instrucción sobre “el significado de la eucaristía en la vida de la Iglesia”. Maquillado como una nueva presentación del sacramento cotidiano de la fracción del pan, nadie parece creerse que no sea una medida ad hoc para el presidente Biden, en cuyo equipo brillan figuras más o menos emergentes que parecen muy dispuestas a dar la batalla cultural al sector más clásico –léase ‘blanco’– de la Iglesia Católica de los Estados Unidos.

Los argumentos

Como señalaba José Beltrán en su crónica, los términos del debate –con más de 40 intervenciones– no deja lugar a dudas. Desde las pantallas de los obispos en esta asamblea virtual se habló de “infanticidio”, de ataques a la doctrina católica, de “la agenda pro-aborto más radical de nuestra historia”, crisis de “credibilidad”…. Todo pura teología eucarística. Cualquiera diría que hace unas semanas en la fiesta del Corpus estos obispos han rezado en ‘Pange Lingua’.

“Es un asunto privado y no creo que vaya a suceder”. Respondía sereno, a la par que tajante, Joe Biden a la revista People, cuando se anunció que el documento está más cerca de convertirse en una realidad.

Quizá Biden, que ya tiene una edad, recuerda el viaje de Juan Pablo II a Chile en 1987. Entonces gobernaba el dictador Augusto Pinochet y la diplomacia vaticana había mediado con éxito en un conflicto entre Chile y Argentina que impidió una guerra entre ambas naciones. En Santiago de Chile, en el Palacio de La Moneda –sede presidencial–, Pinochet tendió la conocida trampa del balcón desde el que pontífice saludó a los partidarios del régimen junto al dictador. La foto de ambos saludando a las masas enfervorecidas en las que parecía haber cierta complicidad entre los líderes dio la vuelta el mundo e hizo mucho daño y fue un golpe más en un viaje en el que se produjeron cargas policiales durante una misa multitudinaria en un parque de la catedral chilena. Sin embargo, esto no impidió que Pinochet –condenado por crímenes de lesa humanidad, genocidio, corrupción, malversación de fondos y tráfico de armas– recibiera la comunión hasta el fin de sus días.

papa Juan Pablo II en Chile con el dictador Augusto Pinochet abril 1987

El Código de Derecho Canónico termina su último artículo –y no es casualidad– con este principio: “Teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia”. ¿Los obispos estadounidenses piensan en la salvación de las almas o en como hacer de la eucaristía y la comunión una herramienta de su nostálgica influencia política? Continuará.