Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La intimidad como espectáculo


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Hoy casi no nos extraña ver por las pantallas a actrices o famosos que nos develan las 24 horas de su existencia como una gran información que debemos asimilar. Los acompañamos a ir de compras, a la peluquería y hasta al baño matinal. Sin embargo, esta conducta tan “trivial”, impensable hace algunos años, trae consecuencias muy complejas para nuestra vida.



En los últimos años, la exposición de la intimidad se ha convertido en una forma de validación social, y este fenómeno está estrechamente vinculado a la expansión de las redes sociales. WhatsApp, Facebook, YouTube y otras aplicaciones poseen un alto porcentaje de contenido “íntimo” de las personas que comparten al mundo su mundo, haciéndose “famosos” por esto. Antes, los que obtenían reconocimiento y fama en la sociedad era porque aportaban conocimientos, descubrimientos, hazañas, ideas o testimonios que sobresalían de la cotidianeidad, para bien o para mal. Hoy, en cambio, un famoso/a puede no hacer nada especial; solo exponer como un espectáculo su intimidad. La palabra “famoso/a” dejó de ser un adjetivo que hablaba de alguien para convertirse en un sustantivo. Se es famoso solo por ser visible.

Las consecuencias de este espectáculo

Una de las transformaciones más preocupantes de este fenómeno está en el tipo de vínculos que establecemos. Estos se han vuelto más superficiales, desechables, poco confiables, mermando la calidad de las relaciones humanas y su autenticidad. Este último concepto se ha tergiversado al punto de “exhibirlo todo para ser natural”, pero olvidando el cuidado y el buen trato con los demás. Las redes no solo son un espectáculo de intimidad, sino también un circo romano donde la agresión y la descalificación se hacen presentes sin ningún filtro de compasión ni humanidad.

El famoso “dedo” del “me gusta” no parece ser casualidad, ya que, al igual que la autoridad del circo, parece determinar la vida o muerte del otro, dependiendo de una masa inconsciente y voluble.

Imagen de archivo de varias personas con teléfonos móvil y el logo de Twitter al fondo/Archivo VN

“Colgando de un dedo”

Al hacernos adictos a la aprobación de un público digital, la identidad y autoestima de cada cual ya no está anclada en la experiencia vital con uno mismo y con los vínculos más cercanos, que conocen la historia, matices, evolución y proceso íntegro de la persona, sino que está colgando de un dedo a merced de lo que seres anónimos puedan opinar, sin contexto ni profundidad. La certeza del valor y dignidad personal se va licuando y, con ello, también se pierde el amor propio y el bienestar. Nos volcamos tanto hacia afuera, que el adentro se vacía y eso genera mucha angustia, soledad y la dependencia tóxica al “like”.

La búsqueda de reconocimiento en línea ha llevado a una pérdida de privacidad, a la mercantilización de la intimidad, a un creciente aumento de la frustración social y a mayor depresión, ya que las personas comparan sus vidas con las representaciones idealizadas en las redes sociales y acumulan una insatisfacción vital. Ver con detalle la existencia cotidiana de “ricos y famosos”, inevitablemente, genera odiosidad, resentimiento, una sensación de injusticia y una rabia interna que fácilmente puede explotar.

Distorsión de la realidad

El que la intimidad se exhiba como un espectáculo tiene además un efecto muy perverso en la concepción del mundo y cómo es la vida en realidad. Las redes sociales suelen hacer énfasis en lo exitoso, lo bello, lo luminoso, ocultando lo triste, lo feo y lo ambiguo, por lo que las personas que se “alimentan” de lo digital creen que ellas son las únicas que sufren penurias o adversidad.

Esta distorsión genera amargura y una sensación de insatisfacción profunda de estar siempre en el bando de los desfavorecidos y sin privilegios. En parte, esto explica que hayan surgido tantos “indignados” y movimientos sociales que exhalan su malestar.

Revirtiendo el fenómeno

Un primer paso será hacer un diagnóstico muy honesto con nosotros mismos para ver cuán contaminados estamos de este cambio social. A medida que profundizamos en este tema a nivel personal, familiar y social, no solo debemos denunciar el mal que nos causa, sino también debemos considerar formas de reaccionar y aprender de esta nueva realidad.

  • Limitarnos en el uso de redes sociales.
  • Buscar disciplinadamente espacios de introspección personal a diario.
  • Cuidar los espacios familiares con el uso restringido de los celulares.
  • Legislar sobre qué es privado y qué es público.
  • No consumir realities ni “intimidades” de “famosos”.
  • Elegir líderes que contrarresten esta tendencia.
  • Reafirmar la propia identidad en el ser (no en el tener ni en el aparecer) a través de un trabajo psicoespiritual.
  • Validar a los vínculos más cercanos en su carácter e historia; no por su imagen.
  • Crear y publicar contenido contracultural.
  • No perder la fe en esta cruzada de humanización a través de la oración y la comunidad.

Construir nuestro yo y los vínculos con los demás basados en la superficialidad de una intimidad expuesta como espectáculo, es equivalente a construir sobre arena. Construir nuestro yo sobre roca, es “irnos” hacia nuestro templo interior; guardar silencio, disponerse al encuentro con Dios/Amor y sentar en este vínculo todo nuestro valor y dignidad.