Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Julen y el pozo


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Llevamos unos días en los que todos estamos pendientes de unas excavaciones, de un pozo y de un niño cuyo nombre ya se nos ha hecho muy cercano. Me imagino la situación de angustia que tiene que estar viviendo la familia, y también me alegra sentir cómo los seres humanos, capaces muchas veces de lo peor, podemos mostrar nuestra mejor versión cuando se trata de solidarizarnos y poner todos los medios en favor del débil. Al hilo de esta situación me venía a la cabeza esos otros “pozos” en los que tantas personas viven.

Izal, un grupo de música indie que me gusta, tiene una canción en su último disco que se llama precisamente ‘El pozo’ y que describe cómo alguien se empeña por trepar desde ese agujero al exterior. Quizá es la oscuridad, la soledad y la dificultad para salir de él lo que le convierte en una imagen muy gráfica de todas esas circunstancias en las que podemos caer y sentirnos atrapados, incapaces de avanzar por nosotros mismos y donde nuestra impotencia se pone más en evidencia que nunca. Cualquier situación complicada, de esas que abundan en la vida, puede vivirse como ese ‘pozo’ del que ahora andamos pendientes y preocupados.

También un personaje de la Biblia, el patriarca José, fue lanzado a un pozo por sus hermanos (Gn 37,24). A partir de ese momento, empezó una paradójica historia en la que la oscuridad inicial de ese agujero y su sinsentido se convirtieron en oportunidad para transformarse en un sabio digno de admiración por parte del propio faraón (Gn 41,39-41). Así nos pasa a nosotros. Misteriosamente muchas de las situaciones más oscuras y tenebrosas se pueden convertir en oportunidades que nos hacen brillar. Ojalá sea así siempre y nunca escatimemos en esfuerzos para rescatar a quienes, cerca de nosotros, se sienten también hundidos en distintos pozos.