Historias para contar, historias para manipular


Compartir

En su mensaje para la 54ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el Papa Francisco nos recuerda que “desde la infancia tenemos hambre de historias como tenemos hambre de alimentos. Ya sean en forma de cuentos, de novelas, de películas, de canciones, de noticias…, las historias influyen en nuestra vida, aunque no seamos conscientes de ello”. Luego nos advierte sobre “cuántas historias nos narcotizan, convenciéndonos de que necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices. Casi no nos damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad consumimos”.



El Papa alude al “llamado storytelling con fines instrumentales”, haciendo referencia a una técnica que se utiliza en el marketing para vender productos, proyectos o discursos políticos, o de diferentes contenidos, a través de “historias”, “relatos”. La clave del éxito de ese instrumento se apoya en generar con “el cliente” una relación que va más allá de la transmisión de un mensaje: la historia es una excusa para “vender” algo. Obviamente no toda historia que se cuenta es un “storytelling con fines instrumentales”; el arte de contar historias va mucho más allá de esa técnica que pretende manipular, y como el mismo Papa señala, las historias que verdaderamente perduran son aquellas que sacan “a la luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana”.

El texto que ofrece en esta ocasión el Papa Francisco puede ser también muy importante para tomar conciencia de las muchas formas de manipulación de las que pueden ser víctimas hasta los relatos más sagrados. Por ejemplo: el conocido relato del nacimiento de Jesús puede ser vaciado de su contenido original y convertido en una proclama ideológica que pretenda presentar la pobreza del pesebre como “un bien en sí mismo”, o como un arma arrojadiza lanzada contra “los ricos”. Inmediatamente, la belleza y el contenido profundo y trascendente del relato en cuestión quedarían completamente tergiversados. La trampa consiste en hacer una lectura del texto desde unos presupuestos ajenos al relato en lugar de “dejarse atrapar por la narración”, tal como se presenta.

¿Qué significa “dejarse atrapar por la narración”?

Otro ejemplo, ahora con forma de relato: imaginemos un joven, completamente enamorado de su amada, escribiéndole una carta en la que expresa sus sentimientos. Es fácil adivinar la agitación de su corazón en el momento de poner en las manos de la destinataria ese texto que tanto significa para él. Ahora supongamos que la joven lee y exclama con sorpresa: “¡qué interesante!”, y al rato “esta frase está buena”, y después “aquí hay un error de ortografía”. Es probable que, para ese momento, la desazón del muchacho ya fuera absoluta. Lo que él escribió no estaba destinado a ser analizado, ni a ser corregido o comentado. El joven esperaba que sus palabras “atraparan”, “sorprendieran”; que su amada se sintiera impulsada a una respuesta conmovida, que “entrara en el relato”. No era un texto destinado a un análisis literario ¿No hemos hecho lo mismo que esa joven con muchos relatos bíblicos?. ¿No hemos convertido en sermones aburridos conmovedoras parábolas del Maestro de Nazaret?

El mensaje del Papa para esta Jornada de las Comunicaciones nos advierte sobre algunos peligros, pero especialmente nos invita a dejarnos atrapar por ese relato incomparable que “nos muestra que a Dios le importa tanto el hombre, nuestra carne, nuestra historia, hasta el punto de hacerse hombre, carne e historia”. Y además de invitarnos a entrar en esos relatos nos anima a responder a ellos con nuestros relatos: “contarle a Dios nuestra historia nunca es inútil … a Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle las situaciones”. Como aquel joven que no esperaba un “análisis literario” sino una respuesta de amor, los relatos de los Evangelios esperan de nosotros una respuesta de vida más que una serie de razonamientos conceptuales.

Francisco advierte y anima: “En una época en la que la falsificación es cada vez más sofisticada y alcanza niveles exponenciales (el deepfake), necesitamos sabiduría para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos. Necesitamos valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos paciencia y discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy”.