Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

God talent


Compartir

Es curioso cómo vamos entrelazando significados y palabras. No solo entre nosotros, sino también con generaciones que nos precedieron y con otras que vendrán y que, por supuesto, no conoceremos. Me causa este asombro, por ejemplo, la palabra “talento” que en castellano significa inteligencia, aptitud o capacidad para cierto desempeño.



Es un caso curioso porque proviene del ‘talentum’ latino o el ‘tálanton’ griego, esa especie de plato de balanza con que se pesaban las mercancías y se tasaba su precio. Se convirtió en una unidad de medida: si pesaba 10 talentos, costaba 10 talentos. Y de ahí la parábola del evangelio donde un comerciante encarga a sus sirvientes parte de sus bienes, diversos talentos “según la capacidad de cada uno” (Mt 25,14-30). Tras un largo viaje regresa y hace cuentas con cada uno de ellos, comprobando que los que más recibieron duplicaron las ganancias y el que menos recibió (recordemos que lo repartió según la capacidad de cada uno), seguía con el mismo talento intacto. No lo había perdido, pero tampoco había ganado nada. Simplemente, lo guardó a buen recaudo para evitar males mayores. El buen señor, al menos en el relato evangélico, felicitó y recompensó a los dos primeros y echó al “inútil, negligente y holgazán” (todo eso le dice) por no haberse atrevido a ponerlo en juego. El miedo, la excesiva prudencia o el conservadurismo total fue más fuerte que su capacidad de riesgo.

Talentos recibidos

En resumen: hoy hablamos de personas con talento, con inteligencia o especial aptitud para algo porque un tal Jesús de Nazaret transmitió esta parábola y no quedó en saco roto. Hasta el punto de quedar asociado el talento con aquellas personas sagaces, emprendedoras, con inteligencia práctica y valentía suficiente para desempeñar un cometido.

A mí me gustaría que la parábola incluyera también a un sirviente fiel y animoso que puso en juego los talentos recibidos, como los dos primeros narrados por Mateo, y los perdió. Sí, me hubiera gustado mucho más la parábola. Porque el señor de esta historia no rechaza al tercer siervo por tener menos talentos sino por no haberlo intentando. Así que quiero pensar que no ensalza a los otros dos porque acumulen más talentos y engrosen las arcas comunes sino porque lo intentaron, porque se arriesgaron.

Hasta me imagino a Jesús (pura imaginación, por supuesto) leyendo la narración de Mateo y sonriendo con el ceño algo fruncido: “Ay, Mateo, siempre igual… cuántas veces te he dicho que cuentes las historias enteras, tal como os las contaba yo… que no quites nada… En fin, especialmente, que no quites eso que a ti te suena a fracaso, a poco brilli-brilli… ¿No ves que de lo contrario un buen puñado de hombres y mujeres van a sentirse fuera de la historia?… Y lo que es peor, serán los más lúcidos, los que tienen claro que es imposible ganar siempre, que todos hemos hecho negocios y apuestas con la vida y en algunos casos hemos vuelto con las manos vacías y alguna que otra magulladura… ¡¡¡Ay, Mateo… no vayan a pensar que Dios espera de ellos resultados cuando lo que quiere una y otra vez es que vivan!!!”.

Y entonces me quedo más tranquila. Porque no sé si estoy entre los lúcidos, pero desde luego sí entre los que apostaron y perdieron el talento que tenían alguna vez. Lo que no cuenta la parábola es que la vida (o Dios) siempre encuentra la manera de volver a ponerte entre las manos algo o alguien que merezca la pena y así volver a apostar, arriesgar, ¡a vivir!