Héctor Sampieri Rubach, director del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia en México
Director del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia en México

Favorecer la empatía desde una verdadera conexión profunda en el acompañamiento


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Después de considerar nuestra mente, con la necesidad de enfoque y atención que se requieren para servir efectivamente, continuemos la ruta de revisión de las habilidades básicas que debemos desarrollar en nosotros para ser mejores acompañantes. 



Intentemos hoy una sistematización respecto el desarrollo de la empatía, una aproximación que nos permita favorecer una verdadera conexión con la persona que nos abre su vida y nos comparte los desafíos que esta le presenta. Hemos dicho que la escucha es la llave del acompañamiento, pero ahora, conozcamos la puerta que permite el acceso al mundo interior de la persona.

¿Qué entendemos por empatía?

La definición de la empatía no es empresa sencilla. A veces, es tan complejo acercarnos a la comprensión cognitiva de esta experiencia que procuramos buscar algunos atajos que nos acerquen a dicha realidad. En mi país, desgraciadamente, en muchos ámbitos educativos y pastorales se ha difundido aquello de que la empatía es la capacidad de “ponernos en los zapatos del otro”. Un movimiento, hasta cierto punto simplista, para asumir como propia la experiencia emotiva del otro. Creo que las definiciones fáciles y acortadas complican el verdadero desarrollo de esta poderosa habilidad de acompañamiento personal.

Y es que la empatía no es calzarse zapatos, y experiencias ajenas, sino un movimiento cognitivo y emotivo para “sintonizar” con las experiencias emocionales de la persona a quien acompañamos. Yo no puedo sentir lo que el otro siente, en la intensidad y en la relevancia de su experiencia emotiva, pero puedo sintonizar mi propia emoción a la vivencia de su necesidad para hacerle sentir acompañado. No debo desbordarme, cuando acompaño, en la emoción propia que “inunda” la vida de la persona puesto que no habría servicio de acompañamiento y ambos, acompañante y acompañado, estarían presa del vaivén emocional de la situación concreta.

Pienso en una imagen que nos es cercana en el ámbito de la fe. En la caída de Pedro al agua, cuando se encuentra sumergido en medio del temor y la desesperación de no poderse mantener sobre el agua, nuestro Señor le extiende firmemente la mano y lo jala hacia afuera de aquel momento de angustia. Pero nuestro Señor, sabiamente, no se arroja al agua para desde ahí ayudar a que Pedro sea capaz de evitar el ahogamiento. Comprende las emociones de Pedro, y desde esa comprensión, actúa con firmeza y seguridad, cuando el otro más lo requiere. No le recrimina, no le minimiza, no le hace sentir que ha sido exagerado en su perspectiva, y que está exagerando su respuesta ante la situación. Le acompaña desde su vivencia.

Confundimos “simpatía”, como esa necesidad de aliviar las emociones negativas del otro, con la verdadera empatía que, en muchas más ocasiones de las que pensamos, no requiere palabras sino una actitud dedicada de estar presente y a disposición de lo que le ocurre al otro.

Asemejamos la empatía con la “necesidad” descolocada de remover al acompañado de sus emociones negativas: si está triste queremos que se alegre, si está enojado buscamos que se calme, si está desanimado le decimos con la esperanza de ayudarle: “ponle más ánimo y ganas de salir adelante”. La empatía no es la modificación intencional de las emociones del acompañado, la empatía es la disposición y ánimo de estar ahí, justo en ese momento, en que la emoción parece un oleaje muy fuerte que puede hundir a la persona. Solo con una empatía profunda, desde la sintonía emocional, somos capaces de acompañar al acompañado para que identifique, reflexione y module su emoción en torno a su bienestar.

Existe más empatía en la mirada sincera y en el abrazo del amigo durante la pérdida de un ser querido, que en el alud de palabras huecas de la condolencia automática del “no sabes cómo lo siento”.

Xose Manuel Domínguez Prieto, en El Arte de Acompañar, nos indica que la empatía es la “competencia emocional que consiste en reconocer el pensamiento y los afectos del otro. Gracias a la empatía somos capaces de ponernos en el punto de vista de los otros, de escucharles, de darnos cuenta de lo que sienten, piensan y necesitan”. A través del desarrollo de esta habilidad, buscamos lograr que la persona que acompañamos se sienta entendida y desde esa experiencia profunda pueda entenderse a sí misma. Nuestra búsqueda es el aprendizaje y la consciencia sobre la emoción que se vive, puesto que solo desde ahí la persona podrá decir lo que puede o no hacer con las emociones que experimenta.

El padre Jorge Luis González, en su obra “Coaching cognitivo”, nos dirá lo siguiente: “Sabemos que la empatía nos permite trasladarnos virtualmente al interior del otro. Así nos hacemos cargo de sus mapas mentales, puntos de vista, sentimientos, necesidades, etc. Luego, conociendo su perspectiva y estado interno, podemos comprenderlo”. La empatía entonces como viaje dentro del encuentro que no podemos evadir y que, más bien, debemos procurar.

A partir de este viaje al otro ¿cómo podemos lograr una conexión profunda con nuestro acompañado?

Algunos puntos básicos, podrían ser los siguientes en términos de nuestra actitud y disposición al encuentro que nos permita activar la empatía profunda:

  1. Demostrar un interés auténtico y enfocado en el bienestar integral de la persona que acompañamos, reconociendo y encauzando desde el diálogo las posibilidades de desarrollo y mejora en el nivel personal, o bien en el ámbito de la actividad que desempeña en su apostolado/función eclesial o educativa.
  2. Mostrarnos en todo momento, no por postura o máscara, sino por convencimiento y compromiso personal como seres humanos íntegros, honestos y sinceros que desean favorecer la experiencia de entendimiento personal de lo que ocurre.
  3. Ser conscientes de los compromisos contraídos que se generan en una relación de acompañamiento (citas, llamadas, encuentros, etc) y hacer honor a los mismos, cumpliendo la parte de presencia en el proceso que nos corresponde.
  4. Evitar en todo momento el juicio, la crítica, y la minimización de la experiencia emocional del otro. Respetar el estilo narrativo con el cual el acompañado nos expresa lo que le ocurre y permitirle la expresión abierta de sus emociones en un contexto seguro y controlado.
  5. Crear, dentro de la relación de encuentro, un contexto de apoyo desde la expectativa positiva de éxito respecto la regulación emocional del propio acompañado. La persona no es la emoción misma, la persona experimenta la emoción y por lo mismo puede identificarla, incluso aprovecharla, para favorecer una mejor comprensión de lo que ocurre. Para este punto, los entrenamientos o formación en Inteligencia emocional, se convierten en un valioso recurso para el proceso de acompañamiento.

Hacer saber que detectamos y valoramos la emoción del acompañado

A la par de los puntos señalados previamente, será importante para un efectivo acompañamiento, hacerle saber al otro que detectamos, es decir que nos damos cuenta, de las emociones que experimenta y que, muy probablemente, él no ha reflexionado. Para ello, el esquema de perspectiva cognitiva, que nos ofrece Jorge Luis González, es considerablemente relevante puesto que podemos dentro del proceso:

  • Manifestar la sintonía empleando la paráfrasis; podemos preguntar a la persona por la emoción que experimenta, de acuerdo a lo que nos dice: “Por lo que veo, tú, ¿te sientes enojado, triste, alegre, enamorado, tranquilo, etc.?”
  • Descubrir la emoción dominante en el relato que nos brinda el acompañado: “¿La emoción más intensa que vives ahora es…?”
  • Favorecer una perspectiva concreta, “al contemplar esto que ocurre desde esta posición y ante tu participación en lo que cuentas, ¿qué emoción experimentas?”
  • Identificar una necesidad particular: “ante esto que me cuentas, ¿tú sientes la necesidad de…?
  • Delimitar una visión o misión personal, con frases como las siguientes: “Teniendo a la vista tu visión del problema/reto/desafío, experimentas generalmente una emoción parecida a…”, o bien, “sintiendo la misión de tu proyecto o de tu expectativa, ¿qué emoción te encuentras viviendo ahora?”.

Estos pasos previos pueden ayudarnos a favorecer la conexión emotiva con el otro, respetando sus emociones y sentimientos, sintonizando su necesidad con nuestro objetivo de acompañamiento eficaz para ayudarle desde su experiencia y perspectiva y no desde nuestra propia vivencia.

Nos veremos nuevamente muy pronto para, completar nuestro recorrido por las 5 habilidades básicas del acompañamiento. Descubriremos en nuestro siguiente encuentro cómo apoyar a nuestro acompañado para crear y concretar acciones que le ayuden a mejorar la situación presente de su vida.

¡Hasta pronto y hasta siempre!

@HazyAprende

P.D. No hay acompañamiento sin empatía, aprovechemos lo que este complejo año 2020 nos ha enseñado respecto del encuentro y la fraternidad con nuestros hermanos. La sintonía emocional con quienes sufren y se encuentran en desventaja es realmente el campo de ejercicio y conquista para desarrollar en nosotros estas habilidades interpersonales que nos ayudan a cumplir mejor nuestros objetivos de servicio y colaboración a favor De la Iglesia. Sigamos pidiendo a Dios su apoyo y soporte, su mano firme para salir del agua de la incertidumbre en la que nos encontramos.