¿Están relacionadas las virtudes teologales con las finanzas?


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Si la labor del ecónomo está principal y fundamentalmente orientada hacia Dios, ¿qué aportan las virtudes cristianas a su gestión económica? Nuestro ser cristiano no afecta ligeramente a nuestras familias, vida en comunidad o trato con los superiores, sino que todo se ve marcado indeleblemente por la actuación de la gracia. También en el ámbito económico, todas las virtudes tienen su efecto en cómo gestionamos nuestro patrimonio.



Por eso, conviene empezar descubriendo cómo las virtudes superiores, las que más lejos pensaríamos que están de la actividad económica, mucho nos tienen que decir sobre esto. Las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad nos definen como cristianos. Si por Cristo hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina (2 Pedro 1,4), ya no nos vale con medidas y normas meramente humanas y mundanas. Nuestra vida cristiana, divinizada, necesita de un ingrediente sobrenatural. Por eso, Dios nos muestra cómo la fe debe inspirar nuestro intelecto, la esperanza nuestras intenciones, y la caridad nuestra finalidad (S.T I-II, 62, 3).

Fe

Por la fe asentimos firmemente a las verdades reveladas, pero ya decía san Agustín que la fe afecta a todo lo que hacemos. Dice el apóstol Santiago que “así también la fe, si no tiene obras, es muerta como tal. Mas alguien podría decir: ‘Tú tienes fe y yo tengo obras’. Pues bien, muéstrame tu fe sin las obras, y yo, por mis obras, te mostraré mi fe” (Santiago, 2,17-18).

Cuántas veces asociamos la fe solamente a pedir ayuda a Dios con confianza, a que nos resuelva problemas personales, de salud… No podemos obviar la otra cara de la moneda: Dios nos pide una fe activa, de forma que nada de lo que obremos, también económicamente, podamos extraerlo a ella, escondiéndola, ignorándola o incluso contraviniéndola con nuestras inversiones o gestiones.

Esperanza

En segundo lugar, la esperanza no es un pensamiento ilusorio, sino una expectativa segura. La esperanza es una firme seguridad con respecto a las cosas que Dios nos ha prometido (Romanos 8, 24-25; Hebreos 11, 1- 7).  Nos enseña a confiar en la Divina Providencia, y afecta a cómo interpretamos las circunstancias que nos rodean y, sobre todo, los reveses, los errores y las crisis. No las ve igual quien tiene su certeza puesta en Cristo.

Nos conviene reflexionar sobre dónde ponemos nuestra mirada, el lugar al que nos aferramos como seguridad y tranquilidad futura: ¿tenemos la casa construida sobre la roca de Jesucristo, o nos hemos dejado engañar por esperanzas más tangibles, más jugosas, más rentables, pero que a la primera tempestad darán con la casa en tierra? No podemos invertir o gestionar confiando en el azar o “el pelotazo”, obviando que la esperanza verdadera implica, necesariamente, una fidelidad a la misión y una dedicación y planificación orientada.

Caridad

Finalmente, la caridad, la primera de las tres. La caridad transfigura y eleva las acciones humanas. Dejan de ser mezquinas, interesadas o mundanas, y pasan a ser orientadas al amor a Dios y, desde Él, al perfecto amor al otro. La caridad nos permite, porque amamos al más grande, amar a los otros de la mejor manera posible. Es una fuerza extraordinaria y transformadora, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad.

Si la mejor amistad humana, la mejor relación matrimonial, la mejor actuación ética son las que nacen de la caridad cristiana, ¿cómo negar que la mejor gestión económica también se ve infinitamente enriquecida por ella? ¿Cómo privar al mundo financiero de tantísimos bienes como pueden venir de una economía transfigurada por la amistad con Dios?

El objetivo de Alveus es precisamente alinear estas virtudes con la misión de cada institución que acude a nosotros, confiadas en que no sólo maximizamos beneficios, sino que lo hacemos evaluando con fe, planificando con esperanza, orientando y gestionando con caridad.

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