Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

En mi salsa


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Desde que tengo memoria, no creo haber controlado nada. Las circunstancias de mi infancia y adolescencia, incluso del país y del contexto cultural en el que crecí, casi siempre me hicieron estar a la merced del control de otros que determinaban cómo debía actuar, pensar y hasta sentir frente a cada acontecimiento y sobre todo en la adversidad. Así viví muchos años cediendo el “manubrio” de mi vida a los pilotos de turno, incluidas instituciones, quienes decidían con certeza y voluntarismo qué caminos tomar, qué creencias seguir, qué gustos asumir y qué estructuras y conductas avalar o rechazar. Fui una niña absolutamente controlada, bien portada, educadita y casi “almidonada”, ya que nadie estaba dispuesto a ceder ni por un segundo el volante de la vida, ni menos ser cuestionada en el modo en que la manejaba. Peor aún, fue tan férrea la conducción y tan profunda mi obediencia –por temor al abandono y al rechazo– que dudé por años de que mis ideas, mi percepción y mi sentir fueran viables para mantener el control por mí misma o sin la ayuda de un “piloto” protector.



Al volante

Unos pocos años antes del estallido social en Chile y de la pandemia mundial, me empecé a agotar de ir de copiloto. Las ansias de libertad presionaban con tal fuerza que no las pude desoír más. Quería compartir las decisiones, “quería acordar los caminos”, quería tomar el manubrio a ratos, quería que los demás reconocieran que ya tenía la edad, el largo de piernas y brazos para conducir mi propia vida con independencia y responsabilidad. Es por eso por lo que, cuando el mundo se dio vuelta y todo se empezó a desordenar, una parte mía se sintió en su salsa y aunque confundida y asustada –como todos– sentí que en el descontrol del mundo surgía un espacio para todos aquellos que hemos vivido sometidos al control de alguien más. Todos se han ido cayendo de sus pedestales y eso permite una inédita y bellísima –aunque compleja– horizontalidad. El control –si es que algo de eso existe a nivel social porque la naturaleza sabemos que es autonomía por esencia y jamás la podremos someter o subyugar– ahora es necesario compartirlo. Ahora sí o sí hay que dialogar, llegar a acuerdos, escuchar, considerar a los que nunca tuvieron opción de subirse al auto siquiera ni menos manejar. Hoy es un tiempo altamente complejo, difícil, de alto riesgo, pero también una maravillosa oportunidad para que los “últimos sean los primeros” y aprendamos a ser mejores hermanos/as en una relación heterárquica y circular.

Llegó el tiempo de las conversaciones nosótricas en su más hondo sentido relacional como postulaban las tribus ancestrales mexicanas donde todos aportaban en círculos a la construcción de una nueva realidad. Oírnos, construir desde la diversidad un relato nuevo donde todos nos sintamos con la misma oportunidad de servir la vida y a los demás con diferentes turnos para manejar este barco en medio de la tempestad. Algunos pensarán que es una utopía imposible de concretar; creo que en parte es verdad; pero tampoco es posible en el tiempo ni en la creación el modelo actual. ¿Por qué no intentar al menos un nuevo acuerdo relacional?