El amor, menudo invento


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En mi entrada anterior sobre reparaciones en el hogar me extendí demasiado y me dije a mí mismo que al escribir la siguiente trataría de ser más breve. Bueno, pues en ello estoy. Esta semana me gustaría hacerte una pregunta así como muy personal. ¿Cuándo hiciste el amor por última vez?



No te asustes todavía

¿Sigues leyendo o eres de esas personas que ponen pies en polvorosa frente a la primera pregunta incómoda con la que se topan?

El amor es uno de esos excelentes sustantivos que se pueden combinar con varios verbos para matizar su significación. El amor se puede hacer, practicar, sentir, buscar, expresar y hasta sembrar. Y cada una de las múltiples combinaciones no lo agotan en absoluto. 

Quizás pensaste que te estaba preguntando por la última vez que mantuviste relaciones sexuales, algo que ni me importa ni quiero saber. La expresión ‘hacer el amor’ ha sido secuestrada por el sexo. 

Está de moda eso del secuestro semántico y visual. Sucede con el arcoiris, que ya no es símbolo de la Alianza con Noé. También con las banderas de algunos países, capturadas por ciertos grupos para hacer un uso egoísta de los símbolos patrios. Pues lo mismo con el amor, mil veces moanoseado para motivar reacciones emocionales que han podido albergar otros intereses en la retaguardia.

El diccionario de la RAE no reduce ‘hacer el amor’ a la cópula, sino que también lo define como enamorar o galantear (término poco inclusivo en una de sus acepciones, por cierto). Así, haces el amor cuando enamoras a alguien, ya sea con una mirada concreta o un gesto específico.

Pues bien, siguiendo ese hilo de razonamiento podemos argumentar que si Dios se esfuerza en salirnos al encuentro para enamorarnos, a través de su hijo Jesús el Cristo, y que enamorar es una de las acepciones de ‘hacer el amor’, entonces Dios está haciendo el amor con nosotras. Constantemente me atrevo a decir. ¡Qué poético! ¡Qué pasional! Así me parece a mí que es el Dios de la Vida.

¿Y al contrario? ¿Yo también le salgo a hacer el amor a Dios? Pues ahí ya no estoy tan seguro; a lo sumo me dejo revivir por él de tanto en tanto, como Lázaro en aquella cueva (cf. Jn 11, 1ss), o le lanzo vergonzosas miradas furtivas. ¿Pero hacerle el amor a Dios? ¡Si algunas temporadas pasa un montón de tiempo entre una visita a su casa y la siguiente!

No, qué va. Me enseñaron, y tal vez he ido también intuyendo, que Dios me ama así de defectuoso como nací, sin que mis pobres esfuerzos redunden verdaderamente en un incremento de su amor hacia mí. Si esta relación dependiera de mis esfuerzos ya se habría extinguido hace tiempo. Hay demasiado pellejo viejo que necesita ser renovado en odre nuevo (cf. Mc 2, 22). 

Así con todo, ¿te apetece responder ahora a la pregunta que lancé al principio? ¿Cuándo hiciste el amor por última vez… con Dios?