Rafael Salomón
Comunicador católico

Destacar en la vida


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Buscamos vivir cubiertos de historias, buenas, malas o inventadas, el objeto es tener ese diferenciador que nos permita ser irrepetibles. Vivimos con una constante búsqueda de sentido de apariencia que nos motiva a evitar la desnudez con la que llegamos a este mundo. Es casi imprescindible destacar por alguna acción, no es bien visto llegar a la muerte sin haber creado la apariencia que nos hace únicos entre los demás.



Sinceramente es cuestionable, pero es una realidad, parece que tenemos esa presión por destacar y dejar en nuestra vida un legado, un acto o un sello. Aspirar a la sencillez y dejar como herencia el amor no es suficiente para una gran cantidad de personas, se requiere de algo medible, algo por lo que nos recordarán buscándolo de manera insistente. Miremos nuestras acciones cotidianas y seguramente nos hablarán de esa intención.

“El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor“. 1 Juan 4, 8

Tal vez no amamos con esa intensidad a Dios y nos quedamos embelesados con nuestra propia existencia y queremos destacar por lo que realizamos, entregarnos en “cuerpo y alma” a nuestras actividades buscando realizarlas de la mejor manera, postergando, pero confirmando el deseo de ser recordado por eso que tanto se persigue y así, diferenciar a la persona de las demás.

Algunos lo lograrán y los que más, simplemente seremos olvidados al paso del tiempo, porque eso también es una realidad, nuestro olvido. No habrá memoria para todos, por eso debemos vivir sin anhelar el reconocimiento, sin desear escribir nuestro nombre en ese libro de la ‘distinción’. Vivir con lo que nos corresponde, con lo que toca resolver y entregar lo mejor de nosotros.

Con amor, armonía, paciencia y con Dios

Recuerdo la anécdota de la vendedora de flores en París, una mujer de situación precaria, con una vida de lucha y dolor, se dedicó a vender flores y su más grande sueño fue tener una estatua en uno de los panteones más importantes de París, así que los ahorros de su vida fueron para ese mausoleo, donde actualmente se encuentra la vendedora de flores, como un homenaje a su vida, su actividad y su distinción frente a los demás.

Cada uno de nosotros merecemos cumplir nuestros sueños, pero dedicar nuestra vida para ser recordados por las generaciones siguientes, habla de los deseos personales y de lo que quisiéramos dejar como recuerdo. Seguramente, la vendedora de flores sabía que, en muy poco tiempo sería olvidada y por ello realizó su propio homenaje.

Sus motivos tendría, sus deseos también son muy válidos, pero la reflexión queda para todos: ¿Cómo nos gustaría ser recordados? Por el amor que dimos, por las acciones que realizamos, por el dinero que atesoramos, por nuestras actividades, por ser compartidos o por un monumento en alguna plaza pública.

La respuesta es individual, lo que es muy cierto es que, en menos de dos generaciones, esto será en la mayoría de los casos, nuestros nombres, serán olvidados y todo aquello que cuidamos hoy y atesoramos para mañana, no tendrá el mismo valor por alguien más. Vivamos con la certeza de que sólo tenemos una vida, es nuestro tiempo y podemos vivirlo con amor, armonía, paciencia y con Dios, que al final seremos olvidados.