Rafael Salomón
Comunicador católico

Con la dignidad de Dios en ellos


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Las encontramos en diferentes esquinas de las grandes ciudades, son las personas en situación de calle, quienes están expuestas a todos los peligros, seres humanos vulnerables que tratan de ganarse la vida con cualquier acción para obtener unas cuantas monedas. Indígenas, niños, personas de la tercera edad, podríamos decir que no existe un estereotipo para que en cada semáforo surjan acróbatas, mujeres cargando bebés y personas que se acercan a los autos pidiendo una dádiva.



Limpiaparabrisas, traga fuegos, malabaristas, dominadores de balón, magos y un sinfín de actos circenses para distraer a los conductores con actos que no son solicitados. Así es la triste realidad de estas personas que se exponen a ser arrolladas, sin derecho a nada, sólo por unas monedas para comer ese día. Y al otro “Dios dirá”; seres humanos que viven en la pobreza, en algunas ocasiones forzados a mendigar y otras veces como única opción ante la falta de oportunidades.

Las personas en situación de calle en muchas ocasiones son presas del crimen organizado para engrosar sus filas y convertirse en narcomenudistas que difícilmente avanzarán o harán carrera en las grandes ligas del narco. Seres humanos condenados a la perdición, a vivir del robo, la prostitución o de las monedas que en cada semáforo pueden recabar con mucho esfuerzo y de mala gana de quienes las ofrecen.

Son los invisibles de la sociedad a quienes se les voltea la cara para no verlos, personas con grandes carencias y limitaciones, quienes han forjado una vida con muchos obstáculos. No hay un censo que muestre la cantidad de población que aparece y desaparece en las diferentes esquinas de las grandes ciudades, son flotantes, a veces están en lugares fijos y de un día a otro ya no están.

indigente

No son visibilizados

Sin derechos y sin beneficios, nadie les representa, son casi nada. Esta sociedad, les ha arrebatado lo poco que tenían y los ha abandonado a su suerte y ellos lo han aceptado con dolorosa resignación. No olvidemos que son seres humanos como nosotros, ni ciudadanos de segunda o tercera, con la dignidad de Dios en ellos, con limitaciones que los han llevado a una escala muy baja en el estatus social, pero eso no debería ser motivo para darles la etiqueta de “desechables”.

La gran mayoría los ignora, les molesta su existencia y para otros es el resultado de malas decisiones gubernamentales. La verdadera razón, es que se encuentran en todos lados, sin importar el país, ahí están, no son visibilizados y la mayoría de la población los ignora.

Las razones por las que las personas viven en la calle son muy diversas, desde niños homosexuales y niñas embarazadas que corren de su casa, menores maltratados, personas con adicción a las drogas y otras que no pueden pagar la renta. También hay adultos mayores que, después de trabajar, sus hijos los echan a la calle, y están ahí porque no tienen otro lugar; o personas que estuvieron en prisión y no logran reincorporarse a la sociedad.

Hay personas de reciente vida en la calle que algunos días consiguen dormir en casa de un familiar o en algún hotel, y tratan de pasar inadvertidas; otras viven en situación de calle crónica, pues tienen años en los espacios públicos. El Señor reprendió a los que guardaban la forma externa de la religión y, sin embargo, no se preocupaban por los pobres: “¿No es más bien el ayuno que yo escogí… que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?”. Isaías 58, 6-7.