Cenizas


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Como todos los años al comienzo de la cuaresma la liturgia nos recuerda que somos polvo y al polvo volveremos. ¿Son palabras que invitan a la desesperanza? En ese caso se trataría de un rito nada cristiano porque si hay algo que caracteriza a las palabras y gestos de Jesús es ese horizonte de esperanza que se deja ver hasta en los momentos más oscuros. Recordar nuestra fragilidad, nuestra extrema fragilidad, es nada más y nada menos que el primer paso del camino que conduce hacia la Pascua.

En esta Cuaresma la invitación a recordar que somos polvo debería sonar de manera especial en los oídos de los hijos de la Iglesia. Cuando aun no se han apagado los ecos del encuentro convocado por Francisco sobre la protección de los menores en la Iglesia, cuando aun está presente en los corazones la vergüenza y la tristeza de esos hechos, hace bien recordar que nuestra lamentable fragilidad es el empinado sendero que lleva hacia la alegría de la resurrección.

Ya parecen lejanos los tiempos en los que la expresión “Iglesia Católica” parecía sinónimo de “fortaleza inexpugnable”; los tiempos en los que llevar un hábito religioso o un clergyman significaba un toque de orgullosa diferenciación; los tiempos en los que ser miembro de esa institución dos veces milenaria era pertenecer a un espacio de prestigio y de poder. Somos polvo. ¡Gracias a Dios! Sí, gracias a Dios todas esas ideas distorsionadas de la comunidad de los seguidores de Jesús están naufragando en nuestro tiempo.

El precio pagado por tanto desvarío es alto, muy alto, pero ya llega el tiempo de escuchar nuevamente la voz del Maestro, cuando poco antes de la Pasión y anunciando la ruina de Jerusalén dijo a sus discípulos: “tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación” (Lc. 21, 28). Desde hace dos mil años el anuncio de la Pascua se proclama “al tercer día” después de la noche más larga y oscura.

Hoy, a estas generaciones de cristianos que caminamos en los primeros años del siglo XXI, nos toca atravesar este tiempo en el que las tinieblas de la noche se hacen más intensas por la proximidad de la mañana. Formamos parte de esas comunidades que serán recordadas como aquellas que, guiadas por Francisco, fueron capaces de dejar atrás una larga y dolorosa noche; como aquellas comunidades que, como María Magdalena, dejan de lado los ya inútiles perfumes para anunciar la definitiva alegría de la Pascua.

Presentarnos ante el mundo como miembros de una inmensa comunidad de hombres y mujeres pecadores es el primer paso para proclamar con humilde valentía la alegría del Evangelio. Olvidar que somos polvo es olvidar la Pascua, es dejar de vivir como resucitados.