OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL, teólogo | En la historia de la Iglesia ha habido personalidades a las que la comunidad reconoció como exponentes auténticos de su fe e intérpretes fieles del Evangelio. A algunos de estos, en los siglos que podríamos llamar constituyentes hasta finales del siglo IV, los llamó “Padres de la Iglesia”.
Tales son las grandes figuras de Oriente (san Atanasio, san Basilio, san Juan Crisóstomo, san Gregorio Nacianceno…) y de Occidente (san Ambrosio, san Agustín, san Jerónimo, san Gregorio…).
En siglos posteriores, a algunas figuras se las consideró “doctores de la Iglesia” por su autoridad en la exposición de la fe y su defensa ante la herejía. Uno de los primeros en ser reconocido tal fue santo Tomás de Aquino. El papa Benedicto XIV (1791) estableció los criterios para este reconocimiento: deben acreditar santidad de vida, fe ortodoxa y doctrina eminente.
Hoy son 35 los reconocidos como tales. Entre ellos, cuatro mujeres: santa Teresa de Jesús y santa Catalina de Siena, declaradas por Pablo VI (1970); santa Teresa de Lisieux, por Juan Pablo II (1997), y lo será Hildegarda de Bingen por Benedicto XVI. En España tenemos a san Isidoro de Sevilla (1722) y a san Juan de la Cruz (1926).
Magisterio de la predicación,
de la confesión, de la dirección de almas,
del discernimiento de espíritus.
Todo en aquel momento de
eclosión espiritual de España
en el que a veces se unía lo más sublime
con lo más abyecto.
En la historia del espíritu y en la historia del Espíritu Santo hay decenios que son cumbres creadoras. Entre 1490 y 1500 nacen en España gigantes: san Ignacio de Loyola, san Juan de Dios y san Juan de Ávila, Francisco de Vitoria. Decenio de una fecunda sementera humanista, reformadora y evangelizadora con Cisneros, Alcalá, la Políglota, Erasmo traducido al español, el descubrimiento de América…
Nuestro autor es fruto de las dos mejores universidades: Salamanca y Alcalá. A partir de sus años de Granada fue llamado siempre el Maestro Ávila. El suyo no fue solo ni sobre todo un magisterio académico aunque fundó tres colegios mayores, once menores y el de Alcalá. Uno de ellos, Baeza, elevado a Universidad en 1538.
Magisterio de la predicación, de la confesión, de la dirección de almas, del discernimiento de espíritus. Todo en aquel momento de eclosión espiritual de España en el que a veces se unía lo más sublime con lo más abyecto. Fue el consejero de los grandes santos de aquel momento y, de él, esperó santa Teresa el juicio sobre el manuscrito de su Vida. Léase la carta magistral de evaluación y discernimiento con que se lo devuelve (Obras BAC V (1970) 573-576).
En el nº 2.817 de Vida Nueva. San Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, íntegro solo para suscriptores
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