OBITUARIO: Barrachina, el obispo ‘incombustible’

(Vida Nueva) “El incombustible obispo Barrachina“, como le recuerda quien fuera durante muchos años su secretario particular, Ildefonso Cases, falleció el pasado 13 de octubre en Alicante, a la edad de 96 años. Sus restos fueron inhumados en la Capilla del Cristo del Perdón, en la catedral de Orihuela, diócesis de la que fue obispo titular durante 35 años, desde que fuera preconizado en 1954 por Pío XII.

Nacido en Jérica (Castellón), en 1912, Pablo Barrachina cursó sus estudios en  el Seminario de Segorbe y en la Gregoriana de Roma, en donde obtuvo el grado de Doctor en Derecho Canónico. De su ministerio en la diócesis, se le recuerda una importante tarea pastoral, habiendo afrontado una reorganización diocesana por la que la sede asumía algunos arciprestazgos provenientes de la Archidiócesis de Valencia. Dos años después, en 1959, la diócesis de Orihuela pasó a denominarse de “Orihuela-Alicante”.

Tras participar en los trabajos del Concilio Vaticano II (fue el obispo español que más veces intervino en sus sesiones), a la conclusión de aquel gran evento, convocó un Sínodo Diocesano, siendo el primero que se desarrolló tras el Concilio en territorio español, según informan desde esa diócesis.

Asimismo, constituyó varios organismos diocesanos de gobierno pastoral e instituyó la Cáritas Diocesana, la Caja de Compensación como forma para fomentar la solidaridad económica entre las parroquias y los sacerdotes de la diócesis. Con la aportación económica de los fieles, construyó en Alicante la Casa Sacerdotal y fue un gran impulsor de los movimientos de Acción Católica, poniendo en marcha también los Cursillos de Cristiandad.

Y si dejó huella en la diócesis, también ha quedado grabada su impronta entre sus fieles y sacerdotes. Su secretario particular le recuerda como un  “hombre de fuerte voluntad, de temperamento emotivo primario activo, de un dinamismo extraordinario”. “Su estilo -según ha señala Ildefonso Cases- contrastó con el de su antecesor, hombre pacífico, dialogante y conciliador; y con el ritmo tranquilo de nuestro clero diocesano rehaciéndose aún de las heridas de la persecución religiosa. Don Pablo no era como el obispo Gómez de Terán, del que se decía que las cosas las hacía y luego las pensaba. Pero muy parecido en el genio activo, repetía que cuando una cosa quería que se hiciera, la encomendaba a la persona que más trabajo tenía, no a un equipo”.

Un dinamismo y una fuerte voluntad que también se traducía al estudio, haciéndolo, al parecer, con tal intensidad que, de joven, los médicos le prohibieron coger los libros durante un tiempo.

Atento siempre con los enfermos, era campechano y simpático con todos. Sobre todo, como recuerda Cases, “con la personas sencillas de los pueblos y barrios del campo”.

En el nº 2.632 de Vida Nueva.

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