El becario (y III)

(Santos Urías) Pero, sin ninguna duda, lo que más ha quedado en boca de todos durante estos días son las predicaciones del becario.

Cuando llegué, se me acercó una de las más fieles abuelillas de la misa y, como en una confidencia, me dijo:

– Mira, mira, uno de los días casi hasta llorábamos de la risa. Nos decía unas cosas tan cercanas a nuestra vida, a nuestra fe ¡Qué maravilla!

¿Quién dice que el Evangelio tiene que ser aburrido? ¿Quién dice que tenga que ser una suma de recetas repetidas, aprendidas, rutinarias?

La Palabra es vida, está viva, o no es. Y esto se nota, se contagia, provoca sentimientos, desconciertos, mueve a la aceptación o al rechazo, a la ira o a la carcajada, pero jamás deja indiferente.

Vicente tiene otro tatuaje, además de los de sus pantorrillas, el que Él, el Señor, le ha hecho a fuego lento en su corazón, en su mente, en sus manos. Es un sabio de Dios: sencillo, bruto, disponible, bonachón, alguien de su tiempo, normal pero diferente, como los apóstoles. Los santos de las transverberaciones, las anorexias y que sudan agua bendita, buscadlos en otros sitios. En éste hay un humilde becario que sabe bien cómo agacharse para encontrar algunos pies que quieran ser lavados.

En el nº 2.669 de Vida Nueva.

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